El pasado lunes, Artur Mas decidió presentarse en el Salón de los Pasos Perdidos del Congreso, donde se estaban velando los restos mortales de Adolfo Suárez, ante los que permaneció durante medio minuto.
Después manifestó que lo hizo en nombre de muchos catalanes que admiraban a aquel Presidente. Pero me dio toda la impresión de que había viajado con la exclusiva idea de aprovechar la gran concentración de medios informativos allí presentes y así sacar jugo para su único e insolidario proyecto político, el de la ruptura de la unidad de España mediante la secesión de Cataluña. Ante esos medios, Mas trató de establecer una comparación entre lo que ahora está haciendo frente a dicho planteamiento el gobierno de la Nación y lo que, a su parecer, haría Suárez. “En estos momentos -dijo- los valores de Adolfo Suárez se echan a faltar”, añadiendo que fue alguien que se enfrentó a los problemas de cara, no los rehuyó ni miró hacia otro lado, así como que en la actualidad hacen especialmente falta gentes con esa visión. En definitiva, lo que vino a exponer fue que con Rajoy no hay quien negocie de separatismo, pero que Adolfo Suárez si lo estaría haciéndolo.
¡Qué equivocado está Artur Mas! Como ceutí, me queda la íntima satisfacción de saber que, en los tiempos en que Suárez era un personaje casi olvidado, cuando pocos reconocían la inmensa labor que llevó a cabo pensando siempre en España –en toda España-, mi ciudad fue una excepción y supo acordarse de él, concediéndole, en 1999, el primer Premio Convivencia, un galardón que distingue a quienes de forma relevante y ejemplar hayan contribuido al fomento de los valores de justicia, fraternidad, paz, libertad, acceso a la cultura e igualdad. Bien hizo quien lo propuso, como también lo hicieron la Fundación que entonces presidía Juan José Barroso, el jurado que así lo acordó y la Ciudad Autónoma, con Jesús Fortes al frente. Tuve el placer de asistir al solemne acto de entrega y de charlar después –junto a mi mujer y mi hermano- con Adolfo Suárez, compañero y amigo, estrechándonos como despedida en un fuerte abrazo que, desgraciadamente, ha resultado ser el último.
Aquel día, en el discurso que pronunció tras recibir el Premio, Suárez dijo que lo más importante que ocurrió durante la transición fue el descubrimiento de la tolerancia como piedra angular de la convivencia entre los españoles, dando como resultado la Constitución. Habló también de Ceuta en términos elogiosos, y, refiriéndose sin la menor duda a los separatistas, deslizó una frase lapidaria que al menos mi mujer, mi hermano y yo no hemos olvidado: “No se debe pedir lo que no se puede dar”. Sí, señor Mas, eso era lo que pensaba Suárez de las fantasías independentistas: que nadie debía pedir algo que ni jurídica ni históricamente se le puede conceder.
Lo conocía lo bastante bien para asegurar que Adolfo Suárez no habría cedido ni un ápice en cuestiones que pudieran suponer la ruptura de la unidad de España. En eso no cabe la menor especulación. Suárez era un patriota y demostró además tener valentía más que probada para enfrentarse a situaciones extremadamente difíciles. Si hoy estuviera en La Moncloa, Mas no encontraría en él, respecto de sus desbordantes .ansias separatistas, mejor disposición, en el fondo, de la que está encontrando en Rajoy. Éste ha dicho que no piensa pasar a la Historia como el Presidente que rompió la unidad de España, exactamente lo mismo que diría Suárez. Y para intentar esa ruptura habría que modificar, al menos, los artículos 1º y 2º de la vigente Constitución, que hablan tanto de la unidad indisoluble de España como de la soberanía del pueblo español en su conjunto, modificación que Rajoy nunca permitirá, como tampoco Suárez lo hubiera hecho. Entre otras cosas, porque esa Constitución la aprobamos entre todos los españoles que teníamos más de 18 años el día 6 de diciembre de 1978, incluidos, claro está, y con una mayoría superior a la elevada media nacional, los propios catalanes. Y prefiero no decir ahora nada sobre las consecuencias que tal supuesta reforma, al suprimir el principio básico de la unidad indisoluble de España, podría acarrear para Ceuta.
Hasta el Tribunal Constitucional, superando por una vez esa absurda “interpretación ideológica” que propugnaba Pascual Sala, su anterior Presidente, ha anulado por unanimidad (es decir, incluyendo el voto de dos barceloneses) la declaración soberanista del Parlamento catalán. Claro que eso no les importa mucho a Mas y sus seguidores, quienes han calificado de “agitadores” a los doce miembros del citado Tribunal y, aunque evidentemente molestos, se disponen a pasar ese fallo –como tantos otros- por el arco del triunfo. Se nota que Eugeni Gay, aquel vocal catalán del Constitucional que, entre otras singularidades, formuló un voto particular contra la Sentencia que anulaba algunos artículos del Estatuto de Cataluña y de modo especial los que hablaban de “nación” o “nacional”, ya no forma parte de dicho Tribunal.
¡Ay, ay –pensarán ahora- esto no ocurriría si estuviera Gay!
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