En los últimos tiempos, TikTok, una red social que inicialmente se presentó como un espacio de creatividad y entretenimiento, ha empezado a transformarse en un escenario para batallas verbales entre algunos de sus creadores más notorios. Estos enfrentamientos, que en muchos casos rozan el insulto y lo vulgar, tienen un único objetivo: ganar visualizaciones y aumentar su fama. Pero, ¿a qué precio?
Lo que debería ser una plataforma para compartir ideas y conectar personas, se ha convertido en un espectáculo preocupante, donde el lenguaje obsceno y los comportamientos tóxicos dominan los directos. Lo más grave es que estos contenidos son consumidos, muchas veces, por menores de edad. Y aunque algunos creadores se esfuerzan por dar una imagen de moralidad y éxito, detrás de las cámaras, sus vidas distan mucho de ser un ejemplo para nadie.
Muchos jóvenes, en su búsqueda de referentes, caen en las redes de estos "influencers", quienes no dudan en presentarse como guías o modelos a seguir. Pero, lejos de transmitir valores o enseñar algo positivo, su mensaje suele estar cargado de superficialidad, promesas vacías y conflictos que solo alimentan el morbo.
Esta tendencia es especialmente peligrosa porque, aunque puede parecer inofensiva a simple vista, refuerza comportamientos que normalizan el insulto, la falta de respeto y la mediocridad como forma de vida. Jóvenes impresionables, muchas veces buscando validación o un sentido de pertenencia, terminan adoptando actitudes que reflejan lo peor de esta tendencia.
Los directos en TikTok no solo son populares, sino que están en pleno auge. Atraen a miles de espectadores, y con cada nueva visualización, estos creadores refuerzan su idea de que el camino al éxito pasa por lo escandaloso. Esta dinámica crea un círculo vicioso: cuanto más vulgares son, más atención reciben; y cuanto más crece su audiencia, más impactan a quienes los siguen.
Mientras tanto, los mensajes positivos y los contenidos que realmente aportan algo útil quedan relegados a un segundo plano. Es como si la inteligencia y la creatividad hubieran decidido dar un paso atrás, dejando espacio para que la mediocridad tome el control.
Es urgente que reflexionemos como sociedad sobre el tipo de contenido que consumimos y compartimos en plataformas como TikTok. La responsabilidad no recae solo en la red social, que debe mejorar sus sistemas de moderación, sino también en los usuarios. Cada visualización y cada "me gusta" que damos a este tipo de contenidos refuerza el mensaje equivocado de que el espectáculo vulgar es aceptable.
No se trata de limitar la libertad de expresión, sino de ser conscientes del impacto que estos contenidos tienen, especialmente en los más jóvenes. Es necesario que empecemos a exigir un nivel más alto de calidad en lo que consumimos, promoviendo contenidos que construyan en lugar de destruir.
TikTok tiene un potencial enorme para inspirar, educar y conectar. Sin embargo, si permitimos que la mediocridad y el conflicto dominen, estaremos fallando en aprovechar esa oportunidad. Como dice el refrán, "cuando la mediocridad habla, la inteligencia calla". Pero ya es hora de que la inteligencia vuelva a alzar la voz.
Como usuarios, padres, educadores y ciudadanos, tenemos el poder de cambiar esta narrativa. La pregunta es: ¿estamos dispuestos a usarlo? Si queremos un futuro mejor para nuestros jóvenes, debemos dejar de dar atención a los "falsos ídolos" y centrarnos en contenidos que realmente merezcan ser compartidos. El cambio está en nuestras manos.
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