Siento admiración hacia Cataluña. Es una región cosmopolita, culta, emprendedora, y sus gentes, honestas y trabajadoras. Sin embargo, algo tiene también que choca pronto a mucha otra gente. Eso, creo que les hace ser de tendencia nacionalista-separatista a quienes allí son independentistas; su complejo superior de élite, es decir, el mostrarse más prepotente y arrogante como si ella sola fuera la única región imprescindible para España, al creerse superior a otras regiones, que le lleva a pretender ser también la única parte española que debe ser privilegiada y favorecida por el Estado.
Aparte, ellos solos se arrogan el derecho que dicen tener a ser independientes, por aquello de que son los que así lo exigen, jactándose de que a ellos les tienen que conceder el derecho a ser nación, estado y tener soberanía. Y esa forma catalana de ser, siempre ha sido una de las cosas que, a lo largo de la historia, más ha contrariado a relevantes personalidades de prestigio reconocido en la política, en las artes, en las ciencias y en las demás ramas del saber.
Por ejemplo: en 1932, el gran filósofo y pensador, Ortega y Gasset, ya vio venir el problema de Cataluña, al aseverar: "El problema catalán no se puede resolver, sólo se puede "conllevar". Pues, ese, es un problema perpetuo y creo que lo seguirá siendo mientras España exista, cuya forma de arreglarlo parece que no podría ser otra que el lugar de la actual nación española fuera ocupado por una supuesta "república de Catalonia, que tanto gustaría tener a los catalanes separatistas, pero cuyo porcentaje de secesionistas no llega allí a más del 19 %; por lo que, los restantes habitantes constitucionalistas, serían el 81 % restante; pese a que los primeros siempre se arrogan lo que ellos llaman "legítima representación" de una presunta Cataluña independiente.
Pío Baroja, estaba convencido de que tanto el catalán como el vasco «se fundamentan en textos de segundo orden». El premio Nobel de Medicina, Ramón y Cajal, declaró sentirse «deprimido y entristecido al considerar la ingratitud de los vascos, cuya gran mayoría desea separarse de la patria común». Miguel de Unamuno, quien se consideró siempre «doblemente español, por vasco y por español», renegó de la imposición del catalán a todos los ciudadanos en Cataluña.
"El problema catalán no se puede resolver, sólo se puede "conllevar", dijo Ortega y Gasset en 1932"
Otros presidentes del Gobierno, como Juan Negrín, llegaron a mostrarse abiertamente irritados respecto a este «problema», y hasta ideólogos tan importantes como Castelao, considerado padre del nacionalismo gallego, llegó a reprochar a los catalanes su talante demasiado separatista. Fueron muchos los que criticaron los desmanes nacionalistas y la manipulación tergiversadora que se hacía allí de la historia de España, tal como en la actualidad sucede.
Entre ellos, siempre destacó el que fuera presidente de la Segunda República, Manuel Azaña, consciente de que fue durante ese periodo donde los movimientos independentistas catalanes habían conseguido más beneficios, pero también en el que menos gratitud habían mostrado por ello. Azaña fue uno de los principales defensores del Estatuto en el Congreso de los Diputados, en 1931 y 1932, pero, luego, se sintió profundamente traicionado cuando Lluís Companys, respondió proclamando unilateralmente el Estado catalán en octubre de 1934. Una decepción que plasmó en estas duras palabras: recogidas en sus diarios privados: "La desafección de Cataluña, más Los abusos, rapacerías, locuras y fracasos de la Generalitat..."
La frustración de Azaña continuó tras el levantamiento de 1936, cuando comprobó la deslealtad de los catalanistas hacia los españoles, a pesar de la generosidad mostrada por el ejecutivo republicano. Azaña respondió con un nuevo y furibundo ataque en forma de carta fechada en septiembre de 1937: «La Generalitat ha vivido en franca rebelión e insubordinación. Y si no ha tomado las armas para hacerle la guerra al Estado, será porque no las tiene, porque le falta de decisión o por ambas cosas, pero no por falta de ganas», decía en septiembre de 1937.
