Opinión

La tierra devastada, por Septem Nostra

Cuenta la leyenda del Santo Grial que José de Arimatea recogió un poco de sangre de Jesús mientras lavaba su cuerpo en la misma copa en la que bebió Jesucristo en la Última Cena. Este sacerdote, antes conocido como el Rey Pescador, fue herido por la lanza de Longinos que atravesó el costado de Cristo en la cruz y pasó a llamarse el Rey Herido o Mutilado. Su reino quedó yermo y baldío y pasó a llamarse la Tierra Devastada. La desertización de la tierra y la herida del rey estaban íntimamente relacionadas.
Tiempo después, mientras la tierra seguía en su imparable degradación ambiental, el mago Merlín construyó en la corte del rey Arturo una mesa, la Tabla Redonda. En torno a esta mesa se sentaban el rey Arturo y sus caballeros. Estando reunidos un día de Pentecostés se les presentó el Grial y todos prometieron salir en su búsqueda por rutas distintas. La mayoría de los Caballeros fracasaron. Sólo uno de ellos, Parsifal, -que tenía el apodo de Perfect Fool, perfecto imbécil, por su inocencia-, consiguió, después de un primer fracaso, llegar al castillo del Rey Herido y formular la pregunta ritual prescrita y así logró curar al rey. La pregunta era: ¿A quién sirve el Grial? o ¿Qué te aflige? Curado al fin, el rey pudo morir ya. Y la Tierra Devastada recobró la fertilidad.
La psicología analítica iniciada por Carl Gustav Jung y la mitología comparada encabezada por autores como Joseph Campbell y Mircea Eliade nos han permitido descifrar los misterios y mensajes que se ocultan tras muchas leyendas y mitos, como el de Grial. Hace algunas semanas se publicó en “El País” un artículo sobre la disputa entre Valencia y León sobre quién custodia el verdadero cáliz sagrado. Realmente, el objeto material no es lo más importante. Lo trascendente es su valor simbólico y su significado psicológico. Autores como el psicólogo junguiano Edward C.Whitmont sostienen que en realidad la Tierra Devastada y la herida en la creatividad masculina (la herida del rey Pescador) se deben al menosprecio de lo femenino, representado por el grial. La restauración de la tierra y del hombre dependen de que se vuelva a rendir homenaje a la mujer y lo que ella representa.
Llevamos muchos milenios de predomino del patriarcado y de lo que éste lleva asociado: el materialismo, la insensibilidad, la contención de las emociones, el rigorismo doctrinario, el desprecio de la imaginación y la parte subjetiva del ser humano, el dualismo irreconciliable, el individualismo, la falta de empatía, el afán de domar la indómita fuerza de la naturaleza, etc…Mientras tanto una parte importante de nuestro ser, la intuición, la ambivalencia de los sentimientos, la sensibilidad humana, la solidaridad, el amor, la sabiduría y la creatividad, entre otras facetas asociadas al principio femenino, han sido reprimidas y despreciadas como inútiles e incompatibles con el “progreso”. Este cisma del alma interna, como lo denominó el historiador A.Toynbee, provoca un desmoronamiento de la clave de toda significación. Por este motivo es muy importante que respondamos, nosotros mismos, a las preguntas curativas que el héroe Parsifal planteó al sufriente Rey Herido o Mutilado: ¿A quién sirven nuestros actos? ¿Qué me produce este malestar interior que me aflige? ¿Cuál es el significado de mi vida? ¿Quién soy? Hasta que no consigamos obtener una respuesta adecuada a estas cuestiones seguiremos sufriendo nosotros y la vida no regresará a la Tierra Devastada. Lesis Mumford, en su obra ‘La condición humana’ llevó a cabo una revisión histórica de la evolución espiritual del ser humano Lewis Mumford, en su obra “La condición humana”, llevó a cabo una revisión histórica de la evolución espiritual del ser humano. Las últimas páginas de este libro contienen una actualización de las preguntas que sirvieron a Parsifal para sanar al Rey Herido y, de camino, a la vida en la tierra. Según Mumford, debemos aportar a cada actividad y a cada plan un nuevo criterio de juicio: debemos preguntar en qué medidas las acciones que promueven los poderes tienden a la realización de la vida y cuánto respeto guardan a las necesidades del hombre. Las preguntas que debemos tener siempre en la cabeza pueden agruparse en dos bloques. En el primero de ellos, hay que preguntarse: ¿Cuál es el objetivo de cada nueva medida política y económica? ¿Busca la antigua meta de la expansión y el crecimiento o la nueva del equilibrio? ¿Trabaja para la conquista y la acaparación del poder o para la cooperación y el apoyo mutuo?
