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“Tengo trabajo y una familia que me quiere; ahora soy feliz”

La brecha que separaba un presente incierto de la esperanza en un futuro más halagüeño era un simple documento con sello estampado en el Ministerio de Empleo y Seguridad Social. Un contrato de trabajo, y un seguro médico privado, era parte de la documentación que Extranjería reclamaba a Nossair Hachad y a su familia de acogida desde

hace meses para que el joven –originario de Marruecos y en peligro de ser expulsado tras cumplir los 18 años pese a contar con unos nuevos padres dispuestos a hacerse cargo de él– pudiera permanecer legalmente en Ceuta.
Tras una batalla administrativa que se ha prolongado durante seis meses, con campaña de recogida de más  de 100.000 firmas incluida, la pasada semana apareció en la vida de Nossair un empresario local dispuesto a incorporarle a su plantilla. El gran obstáculo parecía, por fin, salvado. “Se puso en contacto con nosotros porque estaba siguiendo el caso. Nos dijo que confiaba en que todo se solucionara por la vía del arraigo, pero tras conocer que no había sido así decidió dar el paso de hacerle el contrato. Ha sido una sorpresa y, sobre todo, una gran felicidad”, reconocía ayer Mar Rueda, la madre de acogida del joven. El benefactor inesperado prefiere permanecer en el anonimato. “No quiere popularidad, sólo ayudar”, ratifica mientras Nossair – “es muy tímido”, matiza Mar– asiente satisfecho con la cabeza.
Por delante tiene ahora un trabajo que arrancará el 1 de octubre, durante doce meses, y que le ocupará 40 horas semanales, aunque podrían reducirse para que lo pueda compaginar sin problemas con los estudios de Secundaria en los que se acaba de matricular en el Centro de Educación para Adultos ‘Edrissis’. Eso si  no surge algún problema de última hora, porque para acceder a las aulas le reclaman la documentación que acaba de ser presentada en Extranjería, el organismo que aún debe pronunciarse de forma definitiva sobre la resolución del caso. “Esperemos que esté todo correcto y por fin podamos celebrar el objetivo por el que llevamos tanto luchando”, confía Mar.
Nossair, de pocas palabras por la timidez que le achaca su madre, tiene claro que su vida puede estar a punto de escalar, de golpe, varios escalones. “Tengo un trabajo y una familia que me quiere, que me da amor, todo. Ahora soy feliz. Quiero estar siempre con ellos”, confiesa. Asegura estar preparado para debutar en un mundo laboral en el que asume que parte “de cero”, en un puesto que su madre, sin querer desvelar más detalles para no descubrir a su nuevo patrón, define como “sin mucha dificultad” y donde “empezará de aprendiz para, quién sabe, igual quedarse durante mucho tiempo cuando tome más experiencia”. El joven conoce ya al empresario y cuenta los días para pisar su nuevo centro de trabajo. Todo ello en un otoño en el que no estará ocioso: “Ahora le toca empezar en ese empleo y estudiar, así que no se va a aburrir”, advierte Mar. “Y además el atletismo”, añade Nossair, en referencia a esa gran vocación que fue, por paradojas del destino, la que les cruzó en el camino al descubrirle el que sería su futuro padre en una competición nacional. Acababa de dejar el centro de menores en el que vivió tres años, del que fue invitado a marcharse al cumplir la mayoría de edad, y deambulaba entonces por la calle, sin techo ni  alimentación garantizada.
Nossair dice haber superado aquellas semanas de dormir en bancos – “nadie me ayudaba”, relata– y pasar a contar con dos padres que reconocen “mimarle” en exceso, dos hermanos con los que ha congeniado a la perfección y un futuro en el que aspira a convertirse en entrenador deportivo o cocinero. Prefiere olvidar también “el miedo” a la expulsión que ha planeado sobre él en las últimas semanas y comenzar a edificar “un proyecto de vida”. “Recuerdo cuando mi marido lo trajo a casa aquel día. Venía con un macutillo y cuando le pregunté qué quería comer me dijo que no, que no hacía falta. Y ahora es ya un tercer hijo”, relata Mar emocionada. Para el empresario anónimo solo tiene palabras de “mucho agradecimiento”. Su gesto se puede transformar en un permiso inicial de residencia de dos años.

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