El presidente acusaba a las delegaciones de la Generalitat en el extranjero por la creación de su propia moneda y la formación de su propio Ejército. Apuntaba después dolido que, si al pueblo español se le coloca de nuevo en la encrucijada de tener que elegir «entre una federación de repúblicas y un régimen centralista, la inmensa mayoría optaría por el segundo». Azaña quizá se sentía culpable por haber favorecido su empoderamiento, a pesar de sus posteriores críticas.
Pero el separatismo sigue siendo insaciable. Recientemente, la Asamblea Nacional Catalana (ANC) sacaba músculo de nuevo. Sus lideres han retado, una vez más, al Gobierno central al haber extendido a la Comunidad Valenciana su campaña para conmemorar el cuarto aniversario de la consulta ilegal independentista del 1 de octubre de 2017 y reclamar la secesión de los «países catalanes». Qué razón tenía Ortega y Gasset, cuando dijo: «El problema catalán seguirá extendiéndose mientras España subsista».
¿Y qué problema se tiene ahora con Cataluña?. Pues el mismo de siempre. Que algunos dirigentes catalanes, pretenden hacernos ver lo que la región nunca fue, ni es, ni creo que llegue a ser. Es decir, hasta por la fuerza quieren convencernos de que Cataluña es una "nación", que si "país", que si "estado", que si "tiene derecho a ser independiente", que si "tiene soberanía", que si los "paisons catalans", que si España es una "confederación de Estados", que si es una "nación de naciones", que si es plurinacional, que si lo "volveremos a hacer", que si la "maldita España nos roba", que si "nos expolia", que si Cataluña tiene que tener una "financiación singular" distinta a las demás Autonomías, que si está "infra financiada", que si sus "balanzas fiscales", que si sus cuatro "palancas de fuerza", que si tiene su propia "llengua", que si su "derecho de secesión", que si su "derecho de autodeterminación", etc.
Pero España sólo es lo que su Constitución dice que es, o sea, un Estado democrático y social de derecho, que persigue como valores superiores, la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político, porque la propia Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles. ¿Acaso no está claro y no se entiende perfectamente?
¿Y qué es Cataluña?. Pues también lo que la Constitución y su Estatuto de Autonomía dicen que es: una región más entre todas las que componen España. Porque, por mucho que ahora quieran inventarse algunos catalanes otra cosa, a lo largo de toda su historia, nunca jamás fue nación, ni estado, ni soberana, ni reino. Incluso en la Edad Media que sí hubo en España reinos independientes, pese a que, ahora, nada piden, ni protestan ni reclaman, pues, ella, nunca pasó de ser un simple condado, y dependiente de la corona de Aragón, y no al revés.
Pero, aunque jamás pasara de ser condado, nunca, por ello, Cataluña fue infra valorada, ni infra financiada, sino todo do lo contrario, porque siempre ha recibido del Estado un trato privilegiado y de favor, pero nunca inferior, ni discriminatorio. Recientemente, se publicó en los distintos medios que se le condonaba una deuda pública que desde hace varias décadas tenía contraída con el Estado de unos 15.000 millones de euros; más otros 18.000 millones de otra deuda al FLA, habiendo llegado alcanzar su deuda total con el Estado por todos los conceptos de unos 80.000 millones de euros. ¿Qué ha pasado entonces con todo ese dinero?. Pues, parece claro que se ha hecho un uso indebido del mismo, desviándolo a finalidades distintas de las que debía haber sido destinado, tal como figura probado en sentencias en las que se juzgó al "procés"?. Por ejemplo, haberse dedicado a crear instituciones innecesarias a lo grande, para presumir de ser un estado sin serlo, como Delegaciones de la Generalidad en Cataluña y en el extranjero que, estas últimas, sólo correspondía crearlas al Estado.
