Opinión

La Soberana del Tiempo

Resulta singular que la idea de la eternidad provenga de percepciones acerca de los astros o de los brotes de la primavera que cada año se renuevan o del primer vagido del humano que tan desvalido llega a este mundo de incertidumbres. Por estar hecho lo perpetuo de un sinfín de partes, de ahí la atracción de la eternidad por lo efímero y de este por aquella, ya que uno y otro participan, en distintas proporciones, de la misma naturaleza. No por ello la unión de ambos resulta al cabo menos cruel. Así lo cuenta riguroso. Así lo narra el historiador y cronista ceutí Anwar alTaláa en el relato que titula La Soberana del Tiempo (Malik Alwaqt), perteneciente al Códice Ashkhas Wa'amakin Barizat fi Sabta.

Refiere el cronista que el monarca Abdhulá alQawiun, quien gobernaba Ceuta y demás territorios con tanta autoridad como sabiduría, oyó hablar de un ciudad llamada Adha al-Amra, distante setenta jornadas de Ceuta, donde vivía, como una perla guardada en su concha de nácar, la sin par y poderosa reina Luluat Mukhlisa. Augures y lenguaraces ponderaron la belleza de esa reina y la riqueza de su reino, pues la beldad gobernaba en un palacio de cristal plagado de gemas, y cada casa de Aha al-Amra disponía de dos huertas que daban tres cosechas anuales libres de cornezuelo, cenizo y moscardones. Cada árbol ofrecía frutas a cuál más deliciosa bastando poner los canastos bajo sus ramas para que las frutas maduras se dejasen caer en ellos.

Prendado de todo lo escuchado, el monarca Abdhulá alQawiun decidió ponerse en camino. Los agoreros dijeron entonces que, ciertamente, el reino era inmensamente rico y que la belleza de su reina no tenía igual, pero encontrábase protegido por fuerzas que lo hacía inaccesible, según los deseos de su soberana.

Pese a todo, el formidable ejército de jinetes, infantes y máquinas de guerra partió de Ceuta y al atravesar el yermo que llaman Wadi Aleatash, les faltó el agua. El rey ordenó a su zahorí que la encontrara ya que estaba dispuesto a proseguir aún tuvieran que recurrir a la humedad de las espinas. Apartó el zahorí la tierra polvorienta con ambas manos y al cabo indicó a su señor dónde podría conseguir agua abundante.

El ejército penetró en el país de los Al'aqzam y luego de sangrientas escaramuzas, entabló el monarca negociaciones con los aliados de este reino, prometiéndoles mejores beneficios si cambiaban de bando y consiguiendo la ayuda de los jeques locales que engrosaron su ejército, no se detuvo sino ante las murallas de la ciudad de Al'aqzam , que tomó al asalto. Para festejar la victoria quiso el monarca dar cuenta de ella a la bella reina Luluat Mukhlisa y le envió un heraldo dándole toda clase de seguridades, mensajero del que no volvió a tener noticia. El rey escuchó de boca de los gobernantes vencidos que la reina Luluat Mukhlisa disponía, además de su persona, entre otras destacables riquezas, un solio ornado con una gran corona de gemas, algunas del tamaño de una nuez y los ornatos del solio estaban rematados por la figura de un enorme disco solar de oro macizo. Y el asiento era también de oro y del cristal más puro y transparente las paredes de la estancia que guardaban tan imponente trono.

Siguió el rey su camino y en el país de Ddamar, sus soldados encontraron a un anciano que saliendo del bosque les increpó instándoles a que se retiraran pero fue llevado a presencia del soberano, donde el prisionero elogió la sin par hermosura de la reina Luluat Mukhlisa, brillando ella por encima de lo más refulgente. Ahora bien, un temible dragón guardaba todo este caudal por lo que el rey y su ejército debían de dar media vuelta. Sospechando el rey de él le preguntó si era el guardián de la soberana o acaso su carcelero y le arrebató un dije con la imagen de ella. Al verse descubierto, el anciano se transformó en un dragón que sembró la muerte y el caos entre los soldados a los cuales devoraba tachándolos de estúpidos.

Hízole frente el monarca y así como las fauces de la bestia pretendieron cerrarse sobre él, cortó su cabeza. Habiendo acabado con la terrorífica bestia, mandó el monarca un nuevo heraldo con un nuevo mensaje para la reina Luluat Mukhlisa a la que rogó que desechara cualquier temor que su cercanía pudiera provocar, añadiendo todos los requiebros y galanuras, entre otras la de ponerse a los pies de la soberana.

Uno de sus magos a quien sus mancias no mentían y él tampoco estaba dispuesto a hacerlo, se encaró con el monarca, diciéndole: ¡Ye, el más poderoso! Hasta ahora has vencido pero aún te falta el adversario más poderoso y sin igual al que no alcanzarás a atarle los lazos del calzado a menos que ella te conceda ese privilegio Reflexiona si pretendes seguir el camino trazado.

El augur estuvo a punto de perder la cabeza por hablar de aquella forma tan negativa acerca de lo que el monarca anhelaba. Y , sin noticias de los heraldos, avanzó con su ejército hasta la frontera de la soberana y a partir de ese lugar decidió proseguir acompañado solamente por un reducido número de fieles. Tras varios días de marcha, llegaron a una ciudad, aquella que gobernaba la reina Luluat Mukhlisa, y le pudieron a una buena mujer albergue por aquella noche, a lo que ella, viéndolos tan atentos y modosos, sumado a una bolsa de monedas, accedió de buena gana y los acomodó en su granja.

