Opinión

Otra vez Siria, un Estado que se debate entre el ser o no ser de una guerra eterna

Lejos de concluir, el conflicto de Siria continúa frustrando la vida de millones de personas, donde el sufrimiento, la desesperación y la violencia más despiadada, se han posado indeterminadamente sobre esta región.
Lo que por aquel entonces, se inició como un cruce de reproches y críticas de la mayoría suní contra el régimen de Bashar Háfez al-Ásad (1965-54 años), miembro de los alauí y presidente de la República Árabe Siria, se encaminaría a ser la chispa de las peores atrocidades conocidas desde la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).
Tras la represión implacable que las fuerzas del gobierno desplegaron contra quienes pretendieron reclamar, algunas partes de la oposición optaron por responder con las armas. De esta manera, lo que en principio era un episodio de la denominada Primavera Árabe, se iría transformando en el abismo más inhumano del siglo XXI.
Ocho años y siete meses más tarde, la guerra de Siria adquiere una complejidad de tales dimensiones, como divergencias y piezas de un puzle enmascarado, que el juicio y la intuición de lo que allí está aconteciendo, se ha convertido en un exclusivismo del análisis internacional. Muchas de las degradaciones vistas en este país ya no resultan extrañas, sino reiteraciones de antiguos y bárbaros actos en los modos de asesinar. La primera de las variantes aprendidas es bien justificada: cuando las armas se enfrentan a las armas, no existe manera de concebir cómo se desarrollará; ni tampoco, quien la liderará, ni cuándo cesará o cuál será el precio de la sangre derramada.
Conjuntamente a la apelación de la administración siria, el Estado Islámico de Irak y el Levante, también conocido, como Estado Islámico de Irak y Siria o EIIL, oficialmente Califato Islámico, relacionado igualmente como Estado Islámico, EI o ISIS y de Al Qaeda, que han realizado barbaridades semejantes al Holocausto o Genocidio de Bosnia, se añade la irracionalidad en los métodos de aniquilación aplicados por las fuerzas militares del régimen de al-Ásad, en el que en paralelo se mueven facciones que responden al mandato de tribus regionales, como las milicias kurdas, chiíes o de Hezbolá, además de tropas turcas, Unidades de Protección del Pueblo, por sus siglas, YPG, que conforman la Coalición de las Fuerzas Democráticas Sirias.
A lo que se añade en esta disputa, la intervención directa e indirecta de Irán y Arabia Saudí; al mismo tiempo, el consabido protagonismo de Rusia y el anuncio reciente de la retirada de los americanos de este escenario.
Cuando se dieron por comenzadas las protestas masivas en las que cientos de miles de sirios marcharon a las calles, nadie evaluó que los grupos del extremismo salafista conseguirían adueñarse de la agitación, abriendo las puertas a una yihad que ha servido de molde para lapidaciones, degollamientos, descuartizamientos, asesinatos por fuego y otro extenso repertorio de fórmulas adoptadas para matar con técnicas inimaginables, que han perseguido a la raza humana.
Es más, nadie conjeturaría que esta guerra coronaría la categoría de tierra arrasada, que ha constituido la decadencia a escombros de no menos del 60% de su construcción; ni que colegios, hospitales u otros edificios fueran tachados del plano.
Las imágenes desgarradoras que nos hemos habituado a contemplar en los diversos medios y que a fin de cuentas, no lo es todo, como por ejemplo lo que sucede en la ciudad histórica de Alepo, es una seria reflexión para los que sospechan que no hay una mínima alternativa o vías de negociación, que al menos medien en las muchas discrepancias políticas que encadenan a Siria.
Sin embargo, se constatan argumentos todavía más aterradores: es posible, que ninguno de los cientos de miles que en su día por activa y por pasiva, repitieron la palabra guerra en asambleas o en el estruendo de mítines públicos, hubieran supuesto que años después, más de cinco millones de personas se convirtieran en refugiados, que, en condiciones de sobrada consternación y precariedad, han debido de escapar a estados colindantes como Jordania, Líbano, Turquía, Irak o Egipto.
