Después de contemplar el amanecer desde el mirador de Isabel II me he adentrado en la pista de la Lastra. El camino está perfumado con una mezcla de fragancias preparada en la noche por la sabia naturaleza. La Gran Diosa ha extraído la esencia de las plantas y los árboles para luego esparcirla por este lugar. Yo avanzo cuaderno en mano absorbiendo esta fragancia mientras escucho atento el melodioso canto de las aves. La naturaleza muestra su vitalidad mediante las inquietas aves.
Los mirlos son los más atrevidos. Se cruzan en mi camino por la pista para alimentarse de las heces de los caballos o puede que por la simple curiosidad de ver a pasar a los transeuntes.
Me voy fijando en la espesa cobertura vegetal que cubre los margenes del camino. Todas las plantas están apegotonadas, luchando por hacerse un hueco y asomar sus verdes hojas. Los majuelos que en las fechas navideñas estaban cargados de frutos rojos, ahora están pelados. También se desprenden de sus negras aceitunas los acebuches que encontramos a ambos lados de la senda. Entre los sonidos que me llegan reconozco el arrullo de la paloma torcaz y el repiqueteo del picapinos.
Entonces entiendo que para eso hemos sido creados por la Madre Tierra. Estamos destinados a ser la voz y la palabra de la naturaleza, pero para hacerlo tenemos que sumergirnos en el silencio del bosque y prestar atención a lo que nos dicta. Lo que me dice el alcornoque es que nada es causal. La corteza desprendida de su tronco estaba destinada a servirme de asiento para que escribiera este relato.
Hoy tenía que estar aquí para ver cómo las hojas de la vegetación que me rodea se encendían con estas primeras luces de la mañana. Siento que la naturaleza se alegra de que preste atención a la bella estampa que tengo frente a mis ojos. No es algo estático, sino vivo, que desprende un olor que penetra hsta lo más profundo de mis pulmones.
Al escuchar lo que quiere decirme la naturaleza recibo el siguiente mensaje: “Todo es luz. Lo que pensáis que es materia no es otra cosa que luz solidificada por mi mano. Tú volverás a ser luz intangible, luz sutil indistinguible de la naturaleza. Tú eres mi creación, luz hecha hombre como el fin de verme, escucharme, tocarme, degustarme y olerme. Te he dotado de la capacidad de transformar en palabras sensaciones, emociones, pensamientos e intuiciones, que es el medio por el que te hablo”.
Tal y como me dice el espíritu de Ceuta, hay que sumergirse en la oscuridad del bosque para descubrir la luz. La visita a la tumba de Sidi Boudras me recuerda que los seres humanos podemos llegar a tomar conciencia de que somos seres creados para iluminar a los que nos rodean. Junto a la tumba del santo ha crecido una “vara de San José”, que bien ser llamada “vara de Moisés”. Este hallazgo adquiere sentido si relacionamos esta tumba de un sabio conocedor de la leyenda del encuentro en Moisés y al-Khidr en Ceuta.
En mi trayecto de regreso me paro a cada instante para disfrutar del meloso olor de los erguenes en flor y para contemplar “la confluencia de los dos mares”, donde está profetizado que se reconstruirá el tercer templo de Sophia. Este es el lugar elegido y los primeros cimientos ya están puestos. La construcción avanza de manera lenta, pero segura, como lo hace la tortuga mora que me encuentro en el camino.
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