El Gobierno español se ha vuelto a enredar en Gibraltar. No se comprende muy bien este empeño en atizar un conflicto muy enrevesado sin tener previamente determinados los objetivos, ni preconcebida la estrategia. Al final sólo queda una acomplejada exhibición de amor propio de quien siente la dignidad herida, pero no tiene capacidad para cambiar las cosas. La técnica de propinar bofetadas y pellizcos al enemigo, amargando la vida a ciudadanos inocentes e inofensivos, nunca tiene (no puede tener) largo recorrido. La intransigencia británica es rotundamente inamovible en un escenario como el actual, en el que la alianza entre ambos contendientes tiene carácter preeminente por razones obvias.
Todo volverá a su ser. El problema es que Ceuta sale siempre venenosamente salpicada de estas escaramuzas. Y en esta ocasión, los daños pueden ser irreversibles. Ceuta se encuentra inmersa en un complejo proceso de configuración de un modelo económico solvente y sostenible, que genere empleo, riqueza y confianza en el futuro. Esta es la razón de ser del Plan Estratégico (milagrosamente unánime). No es nada sencillo. Mejor dicho, es todo un inconveniente en sí mismo. Además de las enormes dificultades de naturaleza estrictamente económica, el contexto político es muy adverso, y las decisiones en este ámbito son condición necesaria para que puedan fraguar las iniciativas contempladas en el plan. Aquí radica el perjuicio que nos ocasiona el conflicto de Gibraltar.
Aunque a los ceutíes nos duela, indigne y desespere, lo que no se puede negar es que las comparaciones de Ceuta y Melilla con Gibraltar son inevitables. No hace falta insistir en la diferencia entre ambas situaciones, tanto en su dimensión política como jurídica. Está repetido hasta la saciedad. Pero esta certeza no es óbice para que lo que en su día se denominó muy acertadamente “la psicología de los mapas”, alimente una analogía que cala en sectores excesivamente amplios de la opinión pública nacional e internacional, y por desgracia, en no pocos estamentos políticos. Porque sería de necios negar algunas similitudes. Pondré un sencillo ejemplo. Decía un ministro español: “Los gibraltareños no se pueden fumar todo el tabaco que importan”. Idéntica frase oí no hace poco referida a Ceuta: “Los ceutíes no se pueden comer todo el arroz que importan”. La sombra del contrabando planea siempre sobre Ceuta. Otro tanto sucede con la fiscalidad. Nosotros consideramos que el régimen fiscal de Ceuta es un mecanismo legítimo de compensación de desigualdades y, en ningún caso, un privilegio injusto de fortunas insolidarias como son los paraísos fiscales. Lo que sucede es que cambiando la perspectiva, y analizando las situaciones con trazo grueso y desde otros intereses, Ceuta disfruta de una presión fiscal irrisoria en términos comparativos. No es extraño que muchas personas, carentes de sensibilidad y frívolamente, equiparen ambos regímenes. La conclusión es que las duras y justas críticas que el Gobierno de España hace sobre la impunidad de Gibraltar, restan considerablemente la autoridad moral para solicitar a las instancias europeas el reconocimiento de determinados cambios en nuestro marco fiscal, que se antojan importantes en orden a lograr los fines pretendidos. Es una posición desairada la de exigir rigidez y flexibilidad simultáneamente. Si las tesis en contra de cualquier tipo de flexibilidad tributaria se imponen en la Unión Europea, con el aval del Gobierno español, será prácticamente imposible encontrar el beneplácito para la profundización en las ventajas fiscales que estamos planteando.
Pero puede ser aún peor. Es posible, no ya que rechacen las nuevas medidas, sino que se active un proceso de revisión de lo existente. Si las instituciones europas (espoleadas por algunos enemigos internos naturales), ponen bajo su exigente lupa el régimen económico y fiscal especial de Ceuta, con sujeción a las nuevas coordenadas de disciplina y uniformidad, corremos un serio peligro. Por ello sería conveniente reforzar los compromisos políticos vigentes, buscando un acuerdo de ámbito nacional, y de amplio espectro, que blinde Ceuta y Melilla, por motivos sobradamente expuestos y fundamentados, de las nuevas tendencias que se intuyen. Porque, dejando aparte los fallos que cometemos (y son muchos), hay que reconocer que tampoco nos acompaña la suerte.
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