Opinión

¿Por qué se van nuestros hijos?

Emigración. El autor del artículo aborda las razones del porqué miles de jóvenes españoles que no encuentran trabajo en su propio país tienen que abandonar España (o más bien los echan) como lo hacían aquellos jóvenes en los años 50 y 60 del siglo pasado

Cada día nos hacemos la misma pregunta, a saber: ¿Por qué se van nuestros hijos? ¿Por qué abandonan a sus padres, a sus amigos y a su antiguo barrio? ¿Por qué dejan atrás la identidad a un lugar, a un paisaje determinado, a unas costumbres y a una lengua? Por qué se desvanecen nuestros lazos de años y se va tejiendo otra relación allende nuestros sentimientos como si ya no fuesen nuestros hijos, sino hijos de la emigración?
Algunos de estos padres ya fuimos testigos como en los años cincuenta y sesenta nuestros familiares se iban a la emigración, para buscarse un mundo que les diera una oportunidad de una vida mejor a la que podía darle aquella España gris y falta de libertades de Franco. Y fuimos testigos de miles de muchachos despidiéndose en las estaciones de aquellas adversas circunstancias que representaban su día a día, para soñar con alcanzar otros sueños que la vida podía proporcionarles más allá de los entrañables horizontes de la tierra que les vio nacer.
Y, ahí están esas viejas fotografías de nuestros familiares en Francia, Alemania, Suiza, Bélgica u Holanda… Viejas fotografías de una búsqueda diferente en un país diferente de cada rincón de Europa, que se allegaba esplendorosa e industrializada a lomos del “Plan Marsall” que los americanos había diseñado para la reconstrucción de la Europa de la postguerra. Viejas fotografías de españoles humildes y hambrientos viajando con lo puesto con desvencijadas maletas atadas con cuerdas, que, en el anonimato de otros emigrantes, subían a los trenes con la esperanza de volver con la cartera llena para adquirir una tierra que labrar o un negocio que rentara sus años de privaciones y ahorros, y una visita al cura para casarse con la novia que siempre esperó su regreso al dictado de la esperada carta… Es la historia mil veces repetida que todos hemos conocido del vecino algunas veces, o en otra la hemos vivido personalmente…
Como un castigo bíblico, la noria de la vida gira y gira para ponernos en el mismo escenario de aquellos años de emigración. Y, ahora, otros jóvenes de otras generaciones, vuelven a emigrar a esa misma Europa que antaño abriera sus puertas a la necesidad de trabajo de aquellos muchachos emigrantes.
Y la pregunta que nos hacemos cae en saco roto, porque los políticos de este país no saben o no contestan a los padres de cerca de 500.000 jóvenes* que se han ido a trabajar a países extranjeros. No hay nada más patético que aquellos que aun sabiendo la verdad, tratan de ocultarla con miserables eufemismos que sólo hace desprestigiarse ellos mismos; porque se les ve la mentira en sus bocas intentando explicarnos aquello que es inexplicable, pues cómo pueden hacerles comulgar con ruedas de molino a unos padres, diciéndoles que es bueno para su formación que sus hijos se vayan a la aventura del emigrante a buscar trabajo.
No pareciera que éste fuera un país serio, que atiende a sus jóvenes como la fuerza que un día habrá de tomar el relevo a las generaciones que están hoy en el tajo. No; no lo parece, porque diera la impresión a tenor de las declaraciones del ministro de exteriores, que los jóvenes emigrantes que abandonan España lo hacen por su libre albedrio, instado por su espíritu aventurero de conocer otras latitudes.
Sin embargo, no es así, los jóvenes no abandonan el país como consecuencia de las desafortunadas palabras del Sr. Dastis, a saber: “Irse fuera a vivir, a trabajar, enriquece, abre la mente, fortalece habilidades sociales, y no supone rehuir responsabilidades sino adaptarse a un mundo mejor”. Y, a nosotros no nos parece la mejor opción para que nuestros jóvenes abandonen su país, su familia, sus amigos y su entorno vital para irse a trabajar a un país extranjero. Porque debe de saber el ingenioso Sr. Dastis, que nuestros jóvenes no van a la emigración para adquirir experiencia y abrir sus mentes; sino que van a la emigración porque no tienen más remedio, porque aquí en el país que les vio nacer no tienen trabajo ni se espera que por un largo tiempo tengan.
Y tampoco le parece bien al diputado de Unidos Podemos, Pablo Bustinduy, quien solicitó del Gobierno que ponga los medios para no abandonar a su suerte a los cientos de miles, quizás millones de españoles que han tenido que emigrar por culpa de una crisis que ellos no causaron.
A lo que el ministro contestó: “Pablo Bustinduy tiene una visión apocalíptica y demagógica que no se corresponde con la realidad. Nosotros no hemos expulsado a nadie”. Añadiendo que el diputado: “Tiene una visión de los años sesenta del pasado siglo, y que actualmente quiénes salen fuera lo que muestran es una iniciativa, una inquietud, una amplitud de miras, una adaptabilidad y una apertura a nuevos horizontes”.
Y esta es la demagogia humillante que emplea el Gobierno de turno para con sus ciudadanos, de tal manera que no nos queda más remedio que apuntarle al Sr. Dastis, que no sea un demagogo al uso y no nos haga comprender lo que es imposible y no tiene visos de ser comprendido, pues usted y yo, y el resto de españoles, bien sabemos que nuestros hijos estarían mejor trabajando y abriendo sus mentes al país que pertenecen por cultura y por razones evidentes de identidad. No acabamos de entender cómo la hipocresía puede cabalgar tan profundamente en el alma de algunos políticos, tanto que pareciera que ya no la tuviesen...