De su conjunto, casi un millón ha solicitado asilo en países de Europa, especialmente en Alemania; contexto que ha producido una crisis de carácter político, uno de cuyos efectos ha derivado en la intensificación de populismos a escala generalizada.
Asimismo, más de siete millones de sirios se han visto forzados a trasladarse a otras poblaciones o sectores completamente deshabitados para vivir a la intemperie, con secuelas de hambre, otros padecimientos y sufrimientos indescriptibles.
De nuevo, como no podía ser menos, en las guerras que nos han acompañado a lo largo de la Historia, las conductas más execrables de lo humano salen a la luz, así como no pocas manifestaciones de rabia, sacrificio y de requerimiento a la solidaridad.
Hasta nuestros días, no se sabe con precisión el número exacto de fallecidos. Si bien, un estudio elaborado por el Centro Sirio para la Investigación de Políticas, nos deja perplejos: más de 500.000 personas han sido matadas, lo que incluye a familias, niños, mujeres y ancianos.
Pero, esta atrocidad no acaba aquí; porque es inviable identificar la totalidad de cadáveres que han ido surgiendo. Como del mismo modo, difícilmente puede estimarse cuántas personas están sepultadas en fosas comunes; precisamente, desde que se hizo oficial la acusación del Departamento de Estado apoyada en imágenes satelitales que desvelaron cruelmente, como en la localidad de Saydnaya, al Noroeste de Damasco, existe una instalación destinada a asesinar y consecutivamente incinerar los cuerpos de los opositores.
Y lo más grave, hasta el momento no hay un pequeño atisbo de esperanza para la paz.
Las anticipadas zonas de seguridad, no han sido más que meras intenciones; porque las agresiones cometidas contra caravanas de refugiados, han punzado más los rencores. De ahí, que el término ‘guerra’ continúe enarbolándose, como si no bastara ya, con tanta desolación.
Es sabido, al menos, esto es lo más razonado, que la violencia promueve más violencia, pero, jamás será suficiente lo que en esta misma clave se hace hincapié. Y cuando se adentra en una espiral de violencia, valga la redundancia, los resultados son injustificables e inconcebibles, hasta consumarse en alguna negociación que bien pudo concurrir en los comienzos de este conflicto, hoy cada vez más postergado, ante tanto horror.
Siria, administrativamente República Árabe Siria, es un estado soberano del Oriente Próximo en la costa Oriental Mediterránea, cuya forma de gobierno es la república unitaria semipresidencialista. Ahora bien, el inconveniente de corrientes pan-islamistas como la de los Hermanos Musulmanes, estriba en que este espacio no es un estado musulmán, sino multiconfesional y multiétnico. Obviamente, si estuviese gobernado por la sharía, irremediablemente llevaría a limpiezas étnicas y la eliminación de la mitad de la población.
Con estas connotaciones preliminares, Siria es el epicentro de una guerra donde comparecen varios bandos. Ahora queda conocer, quién domina este escenario irresoluto: el eje Estados Unidos, Arabia Saudí, Israel, Emiratos Árabes y Jordania está enfrentado a Rusia, China e Irán; mientras, Qatar y Turquía se accionan entre dos aguas; en cambio, otros estados como Corea del Norte, pasa desapercibido alcanzando algún acuerdo con Siria.
Evidentemente, en medio de este tablero se hallan los ciudadanos sirios, que únicamente anhelan la concordia y que una vez por todas, retorne la calma.
Pero, ¿qué es lo que acontece para que Siria otra vez vuelva a ser asolada por los bombardeos de la aviación y artillería?, en este caso por las fuerzas turcas. La reciente decisión de Donald John Trump (1946-73 años) de retirar las tropas estadounidenses del Norte de Siria, pone en peligro un choque entre Turquía y el régimen de al-Ásad, que enredaría la fiabilidad de algunos campos de detención de yihadistas.
Este hecho ha dejado sin cooperación militar a las Fuerzas Democráticas Sirias, abreviado, FDS, milicia kurda que controla gran parte de los límites fronterizos entre Siria y Turquía, y que en este momento mantiene a miles de integrantes de EI junto a sus familias. Justamente, su principal socio en el combate contra los extremistas, Estados Unidos, ha sido quien ha propiciado este ataque, con su repliegue del área contigua al Este del río Éufrates, en la que tenía movilizada a sus fuerzas en el marco de la Coalición Internacional Antiyihadista.
