Opinión

Día Internacional de la Solidaridad, el valor humano por excelencia

Unos meses más tarde de inaugurarse el siglo XXI, la Asamblea General de Naciones Unidas determinó la jornada del 31 de agosto como el Día Internacional de la Solidaridad, cuyo telón de fondo aspiraba a la consolidación de la solidaridad en todas sus formas, implementando iniciativas que reparase acciones, actitudes o conductas palpablemente intolerantes, en cuales quiera de los rincones de la Tierra.

En cierta manera, este acontecimiento recuperó el denominador común en la línea suscitada de la Declaración, con el convencimiento que el nuevo milenio acogería a la solidaridad como uno de los valores esenciales para las relaciones internacionales y para quienes padecen o tienen menos, pudiesen ampararse con la ayuda de otros.

En pocas palabras:

Un llamamiento a la puesta en práctica del estilo solidario, respetando a las personas bajo la estela de los derechos fundamentales e inalienables, renunciando a las posibles divergencias que separan a los hombres, hasta llegar al encuentro de lo que verdaderamente los une, en lugar de aquello que los condiciona al desaliento.

Reseña de un deber y a la par de un encargo derivados de la solidaridad, que, al formar parte libremente de la vida cotidiana, nos hace infinitamente más fuertes, asumiendo sin recelos, los desafíos que actualmente nos asechan.

Con esta visión, se comenzó a dilucidar el encaje de las piezas de un puzle en los que la solidaridad se hacía presente, distinguiéndose una nueva época de prosperidad, progreso y paz mundial, coincidiendo con el acontecimiento del movimiento social independiente Solidaridad, dado en Polonia el 31 de agosto de 1.980, cuyo alcance a nivel global, fue reconocido con la concesión del Premio Nobel de la Paz a Lech Walesa.

Clarividencia de unos ideales que designaban a la solidaridad como requerimiento del carácter moral, pero de igual forma, como condición primera para la eficiencia de las políticas de los países y los pueblos, admitiendo sin discusión, la responsabilidad ante los que no pueden beneficiarse de los recursos suficientes para vivir proporcionadamente, cuyos derechos humanos, aún no se ha logrado que se respeten en su integridad.

Cabría entonces interpelarse, desde aquella Declaración universal que no ha quedado distante en los años, ¿ocupa la solidaridad el lugar deseable en la vida de las personas?, o, dicho de otro modo, en un mundo agitado por las crisis y los conflictos humanitarios, con la apremiante sucesión de desplazados y refugiados, ¿se precisa más, que, en tiempos pasados, de la solidaridad como valor humano por excelencia?

La réplica podría ser bien sencilla: Con la solidaridad, ¡todos, sin distinción, somos piezas clave en la configuración de este puzle común! Aproximándonos palmo a palmo como nexo de unión entre los ciudadanos de todos los pueblos, para reconstruir entornos que, según se tiene la opinión, resultan hoy por hoy, infranqueables.

Conmemoración de una mención que se hace voz con reclamo libre y voluntario, impulsando a dar el pistoletazo de salida en cuestiones no exclusivas de impacto a corto plazo como las sobrevenidas por fenómenos naturales, como, asimismo, en las que atañe a dificultades complejas de las sociedades contemporáneas, como la erradicación de la pobreza.

Es de señalar, que desde el año 2.005 existe una fecha declarada por la Asamblea General de Naciones Unidas como el Día de la Solidaridad Humana, solemnizada el 20 de diciembre, que, a pesar de compartir materias comunes con esta misma celebración, no debe llevar a equívoco con lo que en este día se conmemora.

Una jornada de puertas abiertas a la conciencia, que se postula por la solidaridad como pilar cardinal de los vínculos en y entre los estados, pueblos y gentes. Porque en ese esfuerzo de todos y en la suma de potencialidades aportadas, es posible hacer una humanidad más justa e igualitaria, en consonancia a las necesidades presentes.

Pero, también, una recomendación encaminada a recapacitar en torno al verdadero sentido de la solidaridad, a los que le acompaña el firme compromiso con aquellos que aún no disponen de los derechos básicos. O, tal vez, un juicio crítico, afanado en desbloquear esa mano amiga de quiénes pueden permitirse brindarles con su ayuda.

En consecuencia, en esta encrucijada de la globalización con el desafío indeterminado de numerosos contratiempos de fondo, parece ser que la fuerza subjetiva generada por la solidaridad, ahora más que nunca, es imprescindible.

