La salud mental y la falta de recursos sociales han vuelto a tomar protagonismo con el caso de una mujer que provocaba situaciones de cierta inquietud entre vecinos al colarse en sus casas. Es evidente que no se encontraba bien, como también es evidente que los recursos públicos han vuelto a fallar al no estar dotados ni de una reacción rápida ni eficiente.
Seguimos sin tener un albergue social, tampoco recursos para detectar este tipo de casos y actuar. Los servicios sociales no pueden esperar a que alguien denuncie las situaciones que suceden en la calle, tienen que tener sus propios medios para reaccionar de oficio, detectar esos casos de vulnerabilidad y ofrecer acogida inmediata.
Casos como el de esta mujer y otros conocidos públicamente esconden historias rotas, desequilibrios personales, inestabilidad… lo que deriva en comportamientos que nadie quisiera para uno mismo.
Porque nadie quiere deambular por las barriadas, meterse en casas ajenas, colarse en hoteles… Nadie quiere vagar de un lugar a otro sin un rumbo definido. Detrás de esas escenas que nos llegan de unos particulares invisibles de la sociedad hay mucho sufrimiento.
Los recursos públicos no funcionan como deben, ni aquí ni en otras ciudades. No se actúa con la rapidez para evitar situaciones extremas, para proteger al que padece estos desequilibrios, pero también al resto de ciudadanos que no saben cómo reaccionar ante este tipo de sucesos.
Llevamos años esperando que se pongan en marcha los proyectos sociales tan necesitados para casos así. Son ya bastantes historias las que han trascendido públicamente como para no acelerar la aplicación de recursos inmediatos.
Tratar esto de manera prioritaria es una obligación como sociedad, pero también como institución.
Había un centro propuesto para enfermos mentales, pero tuvimos que meter a los MENAS allí. ¿No os acordáis?
A mi lo que extraña son todos estas proclamas de gran humanismo y solidaridad.
Pero luego, vemos como cruzó la frontera y la echaron para atrás enseguida. NI examen médico, ni derechos humanos, ni Mohamed VI acogiendo en su brazos a los desamparados.
¿Curioso, no?