Ceuta será hoy el escenario del simulacro de emergencia cuyo aviso se recibirá en los móviles. Un pitido a todo volumen y un SMS servirá a la población para estar informada de una emergencia ficticia. Será una manera de estar preparados ante lo que pueda pasar.
No está mal, siempre hay que trabajar en ir un paso por delante ante amenazas globales que en cualquier momento nos pueden afectar. No está mal aunque debería llevar de la mano un ejercicio de reflexión que todavía no se ha hecho de cómo se reacciona no ante simulacros sino ante situaciones reales. Aquí nos queda mucho por avanzar, muchísimo. No solo en reacción sino también en empatía.
La cobertura mediática dada a ese anuncio de cómo estar preparados ante lo que pueda ocurrir choca con situaciones dramáticas vividas recientemente, situaciones que evidenciaron que cuando algo real ocurre no siempre respondemos al nivel que se merece no solo la propia emergencia sino también las familias que hay detrás, convertidas en víctimas colaterales de esas situaciones.
Es imposible no acordarse de la muerte de Yusef, un joven con toda una vida por delante mientras hacía pesca submarina en el Sarchal. No es fácil olvidar aquello por lo duro que fue para su viuda y entorno y por la carencia más absoluta de reflexión común que aquello provocó entre quienes deben estar preparados y coordinados a todos los niveles, no únicamente los más elementales. De aquello nada se habló por parte de quienes debían haberlo hecho, de aquello nada se excusó por parte de quienes abordaron este caso como uno más sin serlo.
Los vacíos y lagunas que se vivieron aquella noche fueron de tal gravedad que deberían haber causado sonrojo entre quienes, debiendo estar, no estaban. Por eso, precisamente por eso, hoy cuando se habla tanto de estar preparados, de estar informados, de coordinación y de pruebas; hoy, cuando las administraciones envían comunicados y comparecen; hoy, precisamente hoy, es cuando una se acuerda más de lo recientemente vivido y lamenta que sigamos mirándonos al ombligo sin ser capaces siquiera de asumir que cada vez la reacción ante situaciones dramáticas es más fría y la predisposición a dar calor rápido escasea.