Opinión

El suicidio (asistido) del PSOE

A la izquierda española le falta seriedad. El relevo generacional, forzado tras las continuas derrotas electorales, ha transformado el espectro ideológico de la siniestra. La zurda ha pasado de ser un conjunto más o menos definido de ideas con las que se podía estar, o no, de acuerdo, a una amalgama de soflamas, una perorata acalorada, espumarajos de odio visceral regurgitados por gente especialmente privilegiada de la sociedad, muy apegadas a esto de vivir de la olla gorda, con raquitismo intelectual, biblioteca alfeñicada, y discurso arrocinado.

El PSOE ha pasado de pedir la aplicación del artículo 155 de la Constitución en Cataluña, a militar en la misma bancada que Bildu, ERC y Podemos; de codearse con Willy Brandt y con Olof Palme y su vocación socialdemócrata europeísta,  a la filiación ideológica con Le Pen y Trump; de enterrar a Fernando Múgica, a evitar homenajes a víctimas de ETA en Lasarte; del “OTAN de entrada, no” al “CETA sí, pero no, pero me abstengo”; de obrero, a que su “déjà vu”, Pedro Sánchez, tenga un salario bruto de unos 85.000 euros.

Hacer política, y sobre todo construir Estado, conlleva responsabilidad, altura de miras, conciencia del deber y compromiso social. Hacer política es mucho más que participar en reuniones asamblearias e inflamarlas con un discurso exaltado. El sentido de Estado, de nación, no puede pasar por estar todo el santo día irritado, indignado por todo y por todos; mucho menos por gastar casi todo el tiempo y energía en destruir al adversario político, en perseguir al que piensa diferente. Hacer política es dedicar el grueso de los esfuerzos en elaborar un verdadero proyecto que pueda pasar de la voluptuosidad del titular matutino a la criba de un presupuesto, la legalidad vigente y la realidad social.

Abandonar la prudencia, la mesura, y dejarse llevar por la travesía autolítica personalista, centrada en Pedro Sánchez, o en quien le marca el paso, Pablo Iglesias; acabará finiquitando los chamuscados restos de lo que fue un partido hegemónico. El PSOE se resiste a abandonar el pasado, a cerrar un periodo de radicalismo, abrazando con más fuerza que nunca la impostura populista. Y el populismo tiene un ego tan enorme que actúa como un gas, tiende a ocupar el mayor espacio posible.

España necesita una oposición fuerte, sólida, constructiva,  sensata, que no necesariamente tiene que estar liderada por el PSOE. Si el socialismo español ha decidido habitar una posición donde lo visceral oculta la razón, y el odio ciega la verdadera condición del servicio público de los partidos, sirve en bandeja de plata la responsabilidad de una oposición constructiva a Ciudadanos, desplazando el centro de gravedad del control fiscalizador al Gobierno, hacia la formación naranja, que pese a contar con un número sensiblemente inferior de diputados, ha conseguido más acciones de gobierno que el PSOE con su actitud pueril y su pose arrabalera más propia de rufianes que de ex ministros del Reino de España.

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