En la misma línea debemos cuestionarnos: ¿Cuál es la naturaleza de ésta o aquella realización industrial o social? ¿Produce bienes materiales solamente o también bienes humanos y hombres buenos?
A sendos bloques de preguntas se añaden otras dos referentes, respectivamente, a nuestros propósitos individuales y planes públicos. Respecto al aspecto individual esta es la pregunta: ¿Concurren nuestros planes de vida individuales a una sociedad universal, en la que el arte y la ciencia, la verdad y la belleza, la religión y la santidad enriquecen a la sociedad?
En cuanto a los proyectos ideados en el ámbito público ésta es la cuestión a dilucidar: ¿Concurren nuestras planes de vida públicos a la satisfacción y renovación de la persona humana, para que fructifique en una vida abundante, cada vez más significativa, cada vez más valiosa, cada vez más profundamente experimentada y más ampliamente compartida?.
Si mantenemos constantemente estas preguntas en nuestra mente, comentaba L.Mumford, tendremos tanto una medida de lo que debemos rechazar como una meta de lo que debe alcanzarse. Todas estas preguntas son un medio útil para discriminar nuestra acción individual y la de la propia sociedad. En su conjunto subyace la idea de que el primer paso es personal: un cambio de dirección del interés hacia la persona. Sin ese cambio no se logrará gran mejoramiento en el orden social. Una vez que empiece ese cambio, todo es posible.
Este autocuestionamiento personal requiere un denodado esfuerzo y también el padecimiento de un dolor semejante al que sufrió el Rey Herido. La herida abierta en nuestro orgullo y vanidad permanecerá abierta hasta que le apliquemos el agua eterna que contiene el Grial. Esta copa sagrada está custodiada por la diosa apresada por el malvado Amargón.
El camino para llegar hasta el castillo del Grial está lleno de peligros y duras pruebas, entre ellas la aceptación del conflicto interno, emotivo y psicológico, -desde una posición de lealtad y fuerza-, así como la escucha atenta de la voz que nos habla desde nuestro mundo de adentro. El buscador del Santo Grial ha de ser valeroso, leal y devolver en forma de actos y hechos los dones entregados por la diosa.
El buscador, como Gawain, en un primer momento, “actúa, pero no expresa”: “al beber las aguas de la diosa, el ego renuncia a su pretensión personal de poder. De hecho, el ego se reconoce sólo como recipiente y canal de un destino que fluye desde una tierra profunda y misteriosa del ser, que es la fuente del terror y de la repugnancia, así como del hermoso juego de la vida. Para obtener la protección de la diosa ha de manejarse con respeto este poder que fluye de la soberanía de la vida. “La armadura de la diosa” y la cinta verde de la dama del castillo simbolizan esa protección” (E. C. Whitmont: El retorno de la diosa, Paidós, 1984).
Mientras que la diosa está en manos del rey Amargón la bondad, la verdad y la belleza no volverán a la tierra. Este dios representa el dominio del pensamiento patriarcal, tecnocrático, mecanicista y excesivamente racional, frío y calculador. Autores como Lewis Mumford nos advirtieron, con un lenguaje menos poético, sobre las consecuencias del ascenso del mito de la máquina, intrínsecamente unido al monoteísmo ya sea religioso o profano (la adoración a la máquina y a la idea del progreso). El mito de la diosa es la contraparte del mito de la máquina. Ambos mitos, en sus aspectos positivos, deben converger en un nuevo mito: el de la vida.

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