Tras doce largos años de intenso conflicto bélico y con la inmensa mayoría de la población siria haciendo frente a desafíos continuos para sortear sus estrecheces básicas, la crisis humanitaria que padece en toda regla la República Árabe Siria, debe continuar contemplándose como una prioridad de ámbito internacional y concreta el mayor de los despropósitos del planeta, sin parangón en la historia más reciente.
Desde entonces, demasiados acontecimientos han acaecido, pero Siria parece haber quedado empantanada en una violencia sin límites que, si bien ha disminuido en parte en los últimos años, continúa siendo el paisaje en un país fragmentado en manos de cuatro grandes facciones.
Mientras que el Observatorio Sirio de Derechos Humanos afirma que al menos 613.000 personas han fallecido, de las cuales 25.546 han sido menores de edad, 2.1 millones de individuos han resultado heridos. Obviamente, este entresijo implica a numerosos actores. Primero, el Gobierno sirio y su ejército dirigido por el presidente Bashar Háfez al-Ássad (1965-57 años), quien atenazó las manifestaciones pacíficas y se contrapuso a los rebeldes, el otro actor involucrado. Y segundo, el autodenominado Estado Islámico (EI) que se valió del desconcierto causado para ganar terreno en su codiciado califato.
En tanto, Rusia, Irán y la organización islámica Hezbolá respaldan al Gobierno sirio, atraídos por su geopolítica e influencia, Estados Unidos y una coalición internacional de sesenta países se coordinaron con milicias kurdas para enfrentarse al EI y hacer contrapeso a Rusia.
Turquía, estado colindante con Siria, se adentró a ser parte del conflicto ante el progreso de milicias kurda, procurando impedir que alcancen sus fronteras. Finalmente hay que referir a Israel. Aunque abiertamente no se ha comprometido tras mostrarse neutral, sí que ha bombardeado posiciones de Hezbolá y las fuerzas iraníes.
“La revuelta árabe que no eclosiona y que está desgarrando al tejido social y económico del país, años más tarde de la génesis de la guerra civil, vuelven a aflorar convulsiones de protesta contra el régimen de al-Ássad”
Con estas connotaciones preliminares, el actual presidente de Siria recibió el poder de su padre Háfez al-Ássad tras su muerte en el año 2000 y este llegó a lo más alto en 1970 por medio de un golpe de estado y se apuntaló como líder del partido socialista árabe Baath. Tras alcanzar el poder, Háfez limpió el partido de todos sus contrincantes políticos y convino los puestos de responsabilidad a familiares próximos y personas allegadas. Así, las riendas del partido Baath y las fuerzas de seguridad quedaron a merced de la familia alauita, en un país mayoritariamente suní.
El extremismo de Háfez no transigió ninguna manera de disidencia política y oprimió fuertemente a fuerzas políticas e individuos que retaban al régimen. Los servicios de inteligencia distinguidos como Mukhabarat, han sido cruciales para afianzar la prolongación del régimen suprimiendo cualquier escisión y a menudo mediante evidentes quebrantamientos de los derechos humanos.
En los años setenta la intensificación de los Hermanos Musulmanes que intercedían por una revolución de régimen y la constitución de un estado islámico, se comprimió encarnizadamente con lo que terminó siendo consabido como la masacre de Hama que se saldó con alrededor de 20.000 víctimas.
Posteriormente, a la muerte de su padre, Bashar Háfez al-Ássad tomó la dirección del partido Baath augurando innovaciones políticas y económicas. Esta etapa se reconoció como la ‘Primavera de Damasco’ y las proposiciones en ningún tiempo se plasmaron y las exiguas e indecisas reformas que se realizaron fueron invalidadas, descomponiendo así cualquier anhelo de que bajo la administración de Bashar, Siria transitase de una autocracia a un estado democrático moderno.
A resultas de todo ello, la oposición Siria abarca un nutrido grupo de actores políticos tanto dentro como fuera, y en el interior de ella existen otros que despliegan un encaje rigurosamente político y otros que han tomado las armas. A pesar de sus disecciones, la oposición posee un requerimiento común: el desmoronamiento del régimen de al-Ássad. No obstante, no conllevan una aspiración política superpuesta. Algo que se interpreta por el entorno instintivo de los levantamientos y el hecho que no existiese una agenda política o ideológica autoritaria tras las manifestaciones.
En una tentativa de ensamblar diversos grupos de la oposición bajo una organización paraguas, se constituyó en 2011 el Consejo Nacional Sirio (CNS). Desde su inicio, el CNS ha estado desbordado de luchas internas y rupturas, siendo nulo para conservar una posición clara en cuestiones clave como la interposición militar extranjera. Igualmente no ha sabido precisar una táctica militar y política para la era post al-Ássad.
Subyugado por los líderes en el ostracismo de los Hermanos Musulmanes y maniobrando en Turquía, el CNS fue censurado por integrar a destacadas figuras de la oposición en sus filas y estar distanciado de lo que sobrevenía en el interior de Siria. En cierta manera, sostenía poco dominio sobre grupos rebeldes armados en el terreno, porque éstos aceptaban apoyo militar y financiero claramente de varios donantes regionales y no estatales, pasando por alto la actuación del CNS de acomodar el desembolso de las armas de donantes extranjeros a milicias de la oposición.
Dada la carencia de proyección del CNS sobre los grupos de milicias y con la validez de sus líderes persistentemente puesta en duda tanto por los sirios como por los actores internacionales, se instituyó la Coalición Nacional de la Revolución Siria y las Fuerzas de la Oposición en 2012, que congregó al CNS junto con otros líderes de la oposición en un conato de amplificar la base de apoyo de la oposición política. La coalición, como el CNS, ha sido víctima de las tiranteces internas, de su incompetencia en deberes de gobierno y de su imposibilidad para dominar a los grupos armados rebeldes.
El Ejército Sirio Libre (ESL) surtido de desertores y voluntarios abarca los pocos grupos insurrectos que alientan la coalición. Si bien, la decadente atribución del ESL y la propagación de grupos armados que no contemplan la legalidad de la coalición, se hace cada vez más dificultoso allanar las discrepancias entre los actores sobre el terreno y la oposición política al margen de Siria.
En definitiva, cada uno de los esfuerzos por agrupar los grupos perturbadores armados bajo un mandato concentrado ha naufragado. El mero hecho de que tanto la oposición armada como la política sean insuficientes para conformar un frente conjugado, pone en riesgo la estabilidad y la legitimidad de la oposición.
El régimen de al-Ássad se ha valido de un alegato sectario desde el principio en una pretensión de posicionarse como el único defensor de los derechos de las minorías. El progresivo peso de yihadistas insurgentes que salvaguardan un sunismo vehemente, ha reasentado este relato sectario a parte de la oposición. El caso de que este laberinto esconda una magnitud regional ha fortalecido esta predisposición. La oposición siria está capitalizada y armada por estados mayoritariamente suníes como Turquía, Qatar y Arabia Saudí y se sustenta de partidarios suníes. Por el contrario, el régimen sirio acoge apoyo de Irán, chií e integrantes de la milicia libanesa chií Hezbolá.
La intimidación sectaria y el chantaje de desagravios ha acrecentado la cuantía de desplazados internos. Parte del conjunto poblacional ha escapado hacia espacios en las que su comunidad es hegemónica, virando por completo el plano social de numerosas localidades y pueblos sirios. Aunque la disyuntiva cada vez se determina como una guerra entre una oposición suní contra un régimen que cuenta con el sostén de alauitas y chiíes y la confabulación de otras minorías, el contexto es más enrevesado. El fundamento del régimen no se sustenta únicamente en las minorías, sino asimismo en suníes leales al régimen como comerciantes, personas de negocios y oficiales del ejército que tienen algo que malograr si el régimen no perdura.
