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Sin látigos de siete puntas

Ahora que nos sentíamos líderes mundiales en algo, en casos de corrupción, van y empiezan a bombardearnos con noticias de otros casos en el resto de Europa. Pues nada, todos a pensar eso de: ‘mal de muchos…’. Parece el momento idóneo de marear al personal, que está muy de moda eso de comparar casos de corrupción presentes y pretéritos. Tan  solo comentar que lo último no me parece nada novedoso. A mi memoria vienen esas fantásticas y gigantescas pirámides de Egipto. Esos colosales monumentos construidos ‘meño’ a ‘meño’. Me imagino a los encargados del látigo de siete puntas dándole un pequeño papiro, al segundo día, al que le vendía aquellos gigantescos pedruscos al faraón. En él aparecía una figura jeroglífica de un egipcio de perfil, con una mano apuntando hacia adelante y otra hacia atrás. Para los que no seáis expertos lingüistas de la antigua civilización egipcia, como el resto de los mortales, el mensaje del papiro era: ¿Qué hay de lo mío? Desde entonces, nada nuevo bajo el sol de Ra.
Alguien tenía que intentar poner orden, ya que eso de enterrar vivos a los corruptos y el látigo parecía un poco desmesurado, como castigo, para continuar evolucionando. Pues nada, que la Justicia actúe. Se monta toda la maquinaria judicial.
A los gabachos se les ocurrió eso de separar los poderes, para que a nadie se le ocurriera manejar, él solo, el cotarro. Y a impartir Justicia, que para eso estamos.
Después de no pocos siglos, seguimos sufriendo a esos corruptos del “¿que hay de lo mío?”, sólo que han cambiado el látigo por otros artilugios, aparentemente menos crueles pero más sibilinos y retorcidos. Siempre con grandes dosis de caradura. Presentándose a los juicios con cuatro cohortes de abogados. Pleitos que duran años y años, tanto que algunos salen de rositas porque prescriben sus delitos. Acuerdos nada claros. Jueces peleando contra otros jueces. La política intentando manejar los hilos…
Y todo ellos acompañado de un tufillo que genera una profunda desconfianza en la ciudadanía.
Ya no podemos echarle la culpa al faraón. Éste cedió, hace tiempo, su poder a los que eligiera su pueblo y se marchó a su palacio. Me comentaron que, de vez en cuando, lo han visto cazando elefantes. Y lo peor es que nos da la impresión que ahora nos sobran un montón de nuevos faraones y demasiados, eso sí, debidamente reconvertidos, encargados. Pero siempre pagando nosotros la cuenta.

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