En estos días me acuerdo mucho de ella. Cuando se habla de guerreras, de batallas, de días marcados en el calendario. Me acuerdo lo que le molestaba todo eso, cuando nos pedía que en nuestros escritos no entendiéramos el cáncer de mama como una pelea entre vencedores y vencidos.
No le gustaba, pensaba en las que no pudieron salir adelante. Ella tampoco pudo, pero fue un ejemplo para todos nosotros. Aún echamos mucho de menos sus consejos, su criterio, su siempre acertado modo de entender el periodismo. Sus abrazos, también eso, sobre todo eso.
En estos días la recuerdo más aún, porque son días en los que se habla demasiado y se sigue haciendo poco.
Su personalidad la hacía grande, su forma de ser nos marcó a quienes tuvimos la suerte de conocerla, su espíritu crítico y su valentía para expresar sus sentimientos e ideas la convirtieron en única.
En días llenos de mensajes rosas, de postureo político, de reportajes basados en clichés, lamento que sigamos hablando de lo mismo, que sigamos reclamando una clínica de radioterapia, una sanidad igual para todos, unos diagnósticos acertados... y así año tras año, sin cambios.
Que las reclamaciones no existan sería sin duda el mayor logro; que los recursos estén al alcance de cualquiera también; que los mensajes desaparezcan porque no hay nada por lo que pelear es un éxito.
Pero no sucede así, seguimos arrastrando los mismos problemas como si estuviéramos atrapados en el día de la marmota. La clase política pelea por lo que les interesa hasta el punto de transformar la gestión en un negocio. Lo demás queda aparcado como una proclama electoral y permanente, también vergonzosa e insultante.
No deberíamos estar hablando de lo mismo, no deberíamos seguir atrapados en estos círculos de protestas.
Por Ana y por muchas como ella no deberíamos seguir usando términos como guerreras, batallas, vencedores y vencidos. Sencillamente no se trata de eso.