Opinión

Temporal y visita a la Ceuta celestial

Llevamos dos semanas de temporal en Ceuta. El viento de levante no da tregua y golpea una y otra vez las costas ceutíes. Parece que el dios Euro quisiera desprender a Ceuta de su unión a África y arrastrarla hasta la mitad del océano como si fuera la balsa de un náufrago, pero Ceuta se resiste aferrándose con fuerza a la tierra africana de la que es su atalaya asomada al Mediterráneo.
A refugio del temporal bajo el puente que conecta el arroyo de Calamocarro con el mar contemplo la estampa que tengo delante sin perder de vistas a los dedos blancos de las olas que hacen el intento de pillarme desprevenido. Aunque estoy pendiente del fluir de mi pensamiento, levanto a cada instante la mirada para observar las olas que, a veces, se erigen como gigantescas montañas verdiazules. Las veo llegar desde lejos, de una línea en la que se tocan el azul del océano Atlántico y el verde del mar Mediterráneo.
La espuma albedo de las olas casi me atrapa, pero consigo escapar a tiempo.
Resulta difícil describir con palabras la melodía del temporal. El sonido de fondo es un constante estruendo que recuerda a un trueno lejano que no termina de explotar, por este motivo te mantiene en vilo esperando un estallido final que no llega. A este sonido se une los estertores de las olas que mueren en forma de cascadas sonoras. También resulta audible el chisporroteo de la arena alisada de manera permanente por las olas.
Las olas no permiten que queden huellas de mis pisadas en la arena emulando al tiempo. Ésta es la lucha del escritor armado con su pluma, la lucha por dejar rastros de sus pasos por la vida. A este respecto, dijo C.G. Jung que “uno debe dejar en este mundo algún trazo que dé cuenta de que ha estado aquí, de que algo ha sucedido. Si no sucede nada de este tipo, uno no se ha realizado: el germen de la vida ha caído en una gruesa capa de aire que lo mantiene en su suspenso. No ha tocado nunca el suelo y, por tanto, tampoco ha podido nunca producir la planta”. La escritura es una puerta a lo sublime con los pies enraizados con fuerza a la tierra y el alma discurriendo de forma plácida desde el nacimiento hasta su disolución en el insondable océano. Así sigue su camino el agua del arroyo por el que ahora paseo. He dejado al tempestuoso mar, cuyo sonido me llega de fondo mientras que escucho las aguas claras del arroyo que entonan muy distinta. Aquí la música del agua es metálica, como si en vez de discurrir agua lo hiciera mercurio traslucido. Esta sensación se acrecienta al observar el reflejo de las adelfas y del cielo sobre la plateada superficie del arroyo. Éste luce un intenso color verde salpicado por el amarillo de las vinagretas y de las flores de los erguenes que desprenden una fragancia embriagadora. Los preparativos para recibir a la diosa Perséfone se aceleran.
Los sauces se toman los cambios con calma. Aún lucen las doradas hojas del otoño. Cuando llego a la bifurcación del arroyo me conmueve la contemplación del pino centenario que da la bienvenida a los paseantes. La emoción que experimento es similar a la que me despierta la visión del Atlante dormido. Ambos son Axis Mundi que ponen en comunicación el cielo y la tierra. Algo en mí se despierta y se eleva recorriendo mi corazón de placer y alegría.
Al acercarme al viejo pino me llega un fuerte aroma a azahar. El viento desprende los tiernos brotes florales de un naranjo perfumando el ambiente. Estos brotes se abren al tocar el suelo, como si quisieran ofrecer un último servicio a la naturaleza con su fragancia antes de fertilizar la tierra. Uno de ellos lo recojo del suelo y lo huelo con sumo agrado para después introducir entre las páginas de la libreta. Su olor me servirá para recordar este paseo invernal.
Una estrecha senda me invita a recorrerla sin saber que conduce hasta “el abuelo de Calamocarro”, como alguien lo ha bautizado escribiendo su nombre en una piedra situada junto a su inmenso tronco. Siendo hoy sábado no me he encontrado con mucha gente por el camino y aun así no he sentido ni un atisbo de soledad. Tengo la sensación de estar acompañado por seres invisibles a los “ojos de carne”, pero reconocible con los ojos sutiles del corazón.
Aprovecho el tronco del pino para acceder al mundo intermedio de la imaginación. Allí permanece inalterable la verdadera imagen de Ceuta siendo lo que veo un simple reflejo de la Ceuta celestial. Esta imagen se proyecta de manera permanente sobre este lugar renovando su figura. Lograría su propósito si los ceutíes colaborasen en vez de poner trabas con su insensata acción sobre este sitio sagrado, mítico y mágico. Si dejáramos actuar a la Madre Naturaleza este lugar volvería a ser el paraíso que un día fue despertando la admiración de nuestros antepasados. En este tiempo pretérito el ser humano aún era capaz de apreciar la energía vital que todo lo anima, el Anima Mundi, y que rodea y penetra la tierra. El Anima Mundi está personificada en la figura de Sophia Aeternae. Ella es la que hace posible la renovación de la vida y nos aporta la sabiduría que hace posible percibir lo que permanece oculto. Sophia nos dice que la restauración del paraíso perdido debe venir precedida de la recomposición cósmica de la Ceuta celestial. Es nuestra capacidad imaginativa la que puede devolver a nuestra alma esta imagen divina.
Cierro y los ojos y ante mí se presenta una Ceuta poblada de árboles centenarios, como el que tengo delante y me sirve de inspiración; de arroyos por los que discurre el agua de la vida; de animales salvajes y aves multicolores que cantan melodías indescriptibles, de una variedad de plantas de las más diversas tonalidades que deprenden fragancias embriagadoras; de cetáceos que resoplan cerca de la costa; de focas que habitan en las cuevas litorales; de templos erigidos por nuestros ancestros para rendir culto a las divinidades y fuerzas de la naturaleza y el cosmos; de atardecer que son el prolegómeno de noches estrelladas y de vías celestiales que abren caminos en el firmamento.Igual que todos tenemos nuestro doble celestial, también existe una tierra celeste de lo que procedemos y a la que volveremos tarde o temprano.
Hoy me llevo de mi paseo profundas experiencias de la naturaleza, fotografías y fragancias de las primeras flores.
…Según salgo del arroyo me adentro de nuevo en el temporal que hoy olvidado mientras visitaba el mundo intermedio y vislumbraba la Ceuta celestial. De nuevo en el plano terrenal prosigo mi camino, a veces con el viento a favor y otras en contra.

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