Opinión

El segundo cerebro, por Daniel Pizarro

Resulta curioso conocer que, hace más de 3.000 años, los egipcios a través del que puede ser considerado primer tratado de medicina − Papiro de Edwin Smith − que data de la dinastía XVIII y redactado en escritura hierática, sostenían que los sentimientos estaban domiciliados en el sistema digestivo.

Y lo es porque en 1.999, el doctor Michael Gershon, de la Universidad de Columbia, publicó su libro The Second Brain (El segundo cerebro). Disponemos los humanos de un sistema nervioso central que radica en el cerebro y un sistema nervioso entérico que radica en los intestinos. Ambos están comunicados por el nervio vago o nervio neumogástrico pero curiosamente, por cada diez comunicaciones, nueve se producen del entérico al central y solo una en sentido inverso.

La catalogación de segundo cerebro está avalada porque en los intestinos se encuentran más de cien millones de neuronas. Es ciertamente casi la décima parte que en el cerebro, pero más que en la médula espinal y prácticamente el mismo número que en el cerebro de un animal doméstico. Ellas se encargan de regir el proceso complicado de la digestión.

Generan neurotransmisores como la serotonina −el 95% de la existente en el organismo−, dopamina, el 50 % y treinta más. También benzodiacepinas. Por todo ello se llega a la conclusión que este segundo cerebro, si bien no rige el pensamiento y la meditación, si puede generar sentimientos. Quizá por ello los enamorados sienten mariposas en el estómago o, en otros casos, también sentimos sensaciones ante situaciones desagradables. Las emociones afectan al estómago y el estómago afecta a los sentimientos.

Al mismo tiempo en nuestros intestinos se albergan más de cien billones de bacterias, diez veces más que el número de células de nuestro organismo. Puede calcularse que portamos entre uno y dos kilos de material bacteriano y constituye la microbiota o flora intestinal. Anualmente en cada individuo se procesan, por término medio, 176 kilos de frutas y verduras, 100 kilos de carne y pescado y cientos de litros de líquido, originándose una media de 219 gramos diarios de materia excretable.

Si se cuidan nuestros intestinos −nuestro segundo cerebro− el organismo lo agradecerá y se generará una buena salud emocional. En consecuencia, los síntomas intestinales pueden ser reflejo de la personalidad y los conflictos psíquicos de los individuos. Como señala Gershon en su libro, de este segundo cerebro depende en gran parte la sensación de bienestar y el equilibrio emocional.

“Ciertamente se abre un nuevo campo para el tratamiento de enfermedades nerviosas al actuar sobre el segundo cerebro”

Recientes estudios confirman que la flora intestinal influye notoriamente en algún estado anímico y, cuando la misma es poco saludable, influye negativamente ocasionando problemas patológicos, de ansiedad, estados depresivos, incluso Parkinson o Alzheimer.

Ciertamente se abre un nuevo campo para tratamiento de enfermedades nerviosas a través de actuar sobre este segundo cerebro. Ya en 1972, en la medicina china, se empezó a practicar la acupuntura abdominal para regular el equilibrio emocional, con buenos resultados.

En el mundo occidental, actualmente, los tratamientos de enfermedades sicológicas están muy vinculadas al suministro de fármacos generalmente benzodiacepinas y con estos descubrimientos, de existencias de concordancias entre los cerebros, puede ser que estos tratamientos perjudiquen al paquete intestinal. Como manifestaba humorísticamente un experto, habría que ir ahora al sicoanálisis gástrico.

El acertado aforismo: “somos lo que comemos” o mejor dicho “somos lo que asimilamos”, puede tener ahora mayor énfasis. Como ingeniero agrónomo, formando parte de una profesión tan vinculada a la alimentación, debo estar de acuerdo en que una dieta sana es, sin duda, el mejor camino para un estado físico y mental saludable. Sin descalificar la cita del acreditado doctor Jean Seignalet: “la limpieza intestinal sería para el cerebro del bajo vientre algo así como una cura de sueño para el sistema nervioso central”, es cierto que siempre aparecen manadas de oportunistas, gurús, que prometen curaciones casi milagrosas y se forran en clínicas especializadas en tratamientos presuntamente científicos.

En EEUU está causando furor la actividad de los higienistas del colon que practican la irrigación colónica o hidroterapia del colon, asegurando un gran beneficio a la función intestinal, una limpieza de las emociones negativas −como una minipsicoterapia− incluso beneficios para la piel y el buen aspecto físico. También he leído consejos sobre la aplicación de las tradicionales lavativas caseras: de café, de hierbas e incluso de arcilla.

Camilo J. Cela, afirmaba vehementemente que la represión de las ventosidades era causa de daño cerebral. Y es cierto − aunque socialmente esté muy mal visto− que la expulsión de los gases intestinales no solo tiene beneficios, sino que es aconsejable.

Sin duda pronto a algún avispado se le ocurrirá montar unas clínicas de lujo para el tratamiento evacuatorio de gases intestinales. Solamente pagables para personas de alta capacidad adquisitiva, por supuesto.

Sobre este tema que parece tabú para tratarse en público, debemos tener en cuenta que no siempre ha sido así y no falta documentación histórica que lo confirma. A titulo ilustrativo puede citarse el edicto Flatum crepitumque ventris in convivio mettendis, emitido por el emperador Claudio, para regulación de expulsión de gases en las comidas.

Para terminar el artículo, habiendo citado a nuestro Premio Nobel, me permito relatar una archiconocida anécdota del laureado personaje. En una cena de gala a la que asistían personalidades de gran categoría social, le correspondió sentarse al lado de una encopetada señora.

En un momento dado Cela se inclinó levemente y soltó un estruendoso estampido que retumbó en todo el salón. Todo el mundo dirigió la mirada al lugar de donde procedía e incluso el propio escritor también miró de forma veladamente acusatoria a la señora. De manera cínica aproximó su cabeza a la arrebolada dama, simulando hacerle una confidencia, pero cuidando el tono para que fuese oído por más personas, y exclamó: “No se preocupe señora, diremos que he sido yo”.

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