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“Si invade el ámbito privado, el escrache se torna en linchamiento”

Sociólogo, escritor, profesor universitario en la Autónoma de Barcelona, filósofo, doctor en Economía y asiduo de los medios de comunicación. Con ese bagaje intelectual a cuestas no es de extrañar que los diagnósticos de Salvador Cardús (Tarrasa, 1954) sean diseccionados por todo aquél que aspire a desentrañar las claves de la sociedad contemporánea. La crisis económica y su incidencia en el comportamiento global y la educación son algunos de sus ámbitos de estudio.
–¿Ese clima de desánimo que parece invadir a buena parte de la población por culpa de la crisis puede terminar alterando los hábitos de conducta social?
–Sí, por supuesto. Ya es una realidad que la crisis ha modificado las conductas no sólo por razones materiales, por necesidad de ahorrar o de cambiar hábitos de consumo, sino también las actitudes morales que acompañan nuestros hábitos sociales. Pero yo diría que al contrario de lo que son las consecuencias de la crisis, que son dramáticas, los cambios en los hábitos sociales son virtuosos. El crecimiento económico de los últimos años nos había sumido en un escenario moral de poca exigencia, y en cambio la conciencia que hemos tomado de la fragilidad de nuestra condición social y personal, la incertidumbre vista de manera cercana, nos ha convertido en una sociedad más virtuosa.
–¿Se supone entonces que está triunfando la solidaridad entre los desfavorecidos sobre los codazos por intentar, por ejemplo, salvarse de un ERE?
–Los estudios que manejo muestran una dimensión positiva. El otro día veía los resultados de unas encuestas de lo que ahora llaman la confianza social y resulta que mientras las expectativas económicas que tenemos sobre el futuro van a peor, en cambio la confianza social está mejorando puntos de forma sustancial. Por ejemplo, es una obviedad que la solidaridad familiar, y en general la social, está creciendo, como muestran organizaciones como Cruz Roja, Cáritas o el Banco de Alimentos. Todas están recibiendo un apoyo superior al que tenían en tiempos de prosperidad.
–¿También la visión de la inmigración, que puede percibirse ahora más que nunca como una seria competencia laboral?
–He estado también manejando trabajos interesantes sobre el tema. Podíamos imaginar que, efectivamente, en tiempos de crisis económica y pocas tasas de empleo y de ocupación la competencia por los empleos podría estar incrementando las actitudes de rechazo a la inmigración, pero tampoco se ve nada de este tipo. Da la impresión de que con la crisis no se están incrementando para nada las actitudes de rechazo hacia la inmigración. En conjunto, todos los indicios, al menos para mí,  son que la crisis está ayudando a tomar conciencia del valor social de la colaboración, de la necesidad de una visión más solidaria. En ese sentido, las consecuencias desde el punto de vista de las actitudes o del temple moral van a ser positivas.
–¿Esperaba una respuesta social más sonora ante la crisis?
–Frente a lo que escucho, no creo que la sociedad esté dormida o aletargada. La ciudadanía está movilizada en todos los terrenos. Lo vemos a diario, no sólo por la cantidad de protestas y manifestaciones, sino por la aparición de muchas organizaciones, algunas especializadas en cuestiones como la pérdida de la vivienda, o en el campo de la solidaridad con los bancos de alimentos o con los comedores populares. En ese terreno aparecen y se desarrollan este tipo de movimientos. Otra cosa destacable, y creo que afortunada, es que la protesta no ha derivado en una situación de crispación violenta en las calles. Es positivo que toda la indignación, que toda esa conciencia de crisis, se canalice no en actitudes violentas y destructivas sino en una dirección constructiva, que dé algunas esperanzas de futuro. Creo que  sí, que hay una buena movilización y capacidad de respuesta.
–Esa ausencia de violencia es un síntoma de madurez social...
–Creo que sí. Y no era precisamente lo esperado. Desde hace tres o cuatro años, cuando cada mes de enero los periodistas me preguntan sobre qué va a pasar ese año, el comentario siempre es “bueno, este año sí que es previsible que haya una explosión social”. Y eso no llega. Llegan protestas, presión sobre los políticos, exigencias de más transparencia, de cambios fundamentales, pero de momento no hay violencia. Y no creo que vaya a aparecer de forma incontrolada, al menos de forma generalizada.