Así, en una sociedad donde el protagonismo reside en el hedonismo consumista, abocado al laberinto de la insatisfacción materialista y en el que el aislamiento intimida las perspectivas de progreso compartido, es habitual inclinarse por posiciones que anulan la condición del otro, promoviendo exclusión, ingratitud o reproche por los principales deberes para con los demás, mayormente, en cuanto al reconocimiento de los derechos inherentes.

Mientras tanto, se intuye el deseo cuando cualquier hombre, mujer o niño se aferre a la solidaridad, salvando todo tipo de trabas sociales y culturales, preservando el respeto por la diversidad cultural y ambiental que, en definitiva, fragüen el desarrollo continuo en y para todos los pueblos del planeta.

Una virtud que instruye el talante humanizador del individuo, al ser inseparable a la responsabilidad y estar a disposición, entre otros, de la benevolencia, colaboración o tenacidad consigo mismo.

Si bien, la solidaridad no ha sido convenientemente considerada como uno de los patrones genéricos en el que debería de entretejerse los lazos de amistad de los pueblos, este ha sido uno de los principales motivos que ha impulsado a designar este día con acento internacional.

Posteriormente, con la aspiración de aniquilar el hambre e impulsar el bienestar humano en los lugares menos avanzados, se optó por el establecimiento del Fondo Mundial de Solidaridad, como rasgo asentado en la igualdad, inclusión y justicia social.

Posiblemente, estemos ante una de las mayores crisis, que, en ocasiones, ha llevado a invisibilizar las lógicas de la solidaridad.

Ningún tiempo antes, los estados habían dispuesto de tanta capacidad operativa para intervenir conjunta y activamente, como, del mismo modo, en las comunidades se habían conseguido cotas de satisfacción, como las actuales.

Sin embargo, la contradicción parece encaramarse por momentos, a la hora de ir al rescate de la solidaridad como principio promotor en la vida de las personas. Siendo más que evidente, que la solidaridad, es una de las mayores garantías que avalan la paz, que hoy tanto reclamamos.

Por eso, en este día se emite un toque de llamada para no perder de vista la efectividad o, acaso, el vacío que pudiese ejercer la solidaridad, entre la ciudadanía.

Por ventura, ésta debe ser demandada hasta ponerla en práctica, para en seguida, convertirse en una aspiración que entronca con maestría las luchas y demandas sociales. Es, el instinto de unidad frente a propósitos comunes, o quizás, lo opuesto, la opción de la insolidaridad, como coloquialmente diríamos “sálvese quien pueda”.

Un valor que entraña tener la experiencia de encontrarse frente a ella y no permanecer impasible, ante la presencia de los sufrimientos o de la injusticia, hasta expandirse como principio ético y moral, en los que cada uno se constituye en fortaleza del otro.

No permaneciendo indiferente, mientras se tolera el hambre, la humillación o el dolor por la desesperanza.

Pero las evidencias de hoy, irrevocablemente nos arrastran al individualismo, egoísmo y expoliación de los recursos naturales, reportándonos a contextos inconcebibles e improcedentes.

Quién sabe, si reconquistásemos el valor de la solidaridad, nos ayudaría a salir de esta disyuntiva, o a lo mejor, a percibir otros enfoques que ilustren un espacio más justo, equitativo y solidario.

Probablemente este sea el punto de inflexión reconocido para ser copartícipes de las generaciones venideras, asumiendo la tarea de hacer sostenible el universo, porque es el que por dicha vamos a confiar.

Llegado a este punto, la solidaridad como principio, valor, norma y derecho que discierne en el raciocinio del ser humano, le hace estar infundido en el deseo inevitable de ser valioso a sus propias acciones.

Este ser humano entrevé a todas luces, la atracción y la energía de asistencia por el prójimo, trascendiendo las barreras del mero interés y dominando la divisoria de las buenas pretensiones.

Un espíritu emprendedor plenamente desinteresado que salta a la vista, haciendo que resplandezca el esmero constante por servir al otro, procurando ser eficiente, a pesar de los sinsabores que desde ese mismo instante sostendrá con firmeza.

Este hombre o mujer que comporta actividades altamente sacrificadas, podrías ser ¡tú o yo!, puesto que sencillamente trabaja para darse a los demás, no esperando recompensa alguna, pues, su mayor compensación, tan solo queda reducida a ver materializadas situaciones de alivio social y familiar.

La solidaridad positiva y no la incierta, aquella que está citada a poner en movimiento aires de optimismo que patrocinen el florecimiento de cualquier sector, está enteramente justificada en la igualdad de oportunidades y no hace acepción de raza, lengua, edad, sexo, credo o procedencia.

Por estos precedentes y numerosísimos más, el Día Internacional de la Solidaridad denota incompatibilidad con la ambición, siendo el espejo del servicio esmerado que marcha tras la búsqueda del bien común, hasta situarse en el sitio del otro que lo aguarda confiado.

