Me asalta la rabia, la indignación y la impotencia cuando hago sonar el CAÑONAZO de hoy. Ojalá que en todas las ciudades y pueblos de España sonara a la vez y pudiera romper la barrera del sonido.
Utilizar la vía telefónica para contactar con la administración puede ser lo más parecido a una tortura, a una prueba de paciencia infinita.
Dar con la persona o con la aplicación informática responsable para pedir cita o realizar cualquier tipo de trámite puede ser una epopeya.
Pulsar un número que te lleva a otro número, una extensión que te lleva a otra. Suena una música, vuelve a sonar... “Todas nuestras líneas están ocupadas”.
Esta mañana ayudé a mi hermana, teléfono en ristre, para pedir cita en la Tesorería de la Seguridad Social . Ella llevaba intentándolo tres días con sus tres tardes. Tengo suerte, doy con una operadora, me facilita un número para la cita previa... suena y suena, nada de nada, imposible.
Pulse uno para tal, pulse dos para cual, pulse tres para hablar con la Virgen María, pulse cuatro si quieres decirle algo al Espíritu Santo es la extensión cinco. Suena la extensión correspondiente, cinco pitidos y se vuelve a cortar. Ya lo dijo Cristo: “ padre, por qué me has abandonado”.
Investigo sobre la existencia de alguna página para pedir cita online. La encuentro pero me remiten a otro teléfono, nada más y nada menos que el 118.
Los números 118 (información telefónica sobre números de abonado) se usan como «guía telefónica» para conocer, por ejemplo, el número de teléfono de otro abonado, el de un restaurante o el de una tienda o de una administración.
Estas llamadas tienen un precio máximo de 2,5 euros por minuto, pero quien los fija es el prestador del 118 y no la operadora.
Ahí no hay problemas, son muy prestos. “Buenas tardes... blablablabla y venga que te venga. 25 euros me costó la broma y, desesperado, tuve que cortar.
Otra vaina es que el teléfono suene y suene una, cien, mil veces, pero nadie está al otro lado del aparato.
¿Qué hacer? Sin cita no te reciben, aunque vayas implorando a la misma administración contando el problema.
Esto ya es endémico: bancos, hospitales, ministerios, etc, etc.
Las compañías telefónicas son otro tema: hasta que entiendan el problema o la reclamación tienes que implorar al Santo Job. Luego viene la factura y todo sigue igual, lo mismo te han endosado un paquete que no habías pedido.
En ocasiones te llaman para ofrecerte el oro y el moro: televisiones, viajes, terminales, relojes, jamones; jauja pura. Todos los operadores pasarán por psicólogos de empresa para vender, vender y vender. Juegan con las miles de personas que no saben decir que no o que no entienden nada; caen en la trampa. Son capaces de vender peines a calvos.
¿Quién ofrece nuestros teléfonos a las empresas? Se meten la ley de protección de datos por donde la pierde su casto nombre.
Con el COVID todo ha cambiado, estamos presos, inermes, impotentes para resolver problemas cotidianos fundamentales para cuestiones de todo tipo.
Son ahora las aplicaciones informáticas las que nos hablan con una voz robotizada: “ perdone, no lo he entendido”, lo mismo tienes suerte y te pasan con un operador.
Cuando esta tarde conseguí cita para mi hermana me espetaron que tenía que llamar ella. Mi hermana es sordomuda le dije. Si llega a ser una aplicación me da con la puerta en las narices.
Voy a llamar al 666 a ver si puedo contactar con Satanás. Si Larra hubiera escrito hoy “Artículos de costumbre” uno de ellos sería: “VUELVA USTED A LLAMAR MAÑANA”.
El escritor terminó por pegarse un tiro.