San Amaro y San Antonio, dos nombres de santos tan unidos a nuestra infancia. Dos nombres unidos a un monte y a un parque: uno el parque de San Amaro, y el otro el monte Hacho. Pinos, zarzas, chumberas, columpios, senderos…Niños en la tarde, en el recuerdo de nuestros sueños*…
El parque de San Amaro, quedaba a las faldas del monte Hacho, era una zona ajardinada donde aquí y allá se situaban algunas jaulas para diferentes pájaros y algún que otro animal. Era famosa la jaula de los monos, donde los niños acudíamos como un imán a verles dar sus saltos y brincos en el trapecio. Daba gusto verles hacer tantas piruetas en los trapecios, enganchados con sólo un pie y una mano, para de un salto inverosímil, agarrarse al otro trapecio que estaba al otro lado de la jaula. Recordaban a los trapecistas de un circo, o quizás, a decir verdad, aquellos imitaban a estos auténticos monos-trapecistas, traídos desde la libertad de sus bosques, y obligados a permanecer cautivos tras los barrotes de su celda dorada.
Ellos, te quitaban de las manos las pipas y los caramelos que le ofrecías, y luego tranquilamente paseándose arriba y abajo en su columpio, las pelaban y las degustaban con mucha gracia. Bien es verdad, que la risa siempre acompañaba a estos encuentros, pero a mí, en el fondo, cuando miraba para atrás, y los dejaba en la soledad de su encierro, siempre me allegaba un sentimiento de tristeza…
"Si bien los pájaros también se encontraban encerrados, nunca me produjeron la misma sensación de tristeza que los monos"
Después estaban las palomas, yendo de un lugar a otro; ora en bandada, ora en pequeños grupos; más tarde venían a mordisquear las migas de pan, que de manera intencionada habías colocado con el fin de que se acercaran y pudieras, entre el asombro de todos, verlas comer en tu mano.
Un poco más arriba había varias jaulas con loros y con pájaros exóticos de diferentes colores. Si bien los pájaros también se encontraban encerrados, nunca me produjeron la misma sensación de tristeza que los monos. No sé, siempre pensé, en mi ingenuidad, que los pájaros estaban ahí, junto a su hábitat natural, y que en cualquier descuido, estarían en plena libertad; pero los monos ¿Adónde irían, tan lejos de sus bosques? Aunque se escapasen, no tendrían un lugar a donde huir…
Y tras la visita a las atracciones, nos sentábamos en un banco, a degustar el pan con chocolate que nos sabía a gloria… A veces, a Juan Antonio, su madre le ponía atún en el pan, ¡Dios mío atún!, dos o tres bocados tendrían que ser negociados necesariamente, antes que el bueno de Juan, acabara con su merienda ante mis ojos…
"Era famosa la jaula de los monos, donde los niños acudíamos como un imán a verles dar sus saltos y brincos en el trapecio"
Hacia el final del parque, junto a una fuente, se abría un camino que iba subiendo serpenteante entre árboles y matorrales hasta la ermita de San Antonio. Está subida era para mí, la más esperada; me hacía especialmente feliz el perderme entre la maleza y los pinos de la ladera; yendo primero la vereda para un lado, y luego para otro, con la intención de hacer la subida menos empinada y más fácil de acceder. Antes de terminar nuestra andadura por el sendero, era preceptivo y del todo imposible, no terminar cubierto de espinas de los higos-chumbos amarillentos y cárdenos de las chumberas que jalonaban el último tramo de la cuesta. Chumbos sabrosos y dulces que no había que comprar; sino sólo tomarlos de las verdes hojas espinosas y carnosas de las chumberas del camino. Desde allí, columbrando todo el entorno de la ajetreada subida, el parque se divisaba como una estampa de calendario, yo diría casi como un juguete…
"Y tras la visita a las atracciones, nos sentábamos en un banco, a degustar el pan con chocolate que nos sabía a gloria…"
Cuando por fin se alcanzaba a lo más alto del camino, este accedía directamente a la carretera de circunvalación del Hacho; después de andar el último tramo de la cuesta, se accedía a la explanada que daba a la ermita. Silencio y recogimiento ante la puerta, una mirada al Santo, un Padrenuestro, y a salir corriendo a mirar el Estrecho que se dibujaba azul, azul, azul… hasta confundirse con el azul más pálido del cielo.
Al otro lado el peñón de Gibraltar, y la bahía de Algeciras; hacia levante las tierras de Málaga; hacia poniente, Tarifa, Cádiz, y el inacabable mar océano del Atlántico… En nuestros recuerdos atávicos a San Amaro y San Antonio, no podemos dejar de emocionarnos al sentir el roce salino de las aguas del Estrecho, y el incienso que rezumaba los muros de la pequeña ermita de San Antonio... «Todo pasa...», como dijera el poeta de Campos de Castilla, sin embargo, algo quedó para siempre en nosotros, de aquellos senderos que subían a la ermita y quedaron habitando nuestras almas...
"Al otro lado el peñón de Gibraltar, y la bahía de Algeciras; hacia levante las tierras de Málaga, hacia poniente, Tarifa, Cádiz."
(*) COMENTARIOS:
Josema Robles: San Amaro, muelle Alfau bajo los cuarteles, depósitos gigantes, la fábrica de ataúdes, la gente viviendo en bunkers olvidados, los festivales de España, pies de Franco, las mocitas, su culo por las losetas de la ermita, el pretendiente, el salto del tambor, el desnarigado, la mili, el hacho, presidio, Gárgoris y Habidis, el cementerio, donde se quemaban a los hindúes, el Sarchal y un trozo de mi primera infancia. Gracias Manuel Castillo Sempere.
Nina RG: Me lo llevo, ¡Manué, los vellos de punta me has puesto! Estanque de los patos, palomar a la derecha, la jaula de las aves, cotorritas, loros, pájaros diversos, y hasta un gallinero con sus gallinas y su gallo...
Toñi Calzado: Buenas noches, Manuel, Sé lo que sientes... Te robaron tus recuerdos más tiernos. Mi amiga de infancia me mandó fotos de nuestra infancia. Resulta que el llano donde nos tirábamos las horas muertas, ahora es el famoso campo de fútbol cercano a París...