Las luchas entre la comunidad kurda y algunos grupos de la oposición, han incorporado un nuevo formato a la desintegración étnico-política del estado. Los kurdos constituyen el 9% de la población y se encuentran geográficamente reunidos en el Noreste de Siria, en concreto, a lo largo y ancho de la frontera turca e iraquí.
Desde la detonación de las contiendas, los kurdos han procurado apartarse tanto del régimen como de la oposición y el régimen de al-Ássad se aisló de las zonas kurdas, transfiriendo el control al partido Unión Democrática Kurda (PYD). Cuando grupos yihadistas quisieron ensanchar su dominio a las superficies kurdas, el brazo armado del PYD rehusó con éxito las agresiones y desde entonces ha habido diversas colisiones entre ambas fuerzas.
Recuérdese al respecto, que lo que comenzó como desaprobaciones pacíficas, empezó a proyectarse y armarse como réplica a la represión del régimen. Las primeras sacudidas de oposición armada residían en una composición de civiles y militares desertores que se vincularon al movimiento anti régimen, después de ser espectadores del empleo desproporcionado de la fuerza por parte del gobierno.
A medida que la oposición se previno de más armas y munición, las pugnas se incrementaron transformándose en un conflicto de suma cero, con las dos partes forcejeando por su conservación.
El conflicto sirio apremia con desequilibrar Oriente Medio, pero las ramificaciones de la guerra han sido especialmente arduas en sus vecinos más próximos. La crisis siria puede quebrar el ya quebradizo y transitorio equilibrio social del Líbano. El temperamento cada vez más sectario ha tenido una consecuencia de inoculación con violencia sectaria surgiendo en urbes como Beirut, Sidón y Trípoli.
Líbano debe de sortear con la gradual cifra de refugiados sirios que transitan hacia su región. En cambio, en Irak, el hervor sectario y la marea de refugiados mayoritariamente suníes, ha soliviantado el curso de seguridad.
Con el gobierno iraquí abogando implícitamente el régimen de al-Ássad, se ha multiplicado la segmentación entre la mayoría chií y la minoría suní que se nota marginalizada. Conjuntamente, la ramificación contagio ha alcanzado a Irak ya que grupos militantes suníes se han hecho más poderosos. Lo ha confirmado el Estado Islámico de Irak y Siria arrebatando la ciudad de Faluya.
Turquía ha recogido a más de 600.000 refugiados sirios. Los campos de refugiados aumentan alrededor de la frontera sur de Turquía y el advenimiento de cientos de miles de musulmanes suníes a la provincia de Hatay, inquieta con promover zozobras sectarias y étnicas con la urbe local. Sin duda, a Turquía le agita el fortalecimiento del Partido Democrático Sirio, un socio del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) en el Norte de Siria.
Jordania ha admitido unos 550.000 refugiados acentuando su susceptible horizonte financiero. Asimismo, la seguridad de Jordania se ha visto perturbada por la paulatina cantidad de yihadistas jordanos que atraviesan la frontera siria para engarzarse a los grupos partidarios a al-Qaeda. Ammán sospecha tanto los resarcimientos del régimen sirio como que los yihadistas luchando en Siria puedan convertirse en un peligro para Jordania una vez termine la guerra en el país vecino.
Con lo cual, ¿es viable un desenlace político al conflicto sirio? Retrocediendo en el tiempo, en 2013 el viceprimer ministro sirio avisó que la guerra había llegado a un punto de inflexión, sin que ninguno de los dos bandos fuese capaz de vencer al otro y esta realidad es complicada que varíe en un futuro inmediato. La estabilización de poder podría agitarse con una intrusión militar occidental, pero esta alternativa no se vislumbra y se hace resaltar la exigencia de un acuerdo político.
La Conferencia de Ginebra II que se inició el 22/I/2014 pretendía proporcionar una plataforma donde se pudiera fraguar dicha solución.
