Una madrugada del 29 de septiembre de 2005, la valla que separa Ceuta de Marruecos se tiñó de sangre. Unas 700 personas quisieron entrar por la zona de la ITV y Berrocal a la carrera. Hubo cientos de heridos a ambos lados del perímetro y cinco muertos, bien por disparos de bala efectuados de la manera más cobarde: por la espalda, o bien enredando su agonía en unas concertinas que terminaron siendo las cómplices idóneas para desangrarlos. Esto en el Código Penal se llama asesinato, pero las balas procedentes del lado marroquí, identificadas, que habían salido de armas que portaban agentes del vecino país, nunca condujeron a que unos culpables se sentaran en el banquillo por estos hechos. Tampoco se investigó la forma en que se había producido esa entrada, cómo los inmigrantes se habían visto sometidos a batidas permanentes hechas incluso con perros, les habían destrozado los campamentos dejando incluso bebés a la intemperie, forzando a que todos los subsaharianos se pusieran de acuerdo para entrar en Ceuta.
“Llevábamos varios días esperando, el Dios nos iluminó”, contó Fali Mali, uno de los inmigrantes protagonistas de la entrada a El Faro de Ceuta. Solo diez agentes de la Guardia Civil vigilaban el perímetro aquella noche a la altura de Berrocal. A las tres de la madrugada comenzó la aproximación de cientos de personas por distintos puntos. “Fue una tragedia, había sangre por todos los lados, los inmigrantes caían al suelo y se aplastaban”, explicó un agente de la Guardia Civil a este periódico aquella noche.
Cinco muertos, dos con orificios de bala, fue el saldo de una tragedia que nunca se investigó y por la que nunca se organizaron manifestaciones de repulsa o recuerdo. Si aquella madrugada fue trágica, lo es también que nadie repare en que el calendario recoge estos hechos que el Gobierno del por entonces presidente, José Luis Rodríguez Zapatero, calificó de “incidente”.
Un informe de la Guardia Civil recogió cómo fueron dos de esas cinco muertes: “Uno falleció al quedar enganchado por el cuello en la parte superior de la concertina; otro murió al caer y ser aplastado por el resto de inmigrantes”. Los Bomberos tuvieron que ser activados para poder desenganchar al fallecido. Sí, las concertinas matan, desangran, cortan cuerpos y los marcan.
El titular de Interior, Fernando Grande-Marlaska, sigue estudiando cómo quitarlas; uno de sus antecesores en el cargo no se lo pensó tanto a la hora de colocarlas en un doble vallado que fue creciendo en altura para frenar los movimientos de personas que siguen aproximándose a la línea de algo más de ocho kilómetros.
Ceuta es una cuestión de Estado. Lo es para todo. También para investigar asuntos relacionados con la valla que puedan salpicar unas relaciones sostenidas siempre sobre favores y dinero. La tragedia de septiembre de 2005, que terminó con muertos por heridas de bala, nunca se investigó para sentar en el banquillo a quienes efectuaron los disparos por la espalda a personas que solo huían de jornadas agónicas de batidas en los campamentos próximos a Berrocal. Fueron disparos por la espalda. Hubo autopsias en el otro lado, informes... La Guardia Civil hizo también los suyos. Pero ni Madrid ni Rabat movieron un dedo para llevar a cabo una investigación. Tampoco las instancias europeas lo hicieron, ni una sociedad civil adormecida que no pedía a gritos nada. La única respuesta fue llevar a la Legión y a Regulares a la valla. Un guardia civil tuvo que refugiarse en su garita para protegerse de los disparos marroquíes, que llegaron a impactar en ella. Se le preguntó a la Gendarmería si estaban usando fuego real y respondió que sí, pero que todo estaba controlado. Nadie quiso profundizar en lo ocurrido ni tampoco pedir condenas para los culpables.
Aquella noche fue la noche de los disparos. Cuentan en Marruecos que tras la entrada masiva se siguieron oyendo tiros durante un buen rato. Aquello fue un auténtico crimen cerrado en falso, sin investigaciones y con una Europa callada, ejemplo de la inutilidad de unas instituciones que enarbolan derechos que, en la práctica, carecen de consistencia. Esa madrugada a los muertos se sumaron los cientos de heridos. Solo unos 200 ingresaron en el Hospital de la antigua Cruz Roja o fueron atendidos en centros de salud como el Lafont que quedó convertido en un particular hospital de campaña. Hubo personas que se quedaron en la zona entre vallas. Personas heridas que en vez de ser atendidas fueron entregadas a las autoridades de un país, vecino, del que habían partido los disparos. Es el colmo de la incongruencia pero se hizo y no se dio explicación. Gracias a unas conversaciones grabadas en la central COS a las que pudo acceder este periódico, se supo que hubo órdenes para echar a los inmigrantes que eran encontrados en la valla a los que se les “engañó”. El que fuera mando supremo de la Comandancia de Ceuta, Carlos Guitard, dio la orden clara. “Si se puede abrir la valla y se pueden rechazar, ¡para afuera!”. Años después quien dio aquellas órdenes terminó siendo director durante un tiempo del centro de estancia temporal de inmigrantes, encargado de atender a otros inmigrantes, pero con las mismas metas que aquellos que se expulsaron. La guinda a una historia que nadie quiere recordar. Tras aquellos hechos Marruecos llevó a cabo detenciones masivas de inmigrantes que abandonó en el desierto: fueron las famosas caravanas de la muerte ante la mirada y silencio de Europa.
¿Por qué cientos de personas decidieron entrar en Ceuta aquel 29 de septiembre? Los supervivientes de la tragedia narraron que la presión marroquí era brutal, terrible. No había noche en la que los soldados no aparecieran para destrozar los campamentos. Hoy, 14 años después, siguen haciéndolo. Siguen robando al pobre y siguen practicando detenciones masivas que no respetan los derechos humanos. Se podría decir que Marruecos provocó todo esto. Solo una noche antes culminó el acoso hacia los campamentos con las emboscadas para impedir que los inmigrantes bajaran al pueblo a coger agua. Iban a morir sí o sí. En Melilla se estaban llevando a cabo por vez primera los saltos masivos a la valla, así que aquella noche decidieron probar suerte y copiar la idea, que hasta aquel 2005 no se había aplicado en Ceuta. Los ‘jefes’ de los distintos clanes dieron la orden y esa noche se escribió la primera gran tragedia de la inmigración.
Oficialmente la tragedia de septiembre de 2005 aportó estas cifras: cinco muertos y cientos de heridos. Los escasos activistas que vencían el miedo en aquellos años y no se doblegaban a las amenazas del sistema elevaron las muertes a 14. Los supervivientes hablaron siempre de una madre que llevaba un bebé a su espalda y que se lanzó a la valla, que la trepó y de la que nunca nada más se supo. No entró a Ceuta, en Marruecos tampoco se encontró. Hubo demasiadas oscuridades y lagunas en una madrugada intensa. De estos sucesos nadie habla, tampoco de cómo fallaron las comunicaciones a ambos lados de la frontera, hasta el punto de que la Guardia Civil no tuvo conocimiento alguno de que aquello podía suceder. Se llamó a la Policía Local, a los Bomberos a la Nacional, ambulancias... Cualquier ayuda fue poca para asimilar lo que estaba sucediendo y lo que nadie quiso investigar. Sangre, hombres y mujeres con heridas por todo el cuerpo pidiendo ayuda... y muertos en la valla, enredados en las concertinas.
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