A la mañana siguiente, apenas amaneció, la buena mujer se levantó y halló las haciendas hechas, por lo cual se mostró contenta y proclive a contestar las preguntas que el monarca le hizo, confiándole este que necesitaba firmar un tratado que no admitía demora con la reina Luluat Mukhlisa. Repuso la buena mujer que con la reina no valían las prisas, que su abuela y su madre y aún ella estuvieron al servicio de la soberana y nunca fue atacada por la prisa. Contestó el monarca que no le era posible esurgencia. Relató la mujer que la soberana Luluat Mukhlisa no envejecía y por ello y a pesar de su belleza se encontraba la mayor parte de su tiempo sola por lo que, después de todo, era posible que lograra verla. Aseguró el monarca que no le importaba otra cosa. Entonces la buena mujer se figuró que nada más verse ambos se enamorarían. Y advirtió al extranjero que en el caso de que congeniase con ella y naciera el amor entre ambos, ya nunca podría volverse a tras, viéndose amarrado hasta fenecer a una mujer en cuyo rostro no brotaría una sola arruga. El monarca repuso que cada vez que de una u otra forma se referían a ella, mayor era el afán de verla. Puestas así las cosas, dióle la buena mujer las instrucciones para llegar al jardín del alcázar burlando la vigilancia de los guardianes que de apresarlo lo matarían de inmediato. Se negaron los que le acompañaban a cejarlo ir pero el monarca se afirmó en su propósito de no emplear las armas sino que se presentaría ante la soberana con la mejor de las intenciones.

Pese a las protestas de los suyos, cumplió el monarca con las instrucciones dadas y al despuntar el nuevo día, vio a la reina Luluat Mukhlisa aguardando la salida del sol para reverenciarlo, en cuyo momento no se lograba discernir cual era la estrella que más lucía.

De inmediato, el monarca pidió audiencia y lo condujeron al palacio de cristal, ante el solio de ella vacío, que era de desmesurado tamaño. Sobre él brillaba una corona de rubíes y esmeraldas, y su base era de jaspe y pedrería. Temieron algunos poderosos que se enamoraran, mal hablando que la soberana tenía piernas de cabra o la enfermedad de la lepra. Y como no pudo ser menos, el monarca quiso certificar la verdad de aquellas palabras.

Al presentarse la soberana a las puertas de palacio y hallarse con un arroyuelo , alzóse las faldas para pasarle, y el rey que desde su puesto en el Salón del Trono la miraba indiscretamente a través de las paredes de vidrio, comprobó que los cortesanos habían mentido y prendado de su hermosura y sin atender a ningún razonamiento y como ella se mostrara caldeada también, se casaron a pesar de todo los pesares, eligiendo como lugar para guardar a su esposa las Murallas de Ceuta. Hizo el monarca un gran recinto que dividió en cuatro jardines, correspondiendo cada uno a las cuatro partes del mundo, con cuatros pabellones: el del Aire, el del Agua, el de la Tierra y el del Fuego.Y allí transcurrieron sus días de enamorados, entre el murmullo de las fuentes y el canto de los pájaros que huyendo de la bulla de la ciudad, se entraban por el ramaje y entre la plantas aromáticas ,alegrando a los monarcas con su canto. Se sucedían allí además la música de laúdes, rabeles y tamborcillos y la estrofas de las canciones a base del hazaj, wahir y hazaj y juegos y saraos.

Reinaron ambos con buen provecho de los súbditos hasta que el peso de la edad fue venciendo al monarca en tanto que ella permanecía con la misma juventud que el día en que la vio por primera vez. Estando ambos en el Pabellón del Aire escucharon el canto de un jilguero singular. Issha, el viejo jardinero, había comprado un jilguero cegado con el fin de hacer más intenso su canto y en dorada jaula lo trasladaba según las horas del día. Al atardecer. el pequeño tenor dejaba oír las más bellas estrofas y cantilenas aprendidas de sus antepasados y otras compuestas por él mismo con indudable talento. En uno de los paseos entre los pabellones, el monarca Abdhulá alQawiun le preguntó a su esposa si sabía por qué el canto de ese pájaro resultaba tan emotivo. Ella no supo contestarle. El monarca dijo: -Porque desea lo imposible. La esperanza es una cárcel que pende sobre el abismo.

Algún tiempo después el monarca presintió la muerte y sentándose en su trono, dio el último suspiro. La reina, que había amado al monarca sobre todas las cosas, regresó a su alcázar y una vez en él, en esta ocasión no buscó un ejército que guardara su reino ni un dragón que acobardara a los osados guerreros que se atrevieran a buscarla, sino que ordenó que sus magos borraran los caminos que conducían a su reino. Cuenta el cronista que cada jornada la reina Luluat Mukhlisa se asoma al balcón de su alcázar en espera de que aparezca el sol, momento en que no podría decirse cuál de las dos estrellas sobresale en belleza, recordando aquel día en el que el monarca Abdhulá alQawiun, henchido de juventud y de sentimiento amoroso, se abrió paso hasta ella con el solo fin de conocerla.

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