“Se nos ha ido algo muy nuestro”

Sidi Embarek se queda pequeño ante la manifestación de cariño del pueblo de Ceuta a un médico  al que se le reconoce su entrega a todos los que necesitaron atención. Personas de todos los estamentos sociales coinciden en reconocer la pérdida de una persona “ejemplar y única”

Comentaban que hubo enfermos que querían quitarse el gotero, vestirse e ir a despedirle, que eran muchos los que lloraban en el hospital y en sus casas recordándole y que hacía mucho tiempo que no se veía a tanta gente congregada en la mezquita y en el cementerio diciendo adiós a un difunto.
Se esperaba que fuera un entierro multitudinario y así fue. El iman se refirió a él en la mezquita de Sidi Embarek como un “hermano célebre” y sin separarse del cuerpo, cientos de personas decían que “podrá haber en la historia médicos mejores y peores, pero nunca habrá ninguno como él”. De origen humilde, nunca quiso renunciar a eso que le forjó como una de las personas más humanitarias y trabajadoras que se van a recordar. Las enfermeras, rememoran que más de una vez les pidió que por favor cuidaran bien de un paciente “porque me ha quitado mucha hambre”. Ayer, ricos y pobres, musulmanes hebreos y cristianos, jóvenes y mayores, se reunieron en torno al Doctor Abdelkrim para mostrar sus condolencias y acompañarle a la tumba. Al principio del cementerio. En un lugar preferente. Junto a un árbol,  Sulaiman y Chassen, de 18 y 15 años, explican que siempre oyeron hablar bien de él y que “luchó mucho para conseguir estudiar y era muy bueno con todo el mundo, por eso hemos venido aunque no lo conocíamos personalmente”. Un poco más allá, Abdelkader recuerda como su padre, pescador, le contaba que ya de pequeño el Doctor iba a ayudar para ganarse alguna propina y que siempre quiso ser médico para ayudar a la gente. “Me lo ponía cómo ejemplo. Luego ya recuerdo como dejaba el coche aparcado de cualquier manera o pedía a la gente que le echara una mano y lo aparcara porque tenía mucha prisa para visitar a un enfermo que se había puesto grave”. A la entrada del cementerio, una inmensa cola de gente aguarda para dar el pésame a sus familiares. Muchos no pueden reprimir el llanto. “Sientes que se te ha ido algo tuyo... se entregó a los ceutíes y sentimos que se nos ha ido algo muy nuestro”, explicaba un paciente visiblemente afectado.
Sin duda, el Doctor Abdelkrim tenía el secreto de la sabiduría, del poder y del conocimiento, que como decía Hemingwey, era la humildad. Y en base a eso, se entregó a aquello por lo que tanto luchó desde que siendo un niño ayudaba como mozo de carga en el Mercado de Abastos, estudiando por las noches. “Lo llevaba en la sangre, siempre quiso ser médico y ayudar a los demás y esa fue su vida”, reconocía su familia que tuvo que comprender que era algo tan ligado a su persona, que incluso él quedaba en un segundo plano si un paciente necesitaba ayuda.

Le entregó todo al pueblo y ahora el pueblo pide que se le haga una estatua

Desde que en 1982 comenzó a ejercer la medicina en Ceuta, nadie duda de su gran labor y de su dedicación plena a esta ciencia y a sus pacientes. “No pedía nada para él, todo era para el bienestar de los pacientes”, explican sus compañeros y amigos más cercanos. Quizá por eso, ayer, todas las voces pedían lo mismo: un reconocimiento para el que se considera el hombre que más lo pudiera merecer.”Que le hagan una estatua para tenerle siempre ahí y recordar su gran entrega”. Algunos hablaban ya de los mejores lugares para colocarla: o bien la rotonda del Hospital donde pasaba sus días, o bien en El Morro donde comenzó a vivir y tenía su propia consulta. “Es el pueblo el que pide que se le haga una estatua”, decía la gente que acudió a Sidi Embarek. “Es lo menos que podemos hacer por alguien que se entregó a los demás”.

“Como profesional era excelente, como compañero, excepcional”

Desde las enfermeras en prácticas a las más veteranas.Su ayuda desde el primer momento y el respeto a la enfermería le hicieron admirarle como profesional y como persona. “Yo le he tenido en la UCI en sus últimos momentos. No dejaba de agradecer todo”, dice con lágrimas en los ojos una estudiante en prácticas de Enfermería que junto a una compañera acudieron al sepelio vestidas con su ropa de trabajo y visiblemente emocionadas. “Le dije que le iba a echar crema en los pies porque se los vi muy secos y me dijo que no me preocupara, que pies secos, boca seca y ojos secos, futura muerte... él lo sabía, que estaba muy mal y dio ejemplo hasta el final de ser una persona maravillosa”. Las estudiantes, sin embargo, reconocen que sus testimonios son irrisorios en comparación con los de las enfermeras que le acompañaron muchos años en su labor. Paqui Castro es una de ellas. “Como profesional era excelente y humano y como compañero, excepcional”. A su lado, Fati, destaca su trato sin distinción a todo el mundo y otras compañeras que decidieron acudir juntas a despedirle, recuerdan el amor que siempre demostró por la enfermería y el respeto a esa profesión. “Decía que era una cadena, que todos éramos igual de importantes y que si estábamos unidos el trabajo saldría mejor”. Recuerdan los termos de té que siempre estaban junto a él y que era “muy generoso, humanitario...y también nervioso”.  Paqui aún no tenía confianza con él cuando una noche un paciente se puso grave. “Él siempre me decía que le avisara, a la hora que fuera que si era necesario se presentaba en pijama. Le llamé y nunca se me olvidará ese pijama de cuadros celeste debajo de la bata abierta por el pasillo andando muy rápido hacia la habitación del enfermo”. Todas dicen que habría cientos de anécdotas. “No era un doctor, para nosotras era un amigo. Si comía él, comíamos todas, si trabajaba, había que trabajar”. Para el próximo día 18 de febrero sus compañeros están organizando un homenaje en su memoria. Apenas hay detalles  del mismo, tan sólo que se llevará a cabo en el Ayuntamiento.

“Dios ayuda, pero personas como él también lo hacen”

Habiba no deja de llorar. Recuerda cuando una aneurisma casi termina con su vida. “Yo me estaba muriendo y movió cielo y tierra para ayudarme. Pidiendo que fuera trasladada, que estaba muy grave... no habrá otro como él”. Recuerda como nervioso puso sus manos encima de la cabeza y dijo que era urgente, que había que hacerlo ya. “Él se implicaba con los pacientes, tanto, que ha pasado a ser parte de Ceuta”.  Lubna también llora y explica que “era el médico de los que tenía y de los que no. Siempre atendió a mi familia y nosotros éramos de Asisa y si no pasaba la tarjeta, no ponía pegas y acudía a quien le necesitara”.  Lasisa tiene algunos años menos que él. “De pequeña me cogía en hombros y me llevaba a comprar caramelos... cuando falleció mi madre, durante su estancia en el hospital, nunca nos dejó solas y murió en sus brazos”, recuerda emocionada. Además, reconoce que “se sentaba a mi lado y me daba dinero para poder comer porque yo he pasado muchas dificultades en la vida”. Yamina camina torpemente ayudada con una muleta pero no podía dejar de acudir a despedir a “un hombre del que puedo decir que Dios ayuda, pero él también lo ha hecho y no hay duda de que estará junto a él”.