No; no nos dé lecciones S, Dastis -investido por la arrogancia de los escaños azules del Gobierno-, porque llevar al Parlamento todo un discurso acerca de las bondades de la emigración de los jóvenes a otros países, no es nada edificante; sino al contrario, patético y vergonzante. Nada hay más lamentable que hablar de algo que se desconoce y se pretende ser adalid de una problemática que ha causado mucho dolor y bastante sufrimiento, desde el bienestar de contar con un alto salario y el consiguiente confort del sillón de un ministerio
Mire, Sr. Ministro, de la estulticia y la arrogancia, nada se llega, porque los ciudadanos ya hemos ido a la escuela y sabemos descifrar los mensajes engañosos que con tanta asiduidad nos tiene acostumbrado el Gobierno de turno, para decirnos con cifras macroeconómicas que vivimos en el mejor de los mundos posibles y que nuestra economía es un gigante con un futuro envidiable. Pero no es así, porque España roza los 4.000.000 millones de parados** y sus ratios económicos están a la cola de la Unión Europea.
A cada tiempo diferente, echemos la vista atrás un siglo, desde principios de la centuria pasada, este país siempre ha contado estructuralmente con dos problemáticas que se relacionan entre sí y que una lleva indefectiblemente a la otra, a saber: el paro y la emigración. Los elevados índices de paro siempre han llevado a la emigración a países latinoamericanos y luego a Europa. Y, como una constante inequívoca de nuestra lastrada economía, ahora, en estos primeros años del siglo XXI, el paro y, como consecuencia de lo anterior, los emigrantes vuelven a estar en el primer plano de actualidad, como en el pretérito de España no ha dejado de estarlo nunca; porque no es algo coyuntural de este o aquel gobierno, sino algo estructural que padece la débil economía nacional , y que en el sur se nos antoja insufrible y de una dimensión tal que hace del todo imposible que se pueda tener un futuro esperanzado con una tasa de paro del 30%.
Cuando oyes entre los jóvenes que el esfuerzo de realizar unos determinados estudios no tienen una correspondencia con el mundo del trabajo, y han de ponerse a la cola de unas listas interminables que sólo buscan la irrelevante utilidad para las estadísticas del paro, hemos de recordar necesariamente la frase latina:  “Alea iacta est” (la suerte ya está echada), y sólo es cuestión de tiempo que ese muchacho que acabo sus estudios, coja aquella vieja maleta de las añejas fotografía en papel sepia de la historia reciente, y se apreste a coger otro tren, en otro tiempo, en otra España, diferente de la de sus mayores; pero bajo el mismo cliché y bajo las mismas circunstancias de penurias y falta de trabajo que en aquellas décadas 50 y 60 de la España en blanco y negro…
Nada, pues, nos allega a la esperanza de una nueva España que nos acercara a la Europa del bienestar y del trabajo, con una tasa de paro inexistente al ser sólo del 5% en esos países comunitarios. Somos un país que ha sido necesario rescatar a la banca, un país de desahucios, de cláusulas suelo, del engaño y la rapiña de las preferentes y de la corrupción de sus políticos. Un país que ha llegado a tener 5.000.000 de parados, y tiene a miles de jóvenes en la emigración…
Es cierto, no nos roza la esperanza en estos días, porque muchos de nuestros hijos hace ya años que emigraron allende nuestras fronteras, y habitan en otros países lejos de la patria de la que tanto hablan lo políticos desde sus escaños en el Parlamento. De tal manera, que la realidad te golpea de forma inexorable y determina que a los jóvenes no les queda otra que marcharse -LOS ECHAN- a “enriquecerse, y abrir y a fortalecer sus habilidades sociales” como dice el de Exteriores… Nada nuevo bajo el sol de justicia de esta España de siempre: Paro y emigración, ante y ahora… Políticos de palabra fácil, como charlatanes de feria para un pueblo sumiso y desmemoriado que vota cien veces mil las mismas propuestas retóricas de siempre… (*) Tal y como aparece publicado oficialmente en el BOE a fecha de 26 de diciembre de 2013 y mientras la mayoría de españoles disfrutaba de las fiestas de Navidad, dentro de la ley 22/2013 de Presupuestos Generales del Estado para el año 2014, el Partido Popular incluyo una enmienda que establece que las personas desempleadas sin derecho a prestación ni subsidio de desempleo perderán el derecho a la Sanidad Pública española si están 3 meses fuera del estado español.
«Esta medida obligará a todos los que hayan abandonado el país en busca de mejor suerte a contratar servicios de sanidad privada fuera de nuestras fronteras o a renunciar directamente a la atención médica».
(**) La Constitución española de 1978.
TÍTULO. De los derechos y deberes fundamentales. Cap. segundo. Derechos y libertades. Sección 2. ª De los derechos y deberes de los ciudadanos
Artículo 35
1.- Todos los españoles tienen el deber de trabajar y el derecho al trabajo, a la libre elección de profesión u oficio, a la promoción a través del trabajo y a una remuneración suficiente para satisfacer sus necesidades y las de su familia, sin que en ningún caso pueda hacerse discriminación por razón de sexo.

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