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Sueña la alberca un artículo acerca de aquel primigenio jardín de “La Alhambra”, luego de “La República Argentina”, que albergaba en su interior una alberca de reminiscencias nazarí, con ranas verdes y doradas, de las cuales nacían surtidores de agua que al sol centelleaban cristalinos y tornasoles...
El hilo de agua se eleva queriendo tocar el cielo, luego, exhausto y traspasado por un rayo de sol, centellea como un calidoscopio de mil colores, hasta caer oblicuo al otro lado del vaso de agua verdinegra de la alberca. De otra rana de cerámica verde y de oro, sale otro surtidor de agua que cruza la curva cristalina del anterior, y va a caer a los pies de la siguiente rana, también como la anterior, pintada en verde y oro. Y van cruzándose los surtidores, unos tras otros, hasta llegar a doce…Y solo se escucha el rumor del agua. Y la paz se hace inmensa. Y no se siente nada, acaso el latir de la vida, cautiva, en los silencios de la mañana…
Yo miro extasiado a los surtidores y a sus curvas de cristal, desde que nacen hasta que se disuelven en los espejos rotos del agua, ¡qué belleza!, ¡qué locura!, ¡qué carnaval de colores para los sentidos!: azules, blancos, rojos, verdes... cielos, nubes, peces, cristales de agua… Cada objeto tiene un color, y en tu alma, como en un lienzo virgen, se van pintando todos los colores de esta mañana mágica.
La hora va pasando lenta, alargando sus minutos, diríase que no tiene prisa porque las agujas de sus manecillas giren los grados de su circunferencia. Nadie tiene ya prisa, y todo se copia del ritmo pausado, curvo, exacto, de la noria de agua, que sube hasta su cenit, y luego, se deja caer vencida por la gravedad, provocando una estrofa de agua que casi es una metáfora de la vida… Ya sólo sentimos el agua correr…
Dicen que esta alberca del “Jardín de los Enamorados” de la Argentina, fue traída en una copia menor, de los jardines de la Alhambra; pero mis pies han hollado esos jardines de Granada, y si bien su alberca es casi un encaje de fantasía que resuma belleza e historia Nazarí, no puedo dejar de decir, que nuestra alberca y sus hilos de agua, también resuman armonía, ensueños y sentimientos… Sí, sentimientos de cada alma, que al romper la mañana o al caer tarde, se asoman a ella…
Los peces colorean de rojo aquí y allá, entre hojas, abiertas, redondas, verdes…Van enseñando sus escamas de sangre como amapolas cortadas en la siega y echadas a puñados en este vaso único para romper la monotonía de su superficie siempre verde. Los peces colorean de rojo aquí y allá…y es un instante, y es otro… Pero ya no nos contentamos con un instante, ni con dos, ni con tres… No; ya no nos contentamos, ahora, el instante ha de ser eterno, sin manecillas que marquen las horas…
Un poco más abajo, otro vaso de agua, contiene una pequeña isla con losetas de dibujos azules, que alberga una sola palmera; a sus pies, otros peces, también rojos, colorean sus aguas en un constante carrusel de vueltas y más vueltas…
Pasado el tiempo, la vida me fue llevando a otros lugares que también tenían sus jardines y sus albercas, que, yo intentaba comparar con aquel otro jardín mágico perdido en la añoranza de la niñez… Vi jardines fastuosos llenos de arboledas y de flores de mil colores donde la paz y el sosiego se hacía sentir en sus pequeñas placitas y veladores, sólo rota por el griterío de los pájaros en su juegos… No obstante, la impronta que adquirimos cuando nacemos acerca de un paisaje determinado, mi hizo añorar allá donde navegara, con aquel jardín con su alberca de ranas verdes, sus surtidores de agua de cristal y sus peces de escamas de colores…
Cuando un día regresé, quise visitar al jardín de la República Argentina, así que hacía allí dirigí mis pasos, con la emoción de recuperar parte de nuestra infancia allí vivida. Sin embargo, ya no vi los surtidores de plata, ni las ranas de cerámicas, ni las aguas verdes con sus plantas acuáticas, ni los peces de colores… ¿Dónde han ido…? ¿Dios mío, dónde han ido?...
Creemos que el ladrón que las ha robado, sólo piensa que nos ha robado el hilo de agua y las ranas de los destellos dorados, o las aguas verdes de la alberca, o tal vez, los rojos peces como amapolas. Sin embargo, el ladrón tal vez nos haya robado, sin saberlo, algo más más grande que no tendría ningún valor material, porque el ladrón sin adivinarlo, puede que nos haya robado aquello que no se puede ver ni tocar, a saber: nuestra propia alma…
Yo quisiera, que el ladrón que las ha robado, las trajera de nuevo y las pusiera al pie de las puertas del Campo, en los jardines primigenios de Alhambra*, de la República Argentina -jardín de los enamorados-, donde ellos -amada y amado-, como reza el romance popular, van, ya fuera de sí, a servir al amor…
(*) Jardines de la Alhambra: Sí; así se llamaba en origen: “Los jardines de la República Argentina”, por eso su casetón de guardia y la alberca se construyeron en la inspiración del palacio Nazarí…