–De todas las variantes de protesta, los escraches se han convertido en el último foco de la polémica. ¿Son un instrumento legítimo de manifestación o, como denuncian quienes los padecen, una nueva variedad de acoso?
–Hay una línea que no debería cruzarse y no sólo por ética, sino porque puede haber consecuencias negativas sobre el ámbito privado. A los políticos hay que presionarles, es legítimo, pero en el ámbito público de su actuación. Una protesta delante de la sede del partido, del Gobierno, una protesta en una conferencia que dé en una universidad, en un espacio público... En ese ámbito del ejercicio público de sus responsabilidades la posibilidad de la presión a través de una concentración, de pancartas, de gritos, puede ser comprensible... Incluso en estas situaciones el tono puede ser especialmente áspero, es absolutamente legítimo. En cambio, si eso implica entrar en el ámbito privado, de la familia, de los vecinos, del domicilio, ahí el escrache se torna en una especie de voluntad de linchamiento, de escarmiento que considero inapropiado en una sociedad democrática.
–Sea como sea, tildarlo de “nazismo puro”, como ha hecho esta semana la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, no parece muy afortunado.
–Eso es otra cosa, es propaganda. Lo grave de culpar de nazismo a este tipo de propuestas, que de momento no han provocado violencia física, es la banalización del nazismo. Es una irresponsabilidad brutal. No comprendo cómo personas que se supone que tienen una cierta formación no ya política, sino de educación básica, pueden utilizar este tipo de palabras para calificar conductas de las que se puede considerar si son oportunas, innecesarias o contraproducentes, pero no se puede llegar a descalificarlas de esa forma. No tiene sentido.
–¿Se puede recomponer la vida de alguien que en apenas unos días lo pierde todo, incluyendo el trabajo, la vivienda, la familia...?
–No todo el mundo está en las mismas condiciones para recuperar o reubicarse socialmente. Hay personas que tienen redes sociales lo bastante sólidas como para poder encontrar refugio temporal, en el sentido de encontrar techo volviendo a vivir con los padres o el apoyo de amigos, respaldo moral, quizás económico, redes de solidaridad fuertes... Hay gente que dispone de eso y la reubicación puede ser más fácil a pesar de la dificultad. Pero otras personas están mucho más expuestas a una situación de aislamiento y eso sí que puede tener unas consecuencias de carácter social y psicológico graves, de sensación de desamparo, de sentimientos de humillación que pueden dar lugar a trastornos de tipo psíquico.
–¿Y desembocar a veces incluso en el suicidio por un desahucio?
–Bueno, eso habría que tratarlo con mucho rigor. Es un tema que conozco porque fue una de mis primeras investigaciones. El suicidio, en la mayor parte de los casos, tiene una causa profunda, más duradera en el tiempo, más vinculada a problemas, a un carácter maniacodepresivo... En personas con estos antecedentes es posible que después de un desalojo, pero también de un desengaño amoroso o una crisis económica, se desencadene un suicidio, pero considerar que eso sea la causa final me parece muy arriesgado. Es un punto incluso demagógico. Si se ven las tasas de suicidio en la población normal y se analiza el número de casos de desahucios, no da la impresión de que aquéllas sean más altas entre personas desahuciadas que entre la población en general. En ese sentido, yo vigilaría el posible uso demagógico del concepto en este tipo de situaciones.  De todos modos, aun sin llegar al suicidio es evidente que los problemas de crisis de autoestima y crisis personales con consecuencias psiquiátricas están a la orden del día.
–Por su vinculación al mundo de la educación, ¿cree que nos engañaron los partidos políticos, del color que fuesen, cuando insistieron hasta la saciedad en que ésa era una ‘línea roja’ que los recortes  no  traspasarían  jamás?
