Opinión

Lo que Sócrates le diría a Platón de nuestra academia

La semana pasada, en este mismo foro, mi colega profesor Rubén Puentes publicó un artículo sobre el estado actual de la educación. Si bien coincido en algunos puntos, estoy en desacuerdo con la mayoría de las opiniones que componen su pieza. Así pues, como ejemplo del carácter dialógico de la filosofía, me dispongo a dar respuesta a sus tesis principales. Con el objetivo de mantener cierto orden, y para que este artículo tenga sentido también por sí solo, iré respondiendo una a una a las que a mi juicio son las ideas fuerza de “Lo que Platón diría de nuestra academia”.

Tesis 1: Crítica a los “pedabobos”.

El texto realiza una dura crítica a los “conceptos pedagógicos de moda impuestos por algún gurú educativo” y al uso compulsivo de las nuevas tecnologías en el aula. Sostiene, además, que el buen maestro es el que enseña con pasión, sin necesidad de “parafernalias motivacionales” o atender a la “purpurina de intereses” del alumnado. Esto es, se denosta la práctica docente basada en partir de aquello que motiva al estudiante, y se menosprecia la posibilidad de una pasión simultánea de alumno y profesor. Se convierte a estos profesionales en seguidores de “pedabobos” creados, además, como “hombres de paja” en los que concentrar las críticas. La falacia del hombre de paja consiste en la ridiculización o distorsión del argumento del adversario para hacer más sencilla la censura de sus supuestas opiniones, y este es el mecanismo usado para caricaturizar a los expertos en pedagogía. El artículo también abraza, contra lo que pretende aparentar, una postura antiintelectualista, al diferenciar entre buenos y malos expertos en la materia por un criterio tan arbitrario como el “gusto” personal del autor. El texto en cuestión contiene trazos que lo convierten en una sátira contra los profesores que usan las TIC con regularidad o se les ocurre preguntar a su clase qué le gustaría aprender. Sin embargo, pasa de puntillas por el verdadero elefante en la habitación: aquellos profesores que se limitan a leer el libro y mandar actividades. En los claustros se habla todo el rato de las limitaciones de la innovación, pero no se censura ni de lejos con el mismo ahínco a quienes se contentan con decir al alumnado qué tiene que subrayar, memorizar y “vomitar” en el examen. Igualmente, el artículo cae en la confusión de deseos con realidad que pretende criticar, al creer en la transferencia mágica del conocimiento a las mentes del alumnado por medio de la pasión del docente. Se podría decir que esas dotes del profesor toman como modelo la capacidad de las abejas de transportar el polen de una flor a otra. Desgraciadamente, el proceso de enseñanza-aprendizaje no es tan orgánico y natural como el de polinización.

Tesis 2: La devaluación de los conocimientos por la educación competencial

Con las afirmaciones relacionadas a la bajada de nivel del alumnado de hoy con respecto al de los tiempos pasados, mi colega filósofo se alinea con la corriente de fondo que clama contra una supuesta “educación cancelada”. Este movimiento educativo se queja de una reducción de los contenidos en favor de la competencias, que tendría como resultado la rebaja de los conocimientos adquiridos por parte de la juventud actual con respecto a la pretérita. El primer modo de responder a este argumento es desmontando el sesgo del superviviente del cual brota. Si la educación ha sido cancelada, ¿cuándo estuvo “en antena”? Si el conocimiento ha retrocedido, ¿en qué momento fluyó por las venas de todos los estudiantes? Si se ha devaluado el saber, ¿cuál fue su época dorada? Es totalmente legítimo defender una educación que ha servido a muchos para llegar lejos, pero siendo consciente de que esa posibilidad solo ha existido para unos pocos, y que se sustentaba en un sistema que dejaba (y sigue dejando) a los demás compañeros de clase en el camino. La segunda manera de cuestionar la validez de esta tesis es demostrando la inconsistencia de la asociación de este presunto retroceso con el trabajo en clase a través de las competencias. Diego García, maestro de Educación Primaria y miembro del colectivo de Docentes por la Inclusión y la Mejora Educativa, desmontaba en Twitter dicha conexión demostrando que en la práctica no se aplica el aprendizaje ni la evaluación por competencias en los IES, sino la metodología, la evaluación y la calificación tradicionales (porcentajes para exámenes y cuadernos, valoración de la actitud “positiva”...). Su estudio se centraba en programaciones de departamento de institutos de Andalucía basadas en la ley en vigor hasta el curso pasado. Así pues, si efectivamente existiera tal decadencia, no encontraría su causa en la educación en competencias. En todo caso, ésta habría de ser buscada en el agotamiento del sistema tradicional para atender las demandas educativas de las nuevas generaciones y los nuevos tiempos.

