Opinión

Síntomas de declive civilizatorio

No nos cansamos de insistir en el mensaje de que Ceuta, nuestra ciudad, es un lugar sagrado, mágico y mítico. Pocos lugares pueden presumir de ser tan diversos en su geología, su flora, su fauna y su composición étnica, social, religiosa y cultural. Los paisajes ceutíes resultan evocadores y emocionantes. En este limitado territorio es posible vivir grandes experiencias significativas de las que se enriquecen nuestros sentidos, nuestras almas y nuestros pensamientos. El sentimiento de amor a Ceuta no tarda mucho en traducirse en elevadas y trascendentes emociones que nos trasladan a otros planos de la realidad. Aquí es posible dejarse llevar por los sueños para imaginar una sociedad regida por los valores supremos de la bondad, la verdad y la belleza. Por desgracia, esta posibilidad apenas se ha explorado en tiempos recientes. La mayoría de la gente se conforma con vivir en los cuadrantes de vida práctica y mental simple. Para este amplio sector de la población su máxima aspiración se restringe a obtener un empleo bien remunerado y, al ser posible, que no exija mucho esfuerzo y dedicación. Algunos se esfuerzan lo suficiente para lograr uno de estos trabajos y lo consiguen, pero aquí acaban todas sus aspiraciones. Sus vidas discurren del trabajo a la casa y de la casa al trabajo, pero raramente se acercan a la naturaleza para entrenar y ejercitar sus sentidos corporales y sutiles. Esta apatía psíquica les impide atravesar la frontera que separa la vida mental simple de la vida interior pena.
La contemplación de la naturaleza es la antesala del pensamiento profundo que permite descender hasta las profundidades del mundo de los símbolos y las imágenes arquetípicas del llamado mundo imaginal. Solo quienes han visitado este reino adquieren la suficiente madurez y sabiduría para elaborar una síntesis científica y filosófica, así como una adecuada capacidad para diseñar y llevar a la práctica unos ideales más cercanos a la plenitud vital. Ser humano es, ante todo, demostrar un comportamiento ético respetuoso con la vida y todas sus formas. Nos menos indicativo de la condición humana es la aspiración a la verdad y el cultivo de nuestro ser interior. Nuestra alma es una semilla que necesita ser nutrida, hidratada con el agua de la vida y cuidada con gran esmero para que en nuestra madurez ofrezca sus frutos alimenticios a quienes nos rodean. Si conseguimos que emerjan un gran número de semillas la humanidad estará en condiciones de unir tierra y cielo en feliz hierogamia o matrimonio sagrado.
La profunda crisis sistémica en la que estamos inmersos requiere para superarla un esfuerzo titánico. Es preciso movilizar un gran esfuerzo sinergético dirigido hacia la meta de frenar la disminución de la fuerza vital en nuestro planeta. Tenemos ante nosotros una tarea ingente que demanda un tipo de ser que aglutine las mejores cualidades que puede atesorar una persona. Modelar este tipo de persona es el fin de la educación. Estamos hablando de una educación integral que aborde el afinamiento de los sentidos, la dilatación de las emociones, la sólida formación intelectual y el desarrollo de la capacidad de expresar nuestros sentimientos, ideales e ideas a través de la cultura y el arte. De poco vale cultivar un esplendoroso jardín interior si sus frutos no son compartidos con los demás, ni sirven para alcanzar la suprema meta de lograr un vida plena y significativa para el mayor número posible de personas. Por desgracia, la acción formativa resulta cada día más ineficiente para los alumnos y más frustrante para los docentes debido a la imparable extensión e intensificación del poder de la megamáquina. Ésta ha logrado superar todos los frenos y obstáculos que en su camino pusieron las personas más conscientes de sus maléficos planes desde mediados del siglo XVII hasta nuestros días. El movimiento romántico, los líderes de los movimientos utópicos de mediados del siglo XIX y en nuestro tiempo los ecologistas o los defensores de los derechos humanos han luchado contra el distópico programa de la megamáquina. Durante algún tiempo contuvieron su avance, pero la megamáquina ha ido mejorando sus instrumentos de control ideológico y sus mecanismos para ganar adeptos en todas las capas sociales. Tal y como escribió Waldo Frank, la megamáquina ha obtenido el mayor número de seguidores gracias a su eficaz predicación del culto del confort. El resultado de este ciego culto a la comodidad está siendo el cansancio, la esterilidad, la vacuidad interior, la pasividad y la pereza. Los cada vez más sofisticados medios de confort llegan a conformar nuestros hábitos y determinar nuestras valoraciones de todo aquello que nos rodea, además de hacernos cada vez más dependientes de ciertos artefactos tecnológicos. Éstos se convierten en amos de nuestra conducta. El que no puede conseguir estos medios de confort se considera como un desterrado y el prototipo del fracasado.
Según explica la física, la energía del movimiento posee la tendencia dominante a convertirse en calor. Esto es lo que se llama entropía. La generación de este calor consume la energía hasta agotarla. En el ser humano, en opinión de W.Frank, la energía del poder fluye hacia la necesidad de confort. Se trata de un tipo de entropía psicológica que no puede ser revertida. Cuanto menos nos cuesta lograr algo, más vagos nos volvemos y menos valoramos el esfuerzo y la constancia que requieren determinados logros. Sirva como ejemplo histórico lo que sucedió en las décadas previas al derrumbe de la civilización romana. El parasitismo social se convirtió en una plaga que acabó con la vitalidad del pueblo romano y provocó su imparable decadencia. El declive fue anticipado siglos antes por Polybius (206-124 a.C.) cuando escribió “que no hemos tenido que sufrir epidemias ni guerras prolongadas y, sin embargo, las ciudades están desiertas y los campos estériles. Carecemos de hombres porque carecemos de niños. La gente ama demasiado al dinero y no lo suficiente al trabajo. En consecuencia, ya no quieren casarse, o si lo hacen no tienen más que uno o dos hijos, para educarlos con lujo y dejarles mejor herencia”.
El excesivo mimo que le damos a nuestros hijos está trayendo como consecuencia un generalizado desprecio al esfuerzo y la constancia. La vida acomodaticia lleva a que muchos jóvenes no valoren nada de lo que reciben, ya sea por parte de los padres o del conjunto de la sociedad. Mientras que hay muchos niños y niñas en muchos países pobres para los que la oportunidad de ir a la escuela es un sueño inalcanzable, aquí se les ofrece todo tipo de medios y no los valoran ni los aprovechan. La frustración profesional entre los docentes es cada vez más elevada y los resultados académicos cada vez más bajos. A esto se añade una preocupante falta de disciplina entre el alumnado. Estos claros síntomas de desaliento y declinación civilizatoria están siendo ignorados por los responsables políticos de nuestro país y, en general, por todo el conjunto de la sociedad española y ceutí.
El actual modelo económico ha encontrado un importante nicho de negocio en la diversión: un tipo de propuesta económica construida sobre la certidumbre del continuo aburrimiento, hastío y fracaso. A la mayoría de la gente le aburre pensar, leer o cualquier tipo de actividad que conlleve concentración, esfuerzo y paciencia, como lo es también el estudio. De esta forma, mucho me temo, que el declive de nuestra civilización será cada vez más pronunciado y de difícil reversión.

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