¿Qué pasó con el llamado "procés"?. Pues resultó ser la ruina más grande que desde 2017 lleva arrastrando Cataluña. No hay más que ver que unas 936 empresas huyeron despavoridas a otras regiones de España cuando vieron que el "golpe de Estado" se les venía encima, lo que supuso la pérdida de patrimonio que, por eso, ahora tan empeñados están los independentistas en recuperarlo para que regresen a territorio catalán, incluso ofreciendo subvencionadas públicas si regresan. Desde entonces, está claro que, Cataluña no levanta cabeza, porque perdió su fuente más importante de ingresos: su tejido económico, industrial y empresarial. Y eso, se hizo a sabiendas de lo que ya había pasado en otras ocasiones, porque el último intento golpista de 2017, no fue el primero que allí se daba, sino la quinta vez que se intentaba, todos frustrados.
"Pío Baroja estaba convencido de que tanto el catalán como el vasco «se fundamentan en textos de segundo orden"
Y es que, con las cosas de comer del pueblo, no se puede jugar con semejante ligereza o falta de responsabilidad. El dinero que pertenece a los presupuestos de un país, de una región o de cualquier ente público, se debe administrar y gestionar sin ser desviado a otros fines y, menos, si son inconstitucionales, y, también, con la misma diligencia que en la vida privada debe hacerlo un buen "padre de familia", que eso es así desde el viejo derecho romano.
Ahora, parece ser que los gobernantes catalanes pretenden que se les dote de un fondo complementario que alcance el 20 % del presupuesto gastado, que como siempre gastan más de lo proyectado, serían muchos miles de millones los que habría que darles, en detrimento de otras regiones más modestas que, por haber sido más cautas, previsoras y óptimas gestoras, pues ahora necesitan menos. De manera que si se le concediera, pues se atentaría contra el principio de igualdad constitucional y de justicia redistributiva, a la vez que, impulsaría a los demás territorios a que también ellos quieran recibir igual cantidad de dinero, porque, si no, resultaría que, no sólo no serían incentivados los que mejor han gestionado y administrado, sino que se estaría promoviendo y fomentado el mal gasto público, se estaría vulnerando el principio de igualdad, a la vez, que se haría de mejor derecho a quienes más gastan y de peor derecho a quienes más ahorran.
Más, en el caso concreto en el que ahora se pretende dar especial trato de favor sobre condonación de deuda y rehabilitación de condenados por delitos, en procesos que ya son "cosa juzgada", más en el caso de un prófugo de la justicia, huido al extranjero escondido en el maletero de un coche, pero que, hallándose ahora a cinco mil kilómetros de España, desde Waterloo exige ahora una ley de amnistía por el mismo redactada para "blindarla", en la que el primer amnistiado y blindado sea él mismos, así como la presencia de un "relator" salvadoreño, cuyo principal mérito reconocido es ser especialista en guerrillas sudamericanas; todo ello en pago por haber permitido con sus siete votos una investidura institucional que favorece a la persona que todo este "totum revolutum" está promoviendo; de manera que, cuando este artículo vea la luz, casi seguro que todo este "afer", conocido en casi todo el mundo, pues se habrá ya realizado, pese a ser el propio prófugo quien exige la proyectada ley de amnistía, para amnistiarse a sí mismo, que si ello se llevara a cabo, se estima que sería una monstruosa aberración jurídica. Y, eso, el perspicaz pueblo español, bien que lo sabe.
Eso, equivaldría a hacer al malo bueno y de mejor derecho que a otros que, quizá, con mayor razón y méritos, merecen más estar amnistiados, pero que no tienen quien los apadrinen. Las leyes deben de aprobarse y promulgarse bajo los criterios y principios de generalidad, frente al de individualidad. Es un fraude de ley hacerlas sólo para amnistiar a una persona fugada de la justicia y porque así lo exige el propio sujeto amnistiado, del que, se dice es quien redacta la ley que hay que aplicar a él mismo, como pago por haber facilitado la investidura.
No es la primera vez que afirma al principio de sus escritos su admiración por Cataluña, pero a continuación no deja de darle patadas hasta en los sobacos. Cinco mil kilómetros de patadas dentro de un maletero.