Tesis 3: El modelo pedagógico platónico.

La afirmación del autor en torno a su visión general de la educación habla por sí sola: “Esta consideración de que todo el mundo debe estudiar y que el sistema debe retener a cualquier alumno lo quiera o no dentro de él, ha convertido a un gran número de alumnos en personas frustradas e insumisos educativos (...) y a la escuela en una máquina expendedora de títulos huecos. (...) no estoy en contra de que cualquiera que quiera pueda estudiar (...) lo que estoy cuestionando es que todo el mundo debe estudiar por decreto a su pesar”. Esta idea la sostiene mi colega en el marco de una defensa de la teoría platónica de la educación. Conviene también deconstruir ese marco teórico. Para ello basta leer a Karl Popper en La sociedad abierta y sus enemigos. El filósofo alemán critica duramente el naturalismo platónico, según el cual hay “razas” mejor dispuestas para el saber que otras. Platón, al cual se toma como referente en el artículo y en la cita aportada, creía que cada ser humano tenía aptitudes naturales diferentes, que cada uno tiene un lugar que debe ocupar por nacimiento, “por naturaleza”, para el mantenimiento de la armonía social. Todo el mundo debe ceñirse al papel social que su destino le tiene reservado, nadie puede osar abandonar su puesto de productor, guardián o gobernante, lo cual contradice de plano el que se supone que ha de ser el objetivo de la educación pública. Observamos, además, que se desprecian los intereses del alumnado, salvo el de aquellos más desfavorecidos académica o socialmente cuya motivación sea abandonar y así (estas son frases que se oyen en las salas de profesores) “dejar que demos clase” y “no molestar a los que sí quieren aprender”. Se toma como hecho incontrovertible que hay estudiantes que no quieren ni oír hablar de la educación ni del aprendizaje, y se omite tras esta consideración la pregunta filosófica fundamental: ¿Por qué?

Tesis 4: Defensa de una supuesta visión progresista de la educación.

La imposibilidad de mantener un punto de vista progresista si se toma como referencia el modelo platónico ha quedado expuesta más arriba. Cabe añadir que Platón tenía una idea estática de la sociedad ideal. Es la misma que sustenta el lema “la familia educa, la escuela enseña” que también se defiende en el texto. Este discurso dificulta el progreso social y moral al dejar la educación ética y cívica exclusivamente a las familias, despojando, por ejemplo, a los hijos de padres homófobos del derecho a conocer la existencia de otros modos de ver el mundo. El autor intenta demostrar su progresismo con una crítica al sistema capitalista, aduciendo que “Si no me enseñan nunca sabré y seré otra pieza sustituible de la máquina que hemos montado con nuestro sistema político-económico.” Sin embargo, reserva la posibilidad de salir de esa maquinaria solo al que, desde la perspectiva defendida, quiere aprender. Se cae, pues, con esta idea y la asunción de la pedagogía platónica de las “aptitudes naturales”, en la trampa del neoliberalismo y el modelo de “empresa que vende tazas” que se pretendían asociar a las nuevas “pedaboberías”: si quieres, puedes; si te esfuerzas, lo conseguirás; si no triunfas ni titulas es porque no te lo mereces. En el fondo, y según lo expuesto sobre el filósofo ateniense, ¿qué hay más platónico que el escándalo, que sobrevuela este tipo de tesis, en torno a la posibilidad de que alguien al cual se considera peor o menos digno pueda tener el mismo título que uno mismo? El lamento por la resultante oquedad y pérdida de valor de los méritos propios late tras toda esta corriente de pensamiento. Sócrates puede venir a socorrernos en esta crítica hora, apuntando que el intelectualismo ético es la base de la enseñanza, pero que no debe ser confundido con un elitismo clasista, pues se basa en la creencia en la capacidad intrínseca de todo humano para el aprendizaje. Si el filósofo es el partero de la verdad, como sostenía el inmortal maestro, no debemos hacer distinciones entre personas, pues todas están deseosas de dar a luz el conocimiento. La pregunta que, según mi colega, se hace todo docente, es: “¿Por qué no me dejan enseñar?”. En contraposición, la cuestión que como profesor me surge es: si no creo que todo el mundo tiene la capacidad y debe tener la posibilidad de aprender más allá de sus dificultades de partida, ¿para qué me dejan enseñar?  

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