Lo he hablado con muchísimas personas. Llegan esos momentos en los que las conversaciones se eternizan y comienzan a exponerse los problemas que tiene este pueblo, nuestro pueblo. Muchos somos los que llegamos a las mismas conclusiones, las que pasan por no entender el imperio del pasotismo que parece haberse asentado en los órganos de poder. Y no me refiero solo al político. Son sensaciones, hasta lamentos encerrados por topar con una serie de problemas a los que los ciudadanos de a pie vemos solución pero que se estampan contra los muros de una administración cada vez más despegada de los hombres y mujeres que vivimos y creemos en Ceuta.
Hay empresas que se están ahogando poco a poco, ejemplificando una muerte anunciada sin que parezca que se quiera hacer algo por ellas. Ahogadas por la frontera, ahogadas por el enrevesado sistema de aduanas que merma la capacidad de reacción del pequeño comercio hasta el punto de hacerles sentirse como si estuvieran en un país extranjero, perdido en el mundo, debido a la lucha continuada que tienen que desarrollar para mover mercancía. Han pegado a muchísimas puertas sin que encuentren ya no el cariño (precisamente la palabraría y las promesas no cumplidas sobran) sino la respuesta rápida que requieren.
El futuro para quienes somos padres es desolador en una ciudad que lleva años reconociendo sus carencias pero el mismo tiempo sin aportar soluciones. Nuestros hijos van creciendo, superan una educación impartida en unas infraestructuras atrasadas, se forman, se preparan, para que luego sus padres les alienten a buscar trabajo fuera de la ciudad en la que se presupone que deben volcar su aprendizaje, todo ello por la única razón de que aquí no van a tener futuro. Se les beca y gratifica por la búsqueda de trabajo fuera, en vez de reinvertir esa formación recibida en su propia ciudad para hacerla más fuerte, más rica y menos dependiente de un turismo fantasma o de una frontera que, cual monstruo, nos está devorando poco a poco.
Los diagnósticos sobre el papel de nada sirven. Y en diagnósticos, en informes pagados a golpe de talonario, es en lo que invierte mucho tiempo, toda una vida, la Administración que avanza a destiempo, lento, sin atender con la rapidez debida a una ciudadanía que reclama, simplemente, tener futuro en su propia tierra.
Las sensaciones llevan a la ciudadanía a una (no) calma, a un presenciar el paso del tiempo con la inquietud del inmigrante que no sabe nunca cuál será su destino, con la incertidumbre del nómada que no se atreve a echar raíces en el lugar que quiere y por el que desea luchar porque ve que quienes están en el poder para guiar esa lucha están más pendientes de sus roces internos, de alimentar estómagos agradecidos, de mantener a ineptos en puestos que les vienen grandes... en dejar pasar el tiempo con el inmovilismo que disfrazan del mismo mensaje. Lástima.