Sistema de inseguridad en el Siglo XXI

La seguridad es, con pocas dudas, la cuestión más ardua de todas a las que un gabinete puede enfrentarse en el siglo XXI. Teniendo en cuenta el vasto crecimiento de la población mundial, es imposible organizar un cuerpo lo suficientemente grande y disciplinado como para estar presente en cada uno de los puntos del país realizando un trabajo cuya intensidad no decaiga en ningún momento. En la actualidad, el volumen de los ciudadanos es absolutamente incontrolable, y ante una ofensiva tanto premeditada como espontánea poco puede hacer cualquier cuerpo de seguridad. Esta realidad, terrible sin paliativos, es el más grande de los puntos oscuros que condenan a nuestras civilizaciones a ser conscientes de que si alguien se plantea matar a alguno de sus miembros, ya sea por un arrebato instantáneo o por un odio macerado, lo podrá hacer sin ningún tipo de problema. Hoy en día cualquiera puede fabricar armas caseras de importante resonancia, así como aprovechar los espectaculares caudales de información y contacto que circundan por el mundo real y el cibernético para acabar con quien lo desee. Ante este amplio elenco de posibilidades para transgredir la paz de la vida cotidiana del pueblo, los cuerpos de seguridad no pueden hacer sino muy poco.
Si bien este es un drama compartido por todos los países del globo, EEUU lo sufre con una voracidad impresionante. Pese a poseer uno de los sistemas y cuerpos de seguridad más robustos y costosos de todo el mundo, los estadounidenses contemplan su impotencia a la hora de procurar ampliar la efectividad de su seguridad en un país y un mundo masificados. Tampoco pueden evitar que el personal que se dedica a estas lides no caiga presa de la relajación a medida que el fantasma de los grandes ataques al país se aleja. Las palabras de Barack Obama recordando que la lucha contra la inseguridad también forma parte de los ciudadanos, refuerza este punto de vista.   
Los preocupantes sucesos de inseguridad que jalonan la potencia más reputada del mundo no responden a sus esfuerzos, que soplan tan fuerte como pueden en la dirección contraria a lo que sucede. No se trata de una cuestión de extremada desidia o desinterés como, por los datos, podría parecer. Ni siquiera el efecto de disuasión de su rígido sistema judicial actúa como tal para ahuyentar a futuros irruptores. En el caso de los Estados Unidos la situación es aún más compleja, por cuanto sus enemigos (y los que están cerca de serlos) se ven animados a golpear con decisión su territorio sabiendo de antemano que su ofensiva será, inmediatamente, conocida en el mundo entero: una verdadera humillación directa al emporio de Occidente. Pero es que, además de esto, EEUU cuenta con un índice elevadísimo de inseguridad causado por una minoría de sus propios ciudadanos, que provoca actos de sorprendente abominación. Sin embargo, rara vez se ha visto que un debate acerca de la seguridad del estado estadounidense iniciado por un hecho de estas características no haya acabado en aguas de borrajas, como el sempiterno debate de las armas, por citar alguno reciente. En este sentido es comprensible que pueda criticarse la poca movilidad de EEUU, a pesar de los millones invertidos en materia de seguridad.
El reciente tema de las explosiones del maratón de Boston ha sido una más entre tantas, y es probable que tampoco genere una autocrítica más profunda de la debida dentro de la Casa Blanca; y si lo hace, dudo que desemboque en ninguna decisión que en la práctica tenga gran importancia en la seguridad de los ciudadanos. Evidentemente, las reacciones de auxilio y colaboración posteriores al hecho son de gran importancia y merecen toda loa posible, pero conformarse con eso es insuficiente, pese a lo imposible de establecer un sistema de seguridad perfecto.