Hoy, he empezado, como siempre, mi solitaria vida, haciendo mi recorrido hasta la frontera con Marruecos que es un placer inefable. El Sol brillando en un cielo azul intenso. Un cielo que no me parece el verdadero de este mundo. Se asimila al soñado cielo empíreo. El cielo que se presume como la morada de Dios o el cielo señalado como Paraíso.
Una brisa mañanera que acariciaba con frescura mi rostro. Quizás procedía de más allá de la raya del horizonte y que dejaba en el mar, con una quietud inusitada, un piélago supremo que ayudaba al sol a jugar con el ardor de sus rayos al espectáculo de sus perlerías.
Con esta bellísima pantalla, a mi izquierda, he soñado un mundo de colores indecibles. Me has acompañado en mi camino, engrandeciendo de veras, mi romántica ruta.
He sentido tu risa cerca de mis oídos y tu simpatía arrolladora me ha cautivado, una vez más.
Me has dado el aliento perfumado de las flores, pero resaltando que los pétalos que forman tu corola son inmarchitables e inmortales. Los de las otras flores pasan por la vida con una rapidez de vértigo. Enseguida se marchitan. ¡Cuanta envidia te tendrán¡
¡Te he dicho muchas cosas en mi soledad y, ahora, no me vienen a mi memoria!
Solo acuden a mi mente frases sueltas que habré leído alguna vez. Pero que ahora no sé el sentido que podría darles. Lo que resalto es la presencia de tu recuerdo que hace que afloren a mis entrañas un sentimiento profundo que me introduce en un estado de catarsis que me ayuda a creer en la beatitud de los santos.
Acuden a mi mente poemas sueltos que, pronunciándolos, me dejan introducirme en una paz infinita. Recuerdo a Juan Ramón Jiménez, uno de nuestros premios Nobel:
Señor, matadme si queréis…
¡Pero Señor, por piedad, no me matéis!
¡Oh Señor! Por el sol sonoro,
por la mariposa de oro,
por la rosa y por el lucero
por los vilanos del sendero,
por el trino del ruiseñor,
por los naranjales en flor,
por las perlerías del río,
por el dulce pinar umbrío,
por los suaves labios rojos de Ella
y por sus lindos ojos.
¡Señor, Señor, no me matéis!...
pero matadme, si queréis.
Este es el estado de ánimo que me produce tu recuerdo, y lo mismo que se lo digo al Señor, te lo digo con un profundo sentimiento.
“Amor, amor, no me matéis
pero matadme si queréis”
¡Que muerte mas hermosa sería que estuvieras a mi lado, dándome ánimos con tu simpatía y tu hermosura!
Pero, en verdad, es mucho mas hermoso que estuvieras junto a mí y que pudiera escuchar las palpitaciones de tu noble corazón y sentir el calor inenarrable que exhalaba tu bello cuerpo cuando me abrazabas.
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