Opinión

Al rescate

Lo cierto es que, a veces, la irrealidad te va envolviendo como una bruma tenue, y un día te ves sentado en la sala de espera de una unidad de salud mental. Es frecuente que, en las primeras visitas, te dejes acompañar por tu madre, ambos sobrecogidos por la aparición de un nuevo destino. Qué importante es ahí el soporte de seguridad que es la familia.
En el aire una certeza: ni yo ni mi familia habíamos tenido una palabra en relación a ese universo que es la salud mental.
En el aire del después una duda razonable: ¿estaría yo aquí, sentado, de haber tenido información y conciencia de cuidado de esa constante que es la salud mental? Es lógico pensar que la información hubiese amortiguado el golpe.
Pero volvamos a la sala de azulejos celestes. Justo en la bancada contigua esperan turno los pacientes de endocrinología, a lo que yo pregunto: ¿Hay diferencia significativa entre un usuario de los servicios de psiquiatría, y un usuario de cualquier otra especialidad?
La respuesta más justa es que no habría un porqué. Sin embargo, la práctica nos dice que el sello, o estigma, de un paciente de psiquiatría, condiciona negativamente tu proyección social hasta hacerla impracticable.
En cambio, a nadie se le discrimina y señala por padecer una alteración en la función del tiroides.
El caso es que esta sensación de rechazo impregna las dinámicas sociales, permea en la autopercepción del individuo, y la persona afectada por un problema de salud mental termina aceptando su marginalidad y sus limitaciones, acudiendo a ese callejón sin salida que es el aislamiento.
Las visitas al médico de la mente se convierten en un círculo infinito, en el que es muy difícil percibir la salida. El día a día es una rutina fatigosa. Unos días se suben los medicamentos, otros días son menos.
La desesperanza obstruye las arterias de la razón, y la vida se convierte en una experiencia de sufrimiento. Entonces, ¿quién tiene la receta mágica? ¿quién puede deshacer el hechizo de la confusión?
Mi fe es una: el Estado de Bienestar, si quiere merecer el nombre, debe acudir al rescate y ofrecer un itinerario de inclusión. Solo cuando el individuo desarrolla un rol social podemos hablar de recuperación; solo cuando recuperamos la ilusión por un proyecto de vida independiente.
El primer paso sería introducir una lectura positiva sobre salud mental en los canales de la sociedad de la información, introducir elementos de juicio que no prejuzguen a la persona afectada.
Al tomar conciencia la sociedad de que los problemas de salud mental son una circunstancia natural, podremos quitarnos esa losa que supone ser un usuario de los servicios de salud mental. Ya no seremos raros, ni extraños, no tendremos temor ni vergüenza, y así comenzaremos a participar en la esfera social como miembros de pleno derecho.
Al diversificar nuestra experiencia mental, la evolución se dará por añadidura. El caso contrario es soledad, el olvido, el abandono.

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