Coyunturalmente, el retroceso norteamericano ha sido apreciado por los turcos como la ocasión idónea para desposeer a las tropas kurdas de la vigilancia de esta demarcación; una cuestión que ambicionaba desde hace tiempo, al considerarlo como un grupo terrorista, debido a los lazos en su país con el Partido de los Trabajadores del Kurdistán, abreviado, PKK, que ha dirigido desde 1984 una cruenta guerra de guerrillas en Turquía.
Pese, a que el propósito militar de Ankara que está sobre la mesa, pasa por la milicia kurda de las Unidades de Protección Popular, por sus siglas, YPG, que encabezan las FDS, que como anteriormente se ha citado, es una alianza kurdo-árabe con la que Estados Unidos ha participado para destruir al autodenominado EI.
De lo que no cabe duda, que Turquía alarga la invasión flagrante irrumpiendo en la ciudad siria y capital del distrito homónimo, perteneciente a la Gobernación de Hasaka, de Ras al-Ayn, pretendiendo hacerse con la principal carretera de la región, mientras crecen el número de víctimas civiles y de desplazados.
Indiscutiblemente, las fuerzas kurdas, blanco visible de la estrategia adoptada por el gobierno turco, resiste ante la sacudida del avance desde la frontera hacia el Sur, advirtiendo que el pánico y la confusión en esta zona podría originar el renacer del grupo yihadista de EI, cuyos miles de seguidores permanecen encarcelados.
Según el balance extraído por el Observatorio Sirio de los Derechos Humanos, las bajas en las filas de las milicias kurdas apunta a 81, en el otro bando se refiere a 67.
Por lo demás, 59 civiles han perecido en la posición siria, tanto por los intensos bombardeos efectuados como por las ejecuciones sumarias materializadas por partidarios sirios proturcos.
Intuyendo que las cifras variarán y serán otras a la finalización de este pasaje, la ofensiva ha avivado un éxodo exorbitante desde las urbes delimitantes, que la Organización de Naciones Unidas ha valorado por encima de los 200.000 desplazados; toda vez, que la Media Luna Roja Kurda eleva la suma a 191.069.
Al menos, 160.000 personas han sido obligadas a renunciar a sus casas evitando así la violencia más extrema, teniendo en cuenta, que en esta extensión residen aproximadamente seis millones de personas.
Simultáneamente, a estos episodios hay que añadirle las cientos de familias de combatientes de EI, que han huido de un campo de desplazados custodiado por las fuerzas kurdas. La fuga se ha originado en el campo de Ayn Issa Nahiyah, que aloja a unas 13.000 personas reclusas por el conflicto y por la operación de los yihadistas. Unas 950 estaban aisladas del resto por ser esposas e hijos de los terroristas.
Ante los acontecimientos nada halagüeños que se concatenan, la presión internacional no ha tardado en pronunciarse, como ha sido el caso del Ministerio francés de Asuntos Extranjeros, que ha informado de la prohibición inminente en la exportación de material de guerra a Turquía, ante el recelo de ser empleado en la incursión de Siria.
De esta forma, Francia, se entronca a la determinación expuesta por Holanda y Alemania, insistiendo en su firme reprobación por la irrupción unilateral dirigida por Turquía, que pone en tela de juicio los esfuerzos hacia la seguridad y estabilidad de la Coalición Internacional contra EI; previniendo, que a corto plazo la actuación turca tendrá consecuencias humanitarias demoledoras.
Mismamente, la Liga de los Estados Árabes ha adoptado represalias con mandatos perentorios, frente a lo que ha considerado de atentado turco. Habiendo apuntillado entre algunas medidas, disminuir las recomendaciones diplomáticas, paralizar la contribución militar y examinar las relaciones económicas y culturales.

Algunos estados como Egipto, Arabia Saudí y otras monarquías del Golfo Pérsico, sostienen arduas relaciones con la dirección del presidente Recep Tayyip Erdogan (1954-65 años), de predisposición islamista y aliado del grupo Hermano Musulmanes, etiquetado por El Cairo como terrorista.
