A mediados del año 2016, un temblor sacudió ligeramente la ciudad de Ceuta. No hubo heridos que lamentar y los bomberos no recibieron llamada alguna aquella tarde. Sin embargo, desde entonces Maribel Márquez asegura estar viviendo un auténtico calvario en la barriada de Benítez.
“Estaba por la tarde tranquila en el sofá y de repente escucho ¡brummm! como un estruendo, pero yo no tengo ni idea de movimientos sísmicos. Y de repente miré y pude apreciar que mi casa se estaba agrietando”, recuerda. Y en ese momento empezó una pesadilla de la que no ha despertado todavía. “A los dos meses vinieron los bomberos, unos muchachos muy amables, que apuntalaron la vivienda. ¿Pero y ahora a dónde voy?”, se preguntaba por entonces asustada Maribel. “He ido a Gobernación, he ido a Ceuta Center, he ido a todas partes, ¿qué hago Dios mío?, se lamentaba.
Maribel denuncia que el aparejador no ha vuelto a aparecer por su vivienda. “He ido al Ayuntamiento, donde vi a Juan Vivas y pensé ¡ésta es la mía! Le comenté mi situación a Juan y con su propio bolígrafo el señor Vivas anotó mi teléfono y tomó mis papeles”, cuenta esperanzada añadiendo que todavía espera una llamada salvadora.
Para colmo, las grietas no son el único martirio de Maribel: paredes dañadas, techos a punto de caerse y los incómodos ruidos que atormentan su día a día. Aclara que son muy frecuentes y que por la noche se hacen notar de forma considerable. “A veces estoy en la cama con mi marido y escuchamos unos ruidos terribles procedentes del cuarto de baño”, recalca mientras afirma que dormir con miedo “es algo normal ya para nosotros”. Al acudir al patio, las circunstancias no mejoran. “Es que se me va a caer la casa encima y el Ayuntamiento no hace nada”, insiste.
Al preguntarle sobre lo insólito de su caso, se muestra convencida de que, al ser la única persona en Ceuta afectada por el seísmo, nadie ha mostrado interés en ayudarle. “Dios dijo, Maribel, ahí te va, todo para ti!”, considera con resignación. Con esta situación, unida a que su marido necesita de su cuidado constante por un problema de movilidad, Maribel admite estar al límite. “Lo único que reclamo es que me arreglen la casa, no puedo más, vivo con miedo y sin ganas de nada”, suspira. Tras confesar que tiene claro que el Ayuntamiento no quiere saber nada de su problema, asegura que seguirá luchando porque alguien decida ayudarles. “Siempre quedará intentar reírse, que en esta vida es lo único que parece ser gratis”, concluye.
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