Los elementos de un desenvolvimiento político en Siria bajo los auspicios de Naciones Unidas comprenden garantizar la integridad territorial de Siria, la constitución de una administración de transición con plenas atribuciones ejecutivas e instaurar una agenda factible que estampe los plazos para que Siria se convierta en una fórmula parlamentaria democrática multipartidista.
Ginebra II estuvo determinada por las fluctuaciones sobre qué actores contribuirían en la conferencia. Como muestra, la Coalición Nacional Siria únicamente mantuvo su representación tras una reunión en Estambul en la que requirió que se quitase el ofrecimiento a Irán. A la postre, el Secretario General de Naciones Unidas descartó la invitación a Irán por no admitir los resultados de Ginebra I.
En Ginebra se sentaron alrededor de la misma mesa el régimen y los líderes de la oposición y alcanzaron entendimientos básicos como dejar marcharse a mujeres y niños de la ciudad asediada de Homs e incluso hombres no combatientes, previa entrega de un registro, autorizar el acceso de un convoy humanitario y la realización de inventarios para el intercambio de prisioneros.
La conferencia estuvo caracterizada por una continua pugna verbal entre las dos delegaciones: la oposición reclamando en conversar sobre transición política y el gobierno insistiendo sobre el terrorismo. En conclusión, el acuerdo sobre Homs no se ha acatado, pero en su lugar se han logrado altos el fuego para proporcionar ayuda humanitaria a nivel local.
Sin embargo, ha sido inalcanzable concertar un alto al fuego generalizado o suscitar un cambio político que pusiera fin al conflicto. La oposición siria insta que al-Ássad desista a su poder y un calendario para la transición. Inexcusablemente, esas son las designaciones que el régimen no está por la labor de comprometerse, y más inmediatamente de que al-Ássad se haya convertido en un participante para desmantelar el arsenal químico, soslayando así una injerencia militar internacional.
A ello se incorpora que la Coalición Nacional se siente objetada internamente y será precavida con relación a efectuar cesiones para que su renombre no mengüe todavía más. Al mismo tiempo, aunque la Coalición Nacional es la entidad representativa de la oposición siria, no es indudable si asume la jerarquía para pactar en el nombre de varios grupos que forma la oposición, y si será competente de hacer admitir una admisible solución de Ginebra II a los grupos que acomodan la oposición. Como del mismo modo, favorece la falta de unanimidad entre las potencias sobre el futuro político y cómo atemperar los paulatinos desenlaces humanitarias del conflicto.
El 21/VIII/2013, testigos y activistas advirtieron del empleo de armas químicas en dos términos de Damasco. En escasas horas esas confirmaciones se ratificaron por vídeos y fotos de docenas de víctimas sufriendo las sintomatologías ocasionadas por la exposición al gas nervioso. Aunque la cifra precisa de bajas no se pudo fijar, la oposición Siria declaró que habían fallecido al menos 1.300 personas en el acometimiento y responsabilizaron al régimen sirio.
“El horizonte ha llegado a un punto de no retorno, porque nos hallamos con un estado inmerso en una crisis crónica, porque en términos económicos la inflación no deja de multiplicarse”
La prueba de los vídeos avivó el alboroto en el seno de la Comunidad Internacional. Si bien, el conflicto sirio había producido miles de extintos, la aplicación de armas químicas amplió un nuevo calibre al conflicto. Las armas químicas, en contraste de las convencionales, son indiscriminadas y desde 1925 el protocolo de Ginebra limita su manejo. La misión comisionada a Siria a supervisar la explotación de armamento químico constató que habían sido dispuestas y coincidieron que las fuerzas de la oposición no disponían de los medios para arrojar un ataque así, quedando exclusivamente el régimen de al-Ássad como el único que se apresta de este tipo de armamento y el responsable más presumible. El régimen sirio contradijo esas versiones, aludiendo que faltaban certezas categóricas. Entretanto, el gobierno de los Estados Unidos tanteó la viabilidad de un ataque militar como réplica, ya que como el presidente había pronunciado en 2012, su uso correspondería a traspasar la línea roja.
