El colectivo de sirios que, cada vez en mayor número, se asienta en el CETI ha protagonizado más de un plante a la administración solicitando la concesión del asilo o implorando la marcha a la península por la vía rápida.
Todos recordamos la acampada en la plaza de los Reyes, el dramático desalojo de los menores, el regreso a la plaza esta vez con sacos de dormir y sin menores... y así hasta llegar a publicar las primeras salidas a la península. Aquí siguen llegando más sirios y se repiten las mismas reclamaciones: quieren un traslado lo más rápido posible fuera de Ceuta y hasta denuncian la discriminación que sufren respecto del colectivo subsahariano.
El otro lado no siempre se convierte en el lugar más protegido. Eso es algo que han podido confirmar los sirios de allá, los que dejaron el CETI para marchar a Europa y ahora se encuentran acampados en un parque de Francia, al lado de una mezquita, malviviendo con las ayudas que les da una oenegé y esperando que se les conceda algún tipo de protección.
Algunos sirios duermen a la intemperie con sus hijos pequeños, otros dentro de coches... pero todos esperan de igual forma que en Francia se les dé una atención que no llega. Entre esos sirios cuyos imágenes se han podido ver en las cadenas de televisión francesas, se encuentran algunos de los que estaban en el CETI de Ceuta y que incluso participaron en las acampadas de protesta.
La realidad les ha mostrado una triste evidencia: no el siempre el otro lado es mejor que este; no siempre en el otro lado reciben las atenciones básicas que sí quedan garantizadas en este. Lo que allá son ayudas soportadas por una caridad que puede tener fecha de caducidad, aquí es una obligación sufragada por el Estado que garantiza así un cobijo, alimento, asistencia sanitaria y educativa para todos los inmigrantes acogidos.
Me ha dado por escribir hoy de esta comparativa porque intento pensar en lo que ahora estarán sintiendo aquellos que veían en este lado todo tan negro que terminaron cegados sin reparar que ahora, el país de las libertades les ofrece muchas menos posibilidades que la ya eternamente bautizada ‘dulce prisión’.