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“Sé del peligro pero quiero la libertad”

“Estoy muy cansado. Sé que es peligroso pero quiero la libertad”. Quien habla es Samba, un subsahariano francófono que, oculto entre los árboles que tienen por vistas la planta de transferencia, espera el momento propicio para engancharse a alguno de los camiones que realizan siempre la misma ruta: Hacho-puerto. Son las doce del mediodía. Samba lleva por equipaje un paraguas de color naranja y dos bolsas en las que sólo guarda un par de viejas mantas. Se ha levantado temprano y ha emprendido la misma ruta que le lleva hasta el mismo lugar de todos los días. Sabe que es peligroso, pero también sabe que otros compañeros han conseguido llegar a Algeciras siguiendo este camino. Por eso lo intenta. Se juega la vida, pero lo intenta.
Samba habla un francés ‘tribal’, nada puro, resulta complicado entender los detalles que esconde su vida. Pero asegura, de forma clara, que en el CETI está bien. Que come, que duerme, que le garantizan todo, menos lo que él busca: la libertad. Por eso pretende seguir una ruta que decenas de subsaharianos la llevan a cabo. Es una ruta peligrosa pero también marcada por el éxito. Las estadísticas no engañan. Sólo en este mes de diciembre el CETI ha registrado 33 bajas. Se trata de argelinos y subsaharianos que un día abandonaron el campamento y ya no han regresado. Se sabe que están en la península, y hasta allí no han llegado por los canales oficiales. Se sabe también que algunos de estos ‘agraciados’ con su búsqueda de libertad han llamado para dar noticias de su llegada. Y es precisamente esa llamada la que se convierte en su incentivo para seguir con los intentos.
Entre el grueso de 33 inmigrantes que han cursado baja en el CETI sin haber salido por las vías reglamentarias -es decir, por las salidas que prepara la propia dirección- se encontraba una embarazada. Estuvo poco más de quince días en el centro. De ella nada se sabe aunque, claro está, no ha conseguido llegar al otro lado en los bajos de un camión.
Como Samba hay más inmigrantes que siguen la ruta del Hacho buscando ocultarse en los camiones que a diario trasladan los residuos. Lo hacen intentando burlar la vigilancia que practica la Guardia Civil, desde los montes, y las patrullas aleatorias que lleva a cabo la UPR del Cuerpo Nacional de Policía.
Al trasiego de los inmigrantes se suma el de vehículos que son catalogados de ‘sospechosos’ y cuyos ocupantes buscan la conversación con los sin papeles. Es una forma de buscar el negocio, de potenciar las mafias de tráfico de personas nutriéndose de quienes, a la desesperada, intentan el pase. Entre quienes están detrás de estos negocios paralelos se encuentran auténticos delincuentes, con antecedentes, algunos recién salidos de la cárcel... ¿qué hacen conversando con los subsaharianos?, ¿por qué los llevan en sus vehículos? Los inmigrantes niegan que estén pagando dinero alguno para conseguir una forma de escapar más segura. Al menos lo niegan los que se topan con ‘El Faro’ en esa búsqueda de la libertad. ¿Y los que ya no están? El futuro de Samba No somos policías. Con esta frase pudimos tranquilizar a Samba, que, nervioso, no sabía bien a dónde dirigirse. En pleno monte, era raro toparse con alguien que no persiguiera más que su detención. “Mis compañeros están ahí abajo”, señalaba. Atrás, en el montículo de tierra, esperaban quienes le habían adelantado en el camino. Samba tiene miedo, está nervioso y de su frente gotea el sudor. Está cansado, ya no tanto de subir la misma cuesta todos los días, sino de saber que es difícil conseguir el pase. Pero lo sigue intentando, porque sabe que hay quien lo ha conseguido. Samba reconoce el peligro de ocultarse debajo de los camiones o de buscar los huecos que garanticen su libertad, pero repite una y otra vez el camino. ¿Cómo frenar un modo de vida marcada por el peligro? Ni las recomendaciones de aquellos ceutíes que le hacen ver lo que se juegan sirven para hacer desistir a una población que, a vista de todos, sigue el sendero del Hacho. Necesitan dinero, tienen que devolver muchos favores, atrás queda una familia, unos compromisos y demasiadas amenazas. Ante esta desesperación, los hay que intentan sacar partido económico a esta situación, organizando traslados, cargando y descargando a los subsaharianos, constituyendo, en definitiva, un sistema mafioso en torno al drama de la inmigración. Lo hacen también a la vista de todos.

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