El Gobierno de la Ciudad, embadurnado en naftalina, prosigue imperturbable su gloriosa marcha hacía el pasado, acompañado de sones militares; obviando que nuestro entorno evoluciona vertiginosamente amenazando con desplazarnos definitivamente del porvenir. Desde hace una década, los analistas de toda condición e intención, vienen coincidiendo en destacar el enorme potencial económico que alberga el norte de Marruecos. Las implicaciones para Ceuta de este hecho son incuestionables. A pesar de ello, emulando a la cigarra de la fábula, Ceuta se ha dedicado a la jardinería doméstica aplaudida por un masa de alborozados inconscientes. El vaticinio unánime se ha cumplido con inexorable exactitud. La operación del estrecho de este año es un indicador objetivo de que la nueva realidad ya es patente. Ceuta ha dejado de ser la puerta de África. Tánger ha pasado a ocupar su lugar. De momento, el impacto económico directo no es excesivamente pernicioso. Sólo se han descuadrado las cuentas de la autoridad portuaria, que se enfrenta a una decisión irremediablemente indeseable: o reduce plantilla, o gestiona su patrimonio inmobiliario a precios de mercado, o sube las tasas (y con ello el precio del billete del barco). Pero los efectos psicológicos y, sobre todo, la constatación de un cambio de coordenadas, sí que infunden inquietud e inseguridad a futuro. Sin un giro drástico e inmediato, corremos el riesgo de que Ceuta se convierta en un gigantesco Peñón de Alhucemas.
Marruecos decidió impulsar un espectacular plan de desarrollo del norte de Marruecos, sin precedentes, con una doble finalidad. Por un lado, restañar las heridas internas abiertas históricamente por la dinastía alauita con esta zona de su país; y por otra parte, asfixiar económicamente a Ceuta, como un paso más en su política anexionista. Sus intenciones eran perfectamente conocidas. No supimos (o no quisimos) reaccionar.
Mohamed VI materializaba sus planes a una velocidad endiablada. Paralelamente, el modelo económico de nuestra Ciudad se extinguía lánguidamente ante la pasividad de las instituciones y la indiferencia de la ciudadanía. El resultado no podía ser otro. En torno a Tánger se ha creado un espacio económico privilegiado. Cuenta con unas infraestructuras de primera magnitud, un mercado emergente de gran potencialidad que favorece las economías de escala, costes empresariales comparativamente inmejorables que garantizan su competitividad, apoyo institucional a todos los niveles (incluyendo el europeo), y una ingente inversión incentivada y protegida (por España entre otros). Al otro lado de la frontera, en Ceuta, seguimos atrapados en la economía del bulto, la valla y el soborno. Se comienzan a invertir las tornas. Cuando uno regresa de Tánger parece que entra en el tercer mundo. Es la misma sensación que, hace tres décadas, tenían los ceutíes cuando atravesaban el Tarajal.
Lo más lamentable no es que hayamos llegado a esta situación. Lo peor es que no se adivina ninguna intención de salir de ella. El Gobierno de la Ciudad, a quien correspondería liderar las grandes decisiones de nuestro pueblo, no tiene ninguna alternativa al decadente modelo actual, que no sea reforzar su interés electoral a muy corto plazo. Se limita a buscar fondos públicos para financiar sus votos, crear comisiones muertas antes de nacer, y rellenar papel mojado con deseos (y mentiras) para narcotizar a la población. Es incapaz de sostener con solvencia y autoridad la más mínima reivindicación. Carece de la personalidad, la voluntad y la convicción necesarias para acometer empresas de envergadura. No tienen horizonte más allá de la loseta en la barriada y la cena para la tercera edad.
Tánger continuará imparable arrollando nuestras posibilidades de desarrollo, mientras los ceutíes nos conformamos con el papel de sanguijuelas de los presupuestos que el PP y el Gobierno de Vivas nos han asignado. Pero deberíamos entender que convertirnos en una especie de “mantenidos” ni es digno ni va a ser eterno. Ya esta semana, en medios de comunicación de tirada nacional, han comenzado a oírse voces que piden calcular lo que cuesta Ceuta al estado. Mal síntoma. Ceuta debe levantar la mirada. Olvidar para siempre tiempos pasados. Diseñar una estrategia de desarrollo económico incardinable en los nuevos parámetros. Y pasar a la acción con determinación. Seguir como bobos al flautista de Hamelín hacia la nada, sólo nos llevará a ser conniventes con el futuro que nos están pergeñando los enemigos de Ceuta. Una prisión al aire libre para inmigrantes, y otra descomunal cubierta para delincuentes. Triste destino para un pueblo que un día soñó con ser grande.