La convulsión provocada por las declaraciones racistas efectuadas por el Gobierno de la Ciudad en el Senado de la Nación, han servido al PP para rescatar un artículo de opinión que publiqué en este mismo espacio hace un mes (en el que explicaba la fidelidad del voto del PP, entre otras cosas, porque alberga actualmente al “voto racista trashumante”), y proceder a uno de sus particulares linchamientos a los que ya nos tiene tan acostumbrados. En realidad, el ataque se dirige a Caballas. Su auténtica pesadilla.
La modalidad elegida, en esta ocasión, ha sido el victimismo. Según dicen, se sienten insultados. Y se han exhibido pletóricos en defensa de su dignidad ofendida. Tiempo perdido. Este deformado partido sigue chapoteando en la convicción de que el antidemocrático tinglado mediático-institucional que tienen organizado puede con todos y con todo. Tremendo error. Por mucho empeño que pongan y muchos medios que utilicen, ellos ni fabrican la realidad ni pueden alterar la verdad. Si acaso, ocultarla parcial y transitoriamente. Por ello, en lugar de despotricar desde las tripas contra todo aquel que osa discutir su régimen, y si aún les quedara una brizna de generosidad, deberían afanarse en desatar los nudos que estrangulan el futuro y aportar, con sinceridad y serenidad, sus ideas a un debate tan trascendente como inaplazable: Cómo erradicar el racismo latente que actúa con una ferocidad letal, carcomiendo los cimientos de la convivencia en nuestra Ciudad.
El PP mantiene un discurso público radicalmente falaz, basado en la existencia de una convivencia intachable y ejemplar entre las dos culturas que conforman el tejido social (el resto de comunidades, queridas y respetadas, carecen de la masa crítica para merecer tal consideración). Pretenden que vivamos cómodamente sentados sobre una gran mentira, abstraídos y oteando felizmente el horizonte, con la esperanza de que sean otras las victimas del inevitable estallido. Es una actitud irresponsable ante la historia y sumamente egoísta. Porque Ceuta está muy seriamente afectada por esa enfermedad del alma humana que es el racismo. Esta es una realidad indiscutible, que debemos asumir con humildad y desde una perspectiva positiva. No conduce a nada seguir fingiendo. Para avalar esta afirmación, es suficiente con reproducir algunos de los innumerables latiguillos y situaciones interiorizadas por una gran parte de la población: Cuando van a escolarizar a sus hijos preguntan “¿Hay muchos moros en ese centro?” La batalla campal que se desata cada año para matricular a los hijos en los colegios privados es concluyente. ¿Cuántas veces no hemos oído la frase “que bonita esta Ceuta en Ramadán, sin moros”? Puedo aportar una experiencia personal. Mohamed Alí es una magnífica persona que reúne todas las cualidades para ser un gran líder político. Es inteligente y ecuánime, está muy bien formado, tiene una inusual capacidad para interpretar correctamente la realidad, un elevado sentido de la justicia social y una gran sensibilidad humana. Sin embargo, para un amplio sector de la ciudadanía todos estos atributos pasan inadvertidos, no son siquiera evaluables. La crítica más frecuente que recibo, desde que nació Caballas, es que me haya ido (o juntado, según los casos) con “el moro”. En su condición étnica sintetizan toda su valoración política.
Es posible que resulte duro oírlo, que produzca vértigo y desazón; pero esta forma de expresarse y comportarse es racismo puro. Guste o no, es así. El reconocimiento de este hecho no se debe hacer de un modo trágico, ni interpretarlo en clave de insulto u ofensa. Todo lo contrario. La única manera de curar una enfermedad es aceptarla y aplicar el tratamiento adecuado. Por ello debemos hacer, todos, un íntimo y profundo examen de conciencia. Y empezar a cambiar nuestra mentalidad. Es cierto, como decía Einstein que “es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”. Es una tarea muy lenta y complicada porque la raíz del problema se remonta a nuestros ancestros, y en muchos casos está incrustado en el subconsciente. Por eso, cuanto antes empecemos, mejor. Justo lo contrario de lo que hace el PP de Vivas, obcecado en mantener la división, como filón electoral. Para que no quepa duda alguna sobre esta intención, se negó a aprobar una declaración institucional presentada en la Junta de Portavoces, condenando el racismo, restituyendo el honor de los musulmanes ofendidos, y solicitando al Senado que quede constancia rotunda de la discrepancia de nuestra Ciudad con las malhadadas declaraciones. Se comportó de esta indecente manera porque sabe que una parte muy importante de su electorado se mueve en registros racistas, y podrían retirarle su confianza. Así de simple. Así de triste. Resulta harto decepcionante la actitud de una persona inteligente, que tuvo a su alcance una oportunidad inmejorable de cambiar Ceuta, y sólo consiguió cambiarse a sí mismo. Ceuta está ante el reto, de enorme envergadura, de construir una sociedad intercultural perfectamente integrada. Nuestra generación no podrá resolverlo; pero tenemos la ineludible obligación moral de preparar el camino.