Consecuentemente, sobraría decir que Siria es hoy por hoy, la mayor crisis humanitaria de refugiados, desde el genocidio de Ruanda en 1994, donde decenas de miles de personas están siendo desalojadas como producto de un rebrote en los combates. El resurgimiento de la intemperancia con la ofensiva turca, agrava aún más este entorno, que desbarata el tejido social y económico del país.
Si de por sí, los guarismos de muertos son catastróficos, potencialmente la guerra está demoliendo las instituciones y los sistemas indispensables para la articulación de la sociedad; su restauración se antoja que será mayor que la recuperación de la infraestructura, un reto que no hace más que agrandarse conforme se prolonga este conflicto. Ya, en los últimos tiempos, este territorio se ha definido por las reincidentes transgresiones del derecho consuetudinario internacional como bloqueos, sitios, asaltos desenfrenados en áreas urbanas y acometidas contra civiles; además, de restringir a los mínimos el suministro de agua y alimentos.
También, redundaría en comentar, que sus habitantes están extenuados por desconocer el paradero de sus allegados desaparecidos o capturados y por las bombas y misiles lanzados en lugares habitables. Aunque, no resulte demasiado positivo mirar al pasado que en este caso no es muy lejano, las partes de esta conflagración incurrieron con impunidad en crímenes de guerra y otros incumplimientos del derecho humanitario, así como con atropellos contra los derechos humanos.
Primero, las fuerzas del gobierno y sus aliados, fundamentalmente Rusia, consumaron atentados indiscriminados contra civiles, mediante fuegos aéreos y de artillería en los que aplicaron armas químicas y otros instrumentos ilícitos internacionalmente, asesinando y lesionando a cientos de personas; segundo, las fuerzas gubernamentales sostuvieron amplios cercos en términos densamente habitados, condicionando la entrada de ayuda humanitaria a miles de civiles.
Tercero, las fuerzas de la gobernación y regímenes extranjeros, pactaron acuerdos locales que indujeron al desalojo impuesto a miles de civiles, tras ataques ilegales y cargas prolongadas; cuarto, las fuerzas de seguridad inmovilizaron y permanecieron confinando a decenas de miles de personas, entre ellas, activistas, que intentaban interesarse pacíficamente; llevándoles a entresijos violentos con torturas u otros tratos despiadados con todo tipo de aberraciones.
Quinto, el grupo armado EI cometió homicidios ilegítimos de civiles, empleándolos deliberadamente en o alrededor de objetivos de combate para disuadir al enemigo; y sexto, las fuerzas de la coalición conducida por Estados Unidos realizó irrupciones contra el EI en los que perecieron y resultaron gravemente dañados numerosos civiles, en ocasiones, no protegiéndolos adecuadamente. A medida que la guerra se agrandó en Siria, muchas ciudades se vieron sumidas en olas de abusos, ya que los combates desataron la descomposición de gran parte del estado, creciendo las tasas de secuestros y robos con asaltantes saqueando casas y tiendas.
Actualmente, con la certeza de quien se cree dueño y señor de la zona, el Kremlin ha enviado una dura amonestación al presidente turco, avisándole que no admitirá que se desencadenen enfrentamientos armados entre el ejército del régimen de al-Ásad, su aliado y las fuerzas de Ankara. Curiosamente, en las últimas jornadas, tropas rusas se han ido situando en bases que hasta horas antes, estaban tomadas por el contingente americano.
Un retrato insólito cargado de simbolismo que lo manifiesta todo, al evidenciar la quiebra en la autoridad de Washington; un estado como Siria enterrado en sus ruinas, donde no hace mucho, se adentraban en colisión múltiples actores regionales y mundiales.
A pesar de todo, continúa siendo primordial, que las fuerzas turcas acaten su obligación con arreglo al derecho internacional humanitario, empequeñeciendo el impacto de las operaciones que está llevando a cabo. No obviándose, que dicha ofensiva está concatenada a una potentísima contención de la disidencia y censura de los medios de comunicación, con inspecciones en aplicación de la legislación antiterrorista y arrestos policiales de quienes la censuran.
Aun así, Siria sigue condenada a la más incalificable guerra de las guerras.

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