Los datos relacionados con la población escolar suelen ser indicadores muy fiables para examinar la evolución de la sociedad de referencia. El carácter obligatorio de la enseñanza hasta los dieciséis años proporciona a los datos estadísticos educativos un marchamo de rigor del que carece cualquier otro estudio. En principio el padrón municipal podría ser más completo; pero no nos garantiza que la residencia sea “efectiva” (de hecho, las últimas estimaciones conocidas, hablan de más de diez mil residencias “falsas” por intereses de todo tipo).
Por este motivo nos parece interesante detenernos en unos datos que, como mínimo, podríamos catalogar de intrigantes. En el curso escolar 18/19, en Ceuta, se matricularon 1.098 alumnos de infantil de tres años. Este curso (22/23) sólo lo han hecho 755. Supone un descenso del 30%. Pero es que, además, ya se conocen las previsiones para el próximo septiembre y se quedan en 530. En apenas un lustro, la población escolar del primer nivel se ha reducido en poco más del ¡50%!
En una Ciudad normal, en la que su gente se preocupara de las cosas que pasan a su alrededor, esta cifra habría despertado una curiosidad no exenta de inquietud. ¿Qué hecho, fenómeno o circunstancia explica este brutal descenso de población escolar? ¿Los niños ya no se escolarizan? ¿La gente se está yendo de Ceuta? ¿Las familias se dividen y unos quedan en Ceuta y otros se van a la península con los niños? Aquí nadie se pregunta nada. Lo más lejos que llegamos es a imputar cuanto nos sucede a las vicisitudes de la “frontera” (lo que. además, para muchos, es motivo de satisfacción). Pero lo cierto es que la incidencia del cierre de la frontera no puede explicar una brecha negativa de 500 alumnos en cinco años.
En principio el padrón municipal podría ser más completo; pero no nos garantiza que la residencia sea “efectiva” (de hecho, las últimas estimaciones conocidas, hablan de más de diez mil residencias “falsas” por intereses de todo tipo)
A pesar de todas las cosas que nos pasan (y no son pocas), Ceuta sigue profesando con recalcitrante estulticia la “técnica del avestruz”. Nos escondemos de nosotros mismos para no ver una realidad que nos arrolla y nos devora. Sencillamente nos limitamos a pensar que el “futuro”, sea el que sea, queda aún muy distante y no nos afectara a nosotros directamente. Además, llegado el caso, siempre tenemos a mano el recurso del “concurso de traslado”.
Pero deberíamos advertir que la indiferencia ni cambia ni frena los procesos sociales, en especial cuando son negativos. Todo lo más, los acelera. Este descenso de matriculación se irá trasladando a un escalón superior cada año, introduciendo cambios significativos en nuestro sistema educativo, en sus demandas y en sus dotaciones. Todos los órdenes de la vida social sufrirán alteraciones; pero en el ámbito educativo serán más intensos, extensos y precoces. Y lo peor es que todo esto ocurrirá sin saber por qué.
Otra cuestión, muy relacionada, pero que será objeto de otro análisis, es la asimétrica distribución de la población escolar en educación infantil de 3 a 6 años. En la actualidad, la ratio de alumnos por grupo en la enseñanza pública es de 17,1, mientras que en la privada concertada es de 23,5. Sin saber por qué. La norma que regula la política de escolarización en ambos casos es la misma. ¿Qué justifica esta acusada diferencia?
Si nos preocupáramos por esta Ciudad y analizáramos con el interés debido y el rigor necesario lo que nos sucede, a lo mejor llegábamos a la conclusión de que ambos fenómenos están más relacionados de lo que parece.