Luego entonces, ¿por qué la lógica reflexionada de este texto en correlación a la solidaridad? Porque convivimos en sociedad y somos iguales en dignidad y derechos y estamos faltos de escenarios de encuentro y colaboración entre las generaciones que somos, pero, sobre todo, porque estamos subidos en el barco de la civilización que nos exhorta a no mirar de lado, porque seguramente escapemos de historias que penden nada más y nada menos, de la generosidad que hoy es tu esfuerzo solidario.

A ciencia cierta, deberíamos posicionarnos con altura de miras en el debate de la cultura de la solidaridad. De hecho, cuánto más fondeamos la mirada en la dignidad de ese hombre, mujer o niño al que no conoces, más se delata la naturaleza que es irrepetible, prodigiosa e inmutable a ese ser humano.

Una existencia como la de ellos, con nombre propio, heredero de un alma que sólo él conoce, capacitado para producir, imaginar y vislumbrar una vida apropiada, un ser provisto de libertad, intelectualidad y capacidad de amar hasta originar infinidades de saberes, artes o signos de entre la miscelánea cultural que comprende.

Por eso, dignidad, generalmente es un término que envuelve el valor intrínseco, no sujeto a causas externas. Lo digno, si de por sí adquiere valor inmenso, debe ser en toda ocasión respetado y querido como merece.

En el caso del hombre, su dignidad permanece por el hecho de ser único, no existe otro por igual como él, por eso es irreemplazable, dotado de intimidad, voluntad y facultad para abrirse a los demás.

Se sobre entiende, que establecer cierta receptividad hacia el medio ambiente o a los animales, podría ser comparativamente llevadero, pero concienciarse del colectivo que sufre en círculos apesadumbrados, parece que resulta más complejo o al menos, es lo que se hace notar.

De ahí, que la creación de puntos saludables que marcan la atención y el respeto de nuestros semejantes, demuestran que la ausencia de solidaridad, nos conduce a una aldea global impropia en plenitud de derechos.

Con la celebración del Día Internacional de la Solidaridad, se insta, que los gobiernos respeten expresamente los pactos internacionales y conjuntamente, nos sumemos a la causa en pro del ensanchamiento de la autonomía, aceptando la existencia de la verdad objetiva y la bifurcación de valores y actitudes, que fortalezcan los ideales de la solidaridad como el mayor de los puntales que tienen las causas e intereses que nos son ajenas.

Toda vez, que las estructuras supranacionales establecidas justamente en el principio de la solidaridad, con el debido respeto a las peculiaridades locales y a la pluralidad cultural de los pueblos, respaldan la viabilidad de una mejora plena y estable que legitime la dirección de los principios básicos, sin discriminación de ningún tipo y en los que rija inconmensurablemente la equidad.

A fin de cuentas, según numerosas fuentes, el proceso globalizador del que todos opinamos, está teniendo resultados negativos. Véase al respecto, el sistema real apoyado en la economía capitalista, que soporta realidades de verdadera injusticia social y económica.

A ello habría que añadir, la intensificación cruel de la pobreza, con especial afectación en mujeres y niños y los dramáticos episodios de los flujos migratorios, que cada mañana se reconstruye trágicamente en los comunicados.

Consecuentemente, de lo que se trata, es que el discurso de la globalización antes mencionado, se establezca en la sostenibilidad económica, social y medioambiental, pero, sobre todo, en la solidaridad que nos reclama sin condiciones, la urgente interpelación de humanizar la vida de millones de personas que, a día de hoy, continúan sobreviviendo en circunstancias inadmisibles.

Por tanto, la solidaridad valorada en este texto, va más allá del proceder e incumbencia de los propios gobiernos, que, finalmente, son quienes gestionan los recursos para obrar adecuadamente e impedir complejidades insostenibles.

Pero, de la misma manera, como ciudadanos de pleno derecho, es obligación por nuestra parte, reivindicar que estas responsabilidades se realicen solidariamente.

No queriendo ser encubridores de las desproporciones diferenciales que nos interpela en la conciencia, hasta el saneamiento de ofertas de cambio para un mundo más equilibrado, en la lucha sin demora de las desigualdades de los pueblos, donde nadie quede olvidado.

Si es así, es irrefutable que nos hallamos ante una formación moral en los que el diálogo y la capacidad de observar, colaborar y percibir lo que otro ser puede llegar a sentir ante entornos inverosímiles, nos dará derecho a construir maneras de vida concretas que, en cada situación explícita, se estime justa, preferible y conforme bajo la patente de la solidaridad.

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