–Es complicado... Voluntad de engaño prefiero pensar que no ha habido de forma explícita. No creo que a nadie le interese en este caso... En los casos bancarios sí porque hay algo que ganar... pero en el caso de la educación es más dudoso. Lo que ocurrió es que nadie pensó que la crisis pudiera tener la extensión en el tiempo y la dimensión que ha llegado a tener. Digamos, de entrada, que las afirmaciones sobre la voluntad de mantener intactos los servicios básicos como educación y sanidad eran declaraciones sinceras, pero luego ha sido muy complicado no actuar en estos casos, que por otra parte tenían cierto margen de racionalización. Por poner ejemplos, si Suecia, que es un país ejemplar en los servicios sociales, cobra hasta 7 euros diarios por la hospitalización en un centro público siendo un país rico... no es de extrañar que en un país como el nuestro, mucho más pobre, no nos podamos permitir el lujo de no aplicar ningún tipo de tasas o tarifas en estas situaciones. No sé qué decir. En estas cosas tendríamos que ver qué hacen los países avanzados, si hay copago, cómo se gestionan las estancias hospitalarias... No digo todo el mundo, pero al menos para los que tienen unos niveles de renta altos habría que idear fórmulas. Habríamos tenido que ir avanzando hacia nuevas formas para no cargar los presupuestos públicos de forma exagerada. Son cuestiones técnicas que habría que estudiar.
–Todo eso es comprensible, pero para salvar a la banca no ha habido restricciones...
–Sí, el hecho es que ha sido así. Se ha salvado o se ha intentado salvar a los bancos y en cambio no hemos sido capaces de actuar con rapidez ante los casos más graves de desahucios y pérdidas de viviendas. Es una evidencia. El problema aquí está en ir un poco más a la raíz o al fondo de las cuestiones. Tendríamos que saber si las consecuencias de dejar caer a los bancos, la alternativa, habrían sido más o menos graves que lo que se ha producido. Si se hubiese dejado caer a los bancos, los banqueros no habrían sufrido mucho. El señor Rato habría mantenido su patrimonio. No sería el principal afectado por el cierre de Bankia, sino precisamente todos los inversores y la gente que tendría sus recursos puestos en la entidad. A veces pongo el ejemplo de cuando hay un accidentado en la carretera y hay que tratarlo con urgencia, hacerle una transfusión de sangre. No es un buen momento para preguntar si tiene o no la culpa del accidente, sino que hay que salvarlo. Y seguramente es injusto salvar a los bancos, pero de no hacerlo habríamos tenido que ver qué consecuencias habría acarreado. No soy experto en esto para dar una repuesta clara a la cuestión, pero en algunos casos hay que actuar para evitar males mayores. Me resulta difícil tener una posición clara al respeto.
–En sus diagnósticos como sociólogo, ¿encuentra fórmulas para recomponer el desapego de los ciudadanos hacia una clase política salpicada día sí y día también por las corruptelas?
–Aquí hay un problema grave que desde el punto de vista democrático supone un enorme reto. Todos los equilibrios sociales deberían sostenerse sobre la solidez democrática. Una sociedad en la que los ciudadanos pierden la confianza en sus políticos está socialmente enferma. Habría que ponerle remedio lo más pronto posible con cambios radicales en algunas cuestiones como el sistema de financiación de los partidos, las leyes electorales, listas abiertas que permitan un control más directo sobre el comportamiento de los políticos, una ley de partidos distinta... Deberíamos tener nuevas leyes. Todo está muy estudiado como para poder tomar decisiones rápidas antes de que no se deteriore aún más esa conciencia o confianza en la democracia.
–¿Percibe que esa inquietud social esté permeando en las nuevas generaciones? Algo de eso ya predijo en su obra ‘Desconcierto en las aulas’.
–Fíjese que la primera edición de ese libro se publicó en el año 2000, en plena situación de crecimiento económico, cuando las cosas iban bien. En el libro ya escribía, como también hice en 2003 en otro titulado Bien educados, que había que tener cuidado porque los problemas educativos que tenemos ahora, de todo tipo, de abandono escolar, de fracaso, de conflicto en las aulas, eran consecuencia del tipo de crecimiento económico. Los problemas educativos no los han traído la crisis ni los recortes, sino que los trajo un modelo económico que era perverso en su lógica interna, que daba lugar a comportamientos caprichosos, a la sobreprotección exagerada, que desplazaba la educación del lugar central que debiera ocupar en nuestras expectativas familiares y personales.
