Son tantos los enterrados. Tantos hombres, mujeres y niños. Demasiados inocentes que han perdido sus vidas por esa alocada forma de organizar las fronteras a base de elementos que matan o que atrapan. En las concertinas de la valla han muerto ya varios desangrados, a pesar de que la clase política en su discurso de falacias habitual habla de ‘elementos disuasorios’. En el mar han desaparecido muchos y han sido hallados sin vida demasiados. Entre ellos también niños. Sus cuerpos, la gran mayoría sin identificar, están enterrados en nuestros cementerios. Constituyen ese drama olvidado, ese drama oculto en un espacio que nos recuerda que somos frontera, que somos puerta de paso y puerta de tragedia.
Cada muerte que se produce en la frontera debe ser una puñalada a la conciencia colectiva. Algo no funciona bien cuando hay gente que muere de esta manera. Que muere de frío en el mar, que muere desangrado en una vallado coronado de alambres o que muere en el camino o que, sencillamente, desaparece. Europa organiza sus fronteras con obstáculos que matan a personas, aunque esos episodios desgraciados interesen cada vez a menos personas.
Como ese sistema no funciona, como ese sistema mata, se crea la excusa del miedo y las clases en el poder nos hablan de ASALTOS, de LEYES DE LA JUNGLA, de INVASIÓN... porque persiguen que usted termine rechazando a quienes solo buscan una oportunidad en la vida. Y ellos no son tontos, de hecho maquinan perfectamente la realidad para hacernos un lavado de cerebro continuado.
Pero hay gente con corazón, gente que sufre, gente que no se deja manipular, gente que llora cada vez que sucede esto, gente que asiste con impotencia a lo que es algo más que un dato. Ayer murió él. No sé cómo se llama. Pero duele.