Como es sabido, la intervención militar no se materializó por el recelo a verse inmerso en otro conflicto. En su lugar, se llegó a una escapatoria diplomática convenida por Rusia y los Estados Unidos por medio de la cuál, Siria decidía desmantelar y destruir, bajo inspección internacional, el conjunto de su arsenal químico.
De este modo, al-Ássad, quien contradeciría elocuentemente haberse valido de estas armas, permitió su desmantelamiento para eludir un ataque militar y así afianzar la conservación del régimen.
En consecuencia, la revuelta árabe que no eclosiona y que está desgarrando al tejido social y económico del país, años más tarde de la génesis de la guerra civil, vuelven a aflorar convulsiones de protesta contra el régimen de al-Ássad. Numerosas ciudades se levantan para delatar unas condiciones económicas enrarecidas y salen a las calles ciudadanos que durante años estuvieron al margen de la guerra.
El escenario que actualmente subyace tiene mucho que parecerse con la fase de indisposición económica y las bifurcaciones políticas que se ciernen. Y por si fuera poco, los manifestantes imploran la puesta en libertad de los presos políticos de las cárceles del régimen y la caída del presidente, al que contemplan como el culpable del desplome económico.
Digamos, que el horizonte ha llegado a un punto de no retorno, porque nos hallamos con un estado inmerso en una crisis crónica, porque en términos económicos, la inflación no deja de multiplicarse. Al igual que el desempleo. A todo ello hay que agregarle las repercusiones perjudiciales que está incluyendo la sequía en buena parte, pero fundamentalmente en los sectores del sur, como As Suwayda. Esa escasez de agua se convierte en la falta de electricidad, porque la que se obtiene lo hace de las represas del norte. Luego entonces, los sirios están habituados a permanecer con dos o tres horas de electricidad máxima durante el día y con una falta de recursos considerable.
Realmente, las protestas afligen prácticamente a la totalidad del país, incluso a territorios tradicionales del régimen en la franja mediterránea costera. Sin inmiscuir, otros círculos como Daraa y Alepo que se encuentran bajo el control del régimen.
Fijémonos sucintamente en As Suwayda que es una zona de mayoría drusa y constituye aproximadamente el 3% de la población siria que tradicionalmente se habían mantenido al margen de las desaprobaciones. Justamente tachan el contexto límite de crisis económica. Es una urbe preferentemente agrícola en penuria extrema. Además, el 90% de la población siria está subsistiendo en situación de pobreza, desnutrición y reaparición de afecciones erradicadas como el cólera.
Llegados a este punto, se está generando una especie de tormenta perfecta con los efectos desencadenantes del terremoto que se originó en febrero, con significativas pérdidas económicas y humanas en el norte. Ante ello, el gobierno es incapaz de mostrar una respuesta, entre otras cuestiones, porque pende de la ayuda que le facilitan sus dos aliados internacionales: Rusia e Irán.
A su vez, dichos estados asumen un ambiente complejo, con crisis sociales e intervenciones militares fuera de sus límites fronterizos, como es el caso de Rusia en Ucrania. No aprestándose de los recursos que anteriormente tenían para sufragar al régimen sirio que es copiosamente impugnado no sólo por las porciones de la oposición tradicional, sino incluso de sus propios leales, que están distinguiendo como la posición es calamitosa dentro de la emergencia.
Finalmente, el mundo es espectador de una crisis humanitaria sin precedentes con la depravación de los crímenes cometidos. Sin una visión clara de poner fin a los antagonismos reinantes, ahora se vuelven a unir múltiples protestas donde las resultantes proseguirán creciendo e influyendo no sólo a Siria, sino a los campos de refugiados, distinguidos por la superpoblación, la inseguridad y la imposibilidad para cubrir las carestías básicas.
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