Opinión

El sueño de Jordi Casanova

Conocí a Jordi en un viaje a Barcelona. Hicimos amistad en apenas Siete días, un tiempo corto que fraguó un cariño intenso como si hubiéramos estado 2O años unidos por un hilo conductor que terminaría por encontrarnos.

Jordi es una persona para quitarse el sombrero: tolerante, culto, luchador, comprometido y con ideas para dar y vender sobre cualquier asunto que implique mejorar cualquier situación por complicada que pueda parecer.

Jordi me invitó a pasar unos días en su casa de Breda, una población de la comarca de la Selva, en Girona. Está a los pies del Parc Natural del Montseny y muy cerca del Parc Natural del Montnegre i el Corredor. Es conocida por la producción de cerámica y alfarería, que data del siglo XV. Como muchos pueblos del Montseny, tienen el encanto de sus paisajes.

Su casa formaba parte de un antiguo claustro muy próximo a la iglesia de Santa María de Breda, ahora en reconstrucción por el paso del tiempo y el olvido de la Consellería de cultura.

Lo que más sorprendía del pueblo es que ,en raras ocasiones, te topabas con alguien al que decirle " buenos días", parecía un pueblo deshabitado, como si sus habitantes esperaran una catástrofe en cualquier momento y se escondieran en sus casas.

Jordi, un hombre sabio y periodista de raza ,charlaba con pasión y tolerancia de casi todos los temas, especialmente con el tema de Cataluña y su posible independencia, el nacionalismo y el sentimiento de identidad. Siempre aportaba soluciones consensuadas que beneficiaran a las partes sin incitar a la violencia o a esa revolución de pacotilla que presentaba a los catalanes como gente oprimida.

Jordi tenía la extraña "virtud" del sueño premonitorio, nunca había fallado. Cuando esto sucedía lo escribía en un diario que llamó "lo que sucederá mañana" y dejaba con la boca abierta a toda la peña de farsantes que decían tener los mismos poderes.

El martes se despertó sudando y con taquicardia. Acudió a la ducha y, al no poder escribir a causa de los nervios me pidió que apuntase en su "diario" lo que estaría por pasar próximamente. Lo cierto es que me contagió esa aceleración que causan las noticias desagradables.

Puigdemont apoyó la investidura de Felipe a cambio de la amnistía y la independencia sin pasar por el referéndum. Cataluña ya era un país con pleno derecho y miembro de honor de la Comunidad económica Europea.

El Rey de España lo recibía con honores de Estado y el monarca dio un discurso en Catalán elaborado por los mejores lingüistas del país.

No quedó ahí la cosa. Exigió que Baleares, Valencia, Andorra y parte de Francia correspondían a Catalonia ( así se llamaría la nueva nación) y, con el apoyo de Estados Unidos, China y Gran Bretaña, amenazó con emprender una guerra sin cuartel hasta conseguir sus propósitos.

El planeta quedó tan aterrorizado que Catalonia anexionó lo territorios que reclamaba.

Viendo su poder, el resto de España decidió pedir ser anexionado. Pedro Sánchez volvió a convencer a la parroquia que era lo mejor para todos.

La unión se firmó en el mercado de la Boquería con las ramblas embravecidas echándole tomates a Don Felipe Sexto y abucheando a Sánchez con los megáfonos más potentes para la ocasión.

Con un golpe en la mesa, Puigdemont justificó que el catalán sería la lengua oficial del imperio y que la estelada estaría ondeando al viento en sitios oficiales, calles, playas, conventos y todo tipo de eventos deportivos.

El señor Casamajó, que así rezaba su segundo apellido, se encaprichó de Portugal y volvió al ataque. El pueblo luso agachó la cabeza. Prometieron que, en señal de gracia,traducirían todos los libros de Saramago al catalán pues se empeñó que el premio nobel tenía raíces en la ciudad de Girona.

Ya, con 90 años de este prócer de la Patria, Catalonia era la primera potencia mundial.

Jordi Casanova se despertó recordando el último minuto de su pesadilla: en todos los restaurantes del planeta habría plato único: "Escudella y crema catalana de postre". Ese día nos zampamos una olla de Breda con más de cuatro kilos de esa dieta revolucionaria.

“Uno tiene que estar a bien con los poderosos".

Ya lo dijo Mariano Rajoy: "Los catalanes hacen cosas”.

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