Categorías: Opinión

Se subastan los recuerdos

El Casino Militar de la calle Ancha de Cádiz se vende por poco dinero, unos 800.000, para una finca que valía un par de milloncejos. Pero eso era antes de la crisis, antes de que heredara Susana la Presidencia y le aporrearan las críticas. Antes de que Cospedal declarara ante un tribunal y Urdangarin paseara, con la bolsa reciclable de un supermercado español, por Ginebra. No es que fuera muy amante del casino donde no te dejaban entrar si no tenías galones y saben que yo solo los tengo con mi tropa, indisciplinada y concurrida. Lo más que yo era, en esa época, en que boqueábamos crisis de los ochenta, era miradora de la calle Ancha, que siempre me ha gustado ojear con la mente, más que pisar con las huellas. La Ancha como la Quirós, son vericueto de artistas, conspiradores a lo establecido y merendero de gente guapa, porque no se nos olvide que en una de sus esquinas dormía La Camelia, donde se hacían las mejores San Marcos que hayan podido paladear, labios que vestían uniformes de las Carmelitas.
Muchas veces, en este verano que muere de inanición de sol, deviene mi pensamiento en cosas fruncidas, hechas a trompicones de remiendos y veo, no fantasmas, sino recuerdos. Me veo a mí misma mirando ese Casino militar , por la ventana de un escaparate de una tienda de muebles que lo enfrentaba. Muebles Tetuán se llamaba, porque mi padre o mi tío, vayan ustedes a saber, le pusieron ese nombre bonito , por recordar la calle que antes, lo había llevado. Por esos escaparates se veía pasar la vida, ante unos ojos de veinte, que se enmarañaban en las lunas de los espejos de pie, enamorada de la coquetería, del vestir, del cabello casi a la cintura, con hormonas rebosantes de alegría. No se me quejen si he vuelto morriñona, de las no vacaciones estivales, porque siempre me han dado estos tufos de melancolía, que ya, en esa misma época, subida  a la ventana del cuarto de baño de las Carmelitas, en el último año de Bachillerato, me hacía preguntas silenciosas sobre cómo sería el futuro que nos aguardaba, no sólo a mí, sino a de todas aquellas que celebrábamos la fiesta de despedida. Muchas de las que allí estaban, son ahora venerables matronas de piel perfecta y rostro sonriente, con hijos y hasta nietos, que celebran la venida de cada mes, reuniéndose a tomar un cafelito inexistente, porque lo más que beben sus labios y disfrutan sus cuerpos vibrantes, es de Bitter Kas o cocacolas, que deben ser sin azúcar, ni calorías, desgracias que tenemos que asumir las matronas gaditanas , para no engrosar los beneficios bancarios, de nuestras caderas.                                                                  
El Casino Militar, como les decía, se vende por pocos euros, muchos, para lo que pasa ahora en estas tierras de antigua grandeza, que cae hasta el yerno del Rey, engrosador del número de parados y buscador eficiente de alguna empresa en ciernes, que le saque del atolladero de criar a cuatro hijos en colegios en el extranjero. Ahora que todo cae,  me imagino que por la misma ley de la gravedad que asola mis pechos y mi barriga, vemos que Obama nos da la mano para que empuñemos un arma, pero no el plan Marshall, para que nuestros chicos estudien, sin tener que pedir caridad, por estar sus padres, los dos parados.
Ahora que todo anda caído y desguazado, los políticos en bancarrota de ideas y el pueblo jorobado, nos da coraje que la calle Ancha que era hervidero de estudiantes, que venían de las facultades de Medicina y de las de letras de la Alameda, para coger los autobuses con destino a casa, sea poco más que descansadero de glorias pasadas, armazones desvencijados de ladrillos podridos y aún en pie, como los barcos piratas cargados de fantasmas, en pena perpetua, por no poder haber hecho de su vida, más que recuerdos.                                                                          
Se vende el Casino Militar de la señorona calle Ancha de Cádiz, por unos pocos-enormes-euros, pero lo que se vende, en realidad, son recuerdos, ahora que estamos condenados a ver crujirse a nuestros hijos, emigrar a nuestros amigos y despedazarse nuestros sueños.

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