Ana conoció al que creía que era el amor de su vida hace unos cuatro años, pero nada era como ella pensaba por aquel entonces. Ahora no le resulta fácil romper el silencio para hablar de “la violencia contra las mujeres por el simple hecho de ser mujeres” desde su experiencia, aunque como superviviente. Desgraciadamente, Ana podría ser cualquiera, podría llamarse de mil maneras y tener mil historias detrás, pero aún tiene mucho miedo y prefiere utilizar este seudónimo para no revelar su verdadera identidad.
Ana y su expareja fueron novios algo más de tres años. Al principio, todo era color de rosa. Un amor idílico, aunque “a veces obsesivo” que más tarde se convertiría en su tormento. Ana daba la vida y lo hacía todo por él. Ella intentaba cambiar todo lo que a él le molestaba: sus gustos, ropa y amigos. Pero, por él cualquier cosa. ¿Qué era el amor acaso? Él era así y lo tenía que querer como era, porque el amor deber ser sufrido, luchar al máximo y darlo todo. Los amores sufridos siempre son los más queridos y después de todo, ella se sentía afortunada junto a él.
Ella fue “como tantas otras y sin saberlo” víctima de violencia de género por parte de su expareja durante esos tres años, pero no se dio cuenta hasta el día que rompió con todas las cadenas que él le había ido poniendo poco a poco.
“Al principio es tan sutil que no te das cuenta, pero un día de repente se presenta en tu trabajo para comprobar que estás allí, otro día se hace con todas tus contraseñas e incluso, te coge las llaves de casa para hacer una copia. Te dice que lo hace porque se preocupa por ti y por si te pasa algo sola en casa y te lo crees.Te dice que ha ido a tu trabajo porque se ha acordado de ti y tenía muchas ganas de verte y te lo crees. O te pide que te hagas una foto en tu trabajo y dice que es porque quiere ver que estás bien y te echa de menos, y también te lo crees. O se presenta a las dos o las tres de la mañana en tu casa para ver si estás dormida o por ahí, y nada, no te das cuenta”, relata esta vecina de Ceuta.
Tuvieron que pasar un par de años para que Ana abriera los ojos y descubriese que aquello no era amor. Quizás, nunca lo fue. “No te vas dando cuenta, pero poco a poco va controlándote todo y va cerrando todo tu círculo. Te quiere solo para él. Mis compañeras de trabajo ahora dicen que vuelvo a ser yo, que no era igual ni me relacionaba con ellas ni nada. Ni siquiera con mi familia, que ya ni me hablaban y a mis hijos hacía cuatro meses que no los veía porque siempre me decía que cómo me iba a ir a la Península a verles y que por qué no me quedaba con él, que había cambiado todos sus planes por mí. Todo mentiras, pero te las crees. Todos lo ven, pero tú no”, continúa.
Ana tenía que contarle todo lo que hacía y en el caso de que se saltase algún paso, él la llamaba entre insultos para reprocharle el equívoco. Con ello conseguía que la joven se autoinculpase y se prometiese a sí misma que el próximo día lo haría bien. Pero con cada día había una bronca nueva y la angustia en Ana no paraba de crecer. El móvil era para ella unos verdaderos grilletes que la sometían al mando de su pareja.
“Tenía que estar constantemente hablando con él y tenía que ir explicándole todo y contestándole rápido porque si no se enfadaba y me acusaba de que no lo quería. Cuando llegaba al trabajo y estaba un rato sin responder, me preguntaba con quién estaba y me pedía que me hiciera una foto para él comprobarlo. Una vez, unos turistas me preguntaron por la calle dónde estaba algo, y decía que era yo la que me estaba insinuando a ellos y cosas así. Hasta llamaba a mis amigas porque decía que guardaba los números de tíos con nombres de mis amigas para que él no se enterara y me descubriera. Tampoco te das cuenta porque te grita, pero luego viene siempre con perdones y con regalos y te dice que eres la mujer de su vida y ya se te da la vuelta todo porque estás enamorada. Siempre sabe cómo hablarte”, explica la joven sobre cómo él ejercía su control.
Este caso se trata de una violencia sobre la mujer que no deja huella física, pero sí psicológica. Ana soportó coacción y privación arbitraria, así como ser ridiculizada y amenazada. Su expareja no le puso la mano encima, o al menos no era lo habitual, pero igualmente frenó su independencia y le impuso una subordinación que debía rendirle por el mero hecho de ella ser mujer y él hombre.
“Solo me dio alguna torta en la cara, un empujón o me cogía de las muñecas cuando me negaba a hacer lo que el quería. Abusó de mí dos veces, pero nunca me dio una paliza. En realidad, las señales eran cardenales normales que puede tener cualquiera. Pero, lo más duro es la parte psicológica y el miedo que genera en ti, como te cambia por completo”, cuenta aún nerviosa al teléfono.
Pero, un buen día en una de esas discusiones Ana rompió con todo. Acabó con una depresión muy fuerte y tuvo que ir al psicólogo porque lloraba a gritos todos los días en su casa.
“Cuando terminé con él fue cuando ya no pude más. Me tenía machacada y en una pelea le dije que hasta aquí y salí corriendo y se acabó. Él ha seguido buscándome, pero ya no se lo he permitido. Puse la denuncia y la psicóloga me hizo bloquearlo de todos sitios y me prohibió verlo más. Pero yo al principio cuando empecé no podía casi ni hablar del tema. Los psicólogos te hacen escribirlo y cuando lo ves escrito te das cuenta. Me costó mucho verbalizarlo. Es mucho más duro el daño psicológico. Llevo un año y medio de psicólogos y aún tengo pesadillas y no salgo a la calle sola y tampoco más de una hora o así. Tengo mucho miedo a encontrármelo”, cuenta Ana los efectos que la opresión de su pareja ha dejado en ella.
Para Ana, aún falta que se crea más a las mujeres. “Como tú no lleves golpes o vayas sangrando nadie te cree. Y ya no es que te crean sino, sobre todo que te protejan. Yo no quiero que le hagan nada a él, solo que se cumplan las órdenes de alejamiento y las leyes. Muchos piensan que vamos a por la paga, pero yo soy funcionaria, pago mi abogada y gano hasta más que él. No quiero nada de nadie, solo protección”.
Ahora, ha cambiado de coche e, incluso, dos veces de casa.Tiene vigilancia policial en la puerta de su casa, pero aún vive con miedo, “mientras él puede hacer lo que quiera”. No obstante, anima a todas las mujeres a “denunciarlo siempre” y a “seguir luchando por ellas mismas porque siempre se sale, pero hay que buscar ayuda, y sobre todo, que hablen y lo cuenten a los psicólogos”.
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