No es normal que me quede sin palabras, porque soy de verbo fácil y enfado presto. A ti, en cambio, que eras de dócil vivir y de pensamiento puro, te costaba mucho discutir. Han pasado ya cuatro largos años que se me han hecho sequía, sin poder hablar contigo más que a costurones del tiempo en los que esperaba a los niños a la salida de los deportes o cuando estaba muy triste o muy contenta. No nos lo dijimos todo, al menos yo no te dije todo lo que te quería, ni lo mucho que te iba a echar en falta. No pude preguntarte tantas cosas que ahora improviso sobre la marcha cuando quiero contar con tu opinión de algo relacionado con los niños.
¡¡Los niños!!…si los vieras. Te fuiste tan pronto que aún eran poco más que piel y huesos, los más peques y los otros, estudiantes asalariados a nuestra columna familiar. Ahora vadean los ríos de la sanidad española con sus carreras terminadas, en precariedad laboral porque los tiempos no son ecuaciones perfectas y a los sanitarios se les tilda de héroes, pero se les paga como a mendigos. Esos mismos tiempos que tú tan bien conjugabas conmigo, nos han deglutido a los que nacimos en los sesenta corridos y que nos comimos ingratitudes, desavenencias y muchas hostilidad en una España que entonces no era país , ni tan estresante como ahora. No te creas que esté siempre triste, porque hago de tripas corazón y como te digo, impulso las ganas que no tengo con ilusiones antiguas como el ganchillo. ¡Mala muerte le den! que solo me sirve porque es maniobra de abuela para quitarme la ansiedad y el hartazgo por las vueltas que tienes que contar si quieres que te salga la labor olvidándosete la mala leche. No es normal que me quede sin palabras- ya me conoces-, pero sí que te extrañe tanto. Esto va por épocas…unas malas y otras peores. En las peores, como al principio, te sueño. Te me revienes en forma juvenil y sonriente a darme ánimos y abrazarme. ¡Cómo de grande eran esos abrazos tuyos!
No me quejo, solo me duelo. Pero en esta sociedad consumista donde todo se compra o se vende- donde las niñas de trece se exponen a que cualquier descerebrado las vea como las de Ámsterdam gracias a una app de karaoke- el dolor, el amor o la lealtad no vale ni lo que una jarra de cerveza tirada en tiempos de pandemia. Porque no te lo he dicho todavía a estas alturas, ¿verdad? Pues sí, estamos con una pandemia global de esas que nos duermen en las películas apocalípticas de las cuatro, siendo una excusa excelente para que se batan los ojos en retirada con que improvisar una siesta.
No, no te lo creerías, lo sé. Pero ya ves, hasta de esto se sale. De lo que no, de lo tuyo que te fuiste para no volver, para no abrazarme, para no ver más como tus hijos se hacían mayores o como nuestra vida cambiaba. No, no te quiero poner triste, pero siempre en estas fechas no sé qué me pasa que me contraigo. Ya ves, una jodida fecha ¿qué es?, nada más que dos números cogidos de la mano que simbolizan una ida sin vuelta en el calendario. Pero la mente es una maldita y se retrotrae a esas escaleras y a ese dolor infinito y a esos niños bajando los escalones, sollozando. ¡¡¡Qué dolor tan grande como el de medio cuerpo amputado!!! ¿¿¿¡Y cómo sobrevives a eso???
Pero lo hago, porque me envaro y doy primero un paso y luego otro y sobre todo, porque no me lo dijiste pero yo sé que siempre estarás para cuando me hagas falta. Esta noche pasada estaba mal y has vuelto a mis sueños. No venías ya casi nunca, regalándome un despertar agridulce en mi boca como besos del más allá dados en la duermevela. No he dejado de quererte, ni de nombrarte, ni de esperarte aunque sé que adonde fuiste es muy difícil que vuelvas. Pero vamos, que a cabezón nadie te ganaba. Así que , si inventan la fórmula mágica sé que serás el primero en usarla. No querías irte. Lo tengo clarísimo. Pero no he dejado que te pierdas nada, ni siquiera de lo malo porque nunca he dicho eso de “me alegro que no esté” porque sería una soberana mentira. Y ya sabes que ni me quedo sin palabras, ni soy una mentirosa.
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