Los intentos de incursión en la zona restringida del
puerto de Ceuta no cesan. A los marroquíes adultos que tradicionalmente frecuentaban el lugar se suman los
menores que, fugados de los centros habilitados por la ciudad, solo aspiran a colarse en alguno de los barcos que les lleve al
otro lado del Estrecho. Las vías para acceder a las escolleras son varias: trepar por las vallas coronadas de pinchos o buscar el despiste para meterse en los bajos de los camiones para alcanzar las escolleras portuarias. Y así todos los días, a todas las horas, de manera constante sin que haya una solución para impedir lo que ya es un hecho: que el puerto de Ceuta se ha convertido en la auténtica frontera para los marroquíes.
Los riesgos van de la mano de cada uno de los intentos de cruce. Puede haber caídas, atropellos… ha habido incluso muertes. Pero el deseo de poder colarse en alguno de los barcos supera y anula cualquier miedo. La vigilancia constante no abarca unos amagos de pase que se repiten sin descanso. En muchas ocasiones son los transportistas los que advierten de la presencia de estos menores y jóvenes cuando ya están dentro de las bodegas. El día a día pasa sin control para estas personas que no ven más allá de la Península. Porque esa es su meta, pase lo que pase y cueste lo que cueste. Llama la atención que entre los menores que se buscan la vida en la zona portuaria hay algunos de edad no superior a los 10 años. Habitan las cuevas que se hacen dentro de las escolleras y que se han convertido en sus hogares, burlando la persecución policial constante que busca trasladarlos a los centros. Es el día a día en la zona portuaria, el día a día que ofrece la imagen más extrema.