Es mayorcito porque iba al cine en tiempos de Franco y creció, naturalmente, en la fila de los mancos. Ella tenía 14 abriles en canal y sobre las piernas rebeca para disimular. Cuenta como en la última fila de ese local, él y ella, con calcetines, aprendieron juegos de manos a la sombra de un cine de verano y daba la casualidad que siempre daban una de romanos. Desde luego era imprescindible entrar en la oscuridad blanca y negra del No-do, pero pronto ese niño que era Sabina se fue quedando sin frenos y ya en las películas posteriores nunca ganaban los buenos.
Fumaba demasiado, su voz comenzó a quebrarse y no hizo caso a los que le decían ten cuidado con la nicotina. Bebía mucho, no se controlaba y terminaba pidiendo sexo y rock and roll. Se quedó tan delgado como un papel de fumar, pero no atendió a los que le avisaron ¡Eh Sabina!. Todo esto anunciaba los problemas que el conocido artista tuvo más adelante.
Nuestro hombre se ríe de sí mismo y representa a un personaje nada atractivo y campeón del fracaso que, sin embargo, toca el cielo de vez en cuando. Dice algunas madrugadas me desvelo yendo como un gato en celo patrullando la ciudad, en busca de una gatita, cuando el alma necesita un cuerpo que acariciar. Ese hombre no conserva novia ni pareja y recurre al amor comprado, una de sus obsesiones, porque la mujer de turno no corresponde a su amor y él solo quiere regalarle una canción con sus frustraciones. Sólo tiene, si acaso, a esa amante inoportuna que se llama soledad.
A ese que vive en la posada del fracaso donde no hay consuelo ni ascensor, le acompaña el desamparo y la humedad y, en definitiva, confiesa que le han robado el mes de abril. Además, la única medalla que ganó en su vida era de hojalata y decepción porque se considera un nacido para perder.
Sabina habla de su ciudad a la que describe en la parte más sórdida al decir que las niñas ya no quieren ser princesas y allí los pájaros visitan al psiquiatra, las estrellas se olvidan de salir, mientras que la muerte pasa en ambulancias blancas y, la vida es un metro a punto de partir. Hay una jeringuilla en el lavabo, y aclara: pongamos que hablo de Madrid.
Y en Corre dijo la tortuga canta al otro Sabina que convive con él mismo, el que nunca se desnuda si no me desnudo yo –dice-, el otro, el cómplice traidor. Le habla al que no sigue sus consejos y, sin embargo, está metido en su pellejo, aquel que le vigila desde el otro lado del espejo y le frustra el encuentro con una mujer porque a ese otro no le agrada: ni lo sueñes, contestó. Son las obsesiones de su otro yo que tiene una especie de mala conciencia, influyendo sobre él mismo.
En su para mi la mejor canción y de la que es también autor, se describe abandonado por la mujer que ama. En Como un explorador cuando ella ser marcha de su lado, abre de par en par los balcones y sacude el polvo a todos los rincones de su alma. Vuelve al bar de sus pecados y en otros ojos se olvida de su mirada. Y una mañana se consuela diciendo que a veces gana el que pierde a una mujer. Todo va bien, con el cartel de libre en la solapa, hasta que alguno, en el momento más inoportuno, le pregunta por ella. Entonces su resistencia se derrumba y reaparece el Sabina derrotado y sin compañía.
Y cuando confiesa lo que le gustaría ser, rechaza una serie de profesiones, ninguna de ellas de tinte burgués, quizás porque no las considera lo suficientemente marginales. No quiere ser legionario en Melilla, ni mercader en Damasco o costalero en Sevilla, negro en Nueva Orleáns, viejo verde en Sodoma, deportado en Siberia, sultán en un harén, tahúr en Montecarlo, taxista en Nueva York, tabernero en Dublