El entierro, ayer, de los dos inmigrantes cuyos cadáveres fueron rescatados por la Salvamar Atria tras la nueva tragedia migratoria ocurrida cerca de Perejil, ha sido uno de los más emotivos que se han celebrado en Ceuta.
Allí, encerrados de por vida en ataúdes, dos varones con identidad desconocida, con historia desdibujada en el Estrecho, con futuro perdido, tuvieron la despedida debida de parte de hombres y mujeres que quisieron ofrecerles un entierro digno. “Dios sí sabe cómo se llamaban, su historia, cuál era su mundo”. Estas palabras hicieron recapacitar a los presentes, emocionaron a quienes, con dureza, han acudido ya a demasiados entierros de inmigrantes, fueron la antesala para que se hicieran públicas algunas peticiones.
El cementerio acoge ya a demasiados jóvenes e incluso niños que han fallecido en una fatídica travesía. Solos unos pocos pudieron ser identificados, reconocidos de forma oficial, enterrados con una modesta placa. El resto integra una lista imparable que viene a significar el gran fracaso de un mundo caótico en el que ni los gobiernos ni la propia sociedad han sabido hacer justicia con África. El continente humillado, sometido, explotado y maleado que aparece ante nuestros ojos escupiendo tragedias de forma constante.
Algunas de esas tragedias llegan hasta nuestras costas y terminan formando parte de nuestra historia. Ceuta no puede mirar hacia otro lado, Ceuta tiene una historia vinculada a la inmigración. Esta tierra ha sido la última estación para decenas de inmigrantes cuyas vidas han terminado en los cementerios, cristiano o musulmán. Sorprende que en una ciudad con tantas estatuas, algunas levantadas como homenaje al absurdo, no haya todavía un solo monumento, símbolo o recreación que esté dedicada al inmigrante. Sorprende que una ciudad cuya historia reciente va de la mano de las miles de historias de los hombres y mujeres que llegan hasta aquí o que pierden la vida en el camino, no haya pensado aún en materializar ese respeto de alguna manera.
Soy consciente de que a más de uno le habré amargado el desayuno; a quienes aún no, solo les pido que piensen en esa idea, en ese respeto visual que una ciudad como ésta debe tener a esas personas que han fallecido porque este mundo fue montado de otra manera, de aquella que no permite que exista la igualdad, de aquella que tiene que seguir explotando, de la vergüenza que nos acompaña.