–Era mucho más atractivo trabajar de albañil que estudiar una carrera de cinco años...
­–Efectivamente. Parecía más racional abandonar los estudios a los 16 años y trabajar de peón en una obra. El otra día entrevistábamos para un programa de televisión a unos chicos y uno contaba que con 20 años estaba ganando 3.000 euros al mes como encofrador sin acabar los estudios. Cómo decir a un chico con esa edad que siga estudiando, que vaya a la universidad, que se forme, si le estaban ofreciendo ese dinero al mes en un trabajo sin formación necesaria. Los problemas graves que tiene la educación no son los que se han derivado por la crisis, sino que son interiores. La crisis actual lo que está haciendo es devolver la educación al lugar central que nunca debería haber perdido. En la universidad puedo comprobar que hay un cambio radical de actitud de los estudiantes, que vuelven a llenar las aulas. Antes estaban paseando y ahora estudian mucho más, hay mejores notas, una actitud más comprometida. Saben que no hay alternativa, que no tienen otra vía escapatoria. Puestos a tener alguna esperanza, la tienen en una buena formación.
ales tener que salir al extranjero, que no nos engañemos, los que encuentran salida es porque están bien preparados. No es para otra cosa, ingenieros, médicos, profesionales... encuentran buenos trabajos fuera porque están bien formados, han recibido una buena educación. Toda esa gente  que se ha visto forzada a marchar siempre serán recuperables. Cuando el pías empiece a volver a ponerse en marcha, que será dif´ciil, pero llegará , seguro, esta gente podrá ofrecer un buen apoyo a este nuevo crecimiento con una buena experiencia profesional. No es bueno que hayan tenido que marcharse, pero esepero que el país sea capaz de recuperarlos y en cierta forma compensar el mal trato que se les ha dado, sin voluntad de molestar. La generación la vamos a recuperar, no seár lo mismo que si no hbuiese ahbido esta crisis tan larga, pero para mí cuando oigo hablar de generación perdida lo cierto es que me sienta mal, porque incluso con toda esta crisis encima han tenido la suerte de vivir en una sociedad que les ha dado una colchón lo bastante sólido o confortable como apra poder superar la situación. Es áms un deseo que otra cosa.

Báñez y fruto de la movilidad exteriior.
Volvemos a lo mismo. Tienen una especial habilidad para estropear las cosas. En lugar de agradecer el esfuerzo o de dar buenos consejos, o incluso de pedir casi perdón por no poder dar otras alternativas o pedir a la gente que no olvide sus orígenes y su experiencia profesional que tarde o temprano la puedan revertir en el progreso del país, salen con esas historias que son para meterles en la casa más que otra cosa.

“A los jóvenes que tienen que irse al extranjero habría que agradecerles el esfuerzo, pedirles casi perdón”

–Aunando su condición de sociólogo y de profesor universitario, ¿es recuperable la bautizada como ‘generación ni-ni’?
–Sí. Pero no sólo será complicado recuperar a esos ‘ni-ni’, sino incluso a aquellos profesionales que han tenido que salir al extranjero. Prefiero hablar de ellos porque, no nos engañemos, los que encuentran salida es porque están bien preparados. Encuentran buenos trabajos fuera porque están bien formados. Toda esa gente que se ha visto forzada a marchar siempre serán recuperables. Cuando el país empiece a volver a ponerse en marcha, que será difícil pero llegará, esta gente podrá ofrecer un buen apoyo a este nuevo crecimiento. No es bueno que hayan tenido que marcharse, pero espero que el país sea capaz de recuperarlos y en cierta forma compensar el mal trato que se les ha dado. La generación la vamos a recuperar. Cuando oigo hablar de generación perdida lo cierto es que me sienta mal.
­–Hay quien esta semana ha hablado de “movilidad exterior”, no de fuga de cerebros...
–Volvemos a lo mismo. Tienen una especial habilidad para estropear las cosas. En lugar de agradecer el esfuerzo, incluso de pedir casi perdón por no poder darles otras alternativas, salen con esas historias que son casi para meterles en la cárcel más que otra cosa...

m. g. Cardús defiende que “a los políticos se les debe presionar, pero siempre en su ámbito público de actuación”.

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