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Soñaba con el mar...

Hace unos días, estuve leyendo, en el apartado de colaboradores de El Faro, el escrito de Dani Vicente acerca de Ricardo Muñoz Ruiz, su abuelo. Es un relato que tiene la virtud de que aunque tiene indefectiblemente un registro personal dedicado a su querido abuelo, pudiera ser que evocara a todos nuestros abuelos, que como él, un día iniciaron su marcha definitiva, y que nosotros, sus nietos, tuvimos la suerte de conocer un día ya muy lejano…
Y lo que más me sorprendió del relato fue que al visionar la fotografía que se adjuntaba, al instante comprendí lleno de nostalgia, que yo visité en algunas ocasiones la Zapatería Muñoz. Sí; mi padre se avino a llevarme alguna que otra vez; y me presento a Ricardo y a otros amigos que, pasadas las doce del mediodía, se acercaban a la zapatería para conversar un rato entre ellos en una animada y entrañable tertulia diaria.
La primera vez que visite la tertulia, había acabado mis estudios de Capitán  de la Marina Mercante, y observé que mi padre tenía un interés especial porque le acompañara. Al rato de estar allí comprendí el porqué de su interés. Ricardo era un enamorado del mar… Y un sus ratos libres construía barcos con  una destreza y meticulosidad que sólo una persona que durante años hubiese ejercido el arte de  ser paciente  podía realizar…
Hablamos de buques, del mar y algunas otras cosas… Pero yo solamente tenía el conocimiento técnico del arte de navegar, de la estiba, de las maniobras, de los reglamentos de abordajes y  señales; de las guardias, de cubiertas, de puentes de derrotas, de compases y cartas náuticas, de brújulas, de magistrales, de marcaciones a la costa, a la luz de un faro, a la verde y la roja de la bocana de un puerto… Sin embargo él tenía el conocimiento romántico de soñar con los buques y del mar… Porque en verdad yo sólo era un aprendiz de marino en su mundo irreal de océanos y bajeles, arrumbados a puertos de leyenda dónde, quizás ahora,  esté dando las ordenes al timonel para seguir la derrota trazada en la carta náutica de los espacios celestes… Cada hombre tiene sus sueños…Y él los tenía con creces, con libertad, con la sutileza suficiente para rozar lo mágico… ¡Qué de sueños habrá ido hilvanado en cada pieza que añadía a su nueva construcción; cada palo, cada cubierta, cada hélice, cada amura o cada chimenea que delicadamente colocase en su pequeño astillero, le anegaría el alma de pequeñas felicidades gozosas como se llena una cántara en el agua fresca de una fuente! Mi padre lo apreciaba sobremanera  y le tenía una cierta admiración; quizás porque le recordaba a su propio padre Joaquín, que en aquel reñidero de peleas de gallos del Callejón del Obispo, recreó un verdadero taller de carpintería y, como Ricardo, arreglaba cualquier cosa que le trajesen o que cayera en sus manos. Alguna vez he escrito acerca de esta misteriosa cadena que somos los seres humanos; donde los gustos, las inquietudes, los deseos, los sueños de nuestros mayores van quedando en nosotros,  como un pozo profundo donde necesariamente vamos bebiendo de sus aguas todos los años de nuestras vidas que han de venir…
Dice, Dani Vicente, que Ricardo: “Era una persona amable, educada y sobre todo humilde. Jamás levantaba la voz y trataba a todos los que pasaban por su zapatería con una atención mayúscula, casi servil, ya fuera una persona distinguida o el más humilde de sus clientes”. Efectivamente, Ricardo lo ha descrito tal como era: amable, educado, humilde y sencillo, y yo le añadiría, que tenía  la inmensa fortuna de ser sensible. Sensible a sus semejantes y a las cosas de la vida. Hay personas que aunque su dedicación profesional no luzca en esa vitrina de las apariencias, en que frívolamente queda convertido las titulaciones académicas y los sobresalientes cargos; en cambio, tienen una elegancia y “un saber estar” que te llenan de gozo los instantes que pasas con ellas. Ricardo tenía ese “don”; el don de enseñarte algún concepto, alguna idea, alguna actitud, con sólo disfrutar un rato en su compañía.
Apuntaba bien su nieto cuando decía que en vez de zapatero prefería el termino: “Ingeniero técnico de reparación del calzado”. Sólo una  persona  inteligente y con una dosis grande de humor, puede recrearse de esa manera en la utilización de un oficio tan añejo en el tiempo  como es el de zapatero. La frase está llena de ironía -te obliga a sonreírte- y es una critica terrible, aunque sin apenas alzar la voz,  a la estulticia que se ha adueñado de algunas profesiones que, para mejor ser reconocidas, necesitan ser renombradas con una titulación que apenas si caben en el pergamino-cuadro donde se enmarcan.
Y soñaba con el mar…Y verdaderamente ya no soñaras más con el mar. Porque ahora sí; ahora navegas sin rumbo fijo; ora un día al Norte o al Sur; ora otro, al Oeste o al Este; ahora ya ni si quieras necesitas a las cartas náuticas para trazar los rumbos y las derrotas que te lleven a buen puerto al otro lado del Océano Celeste… Ahora ya eres un marino, un verdadero marino entre el oleaje y la brisa, entre la luna y los astros, entre los seres que has amado y tus amigos…Ya la mar es tuya, abandonado  a ella  para siempre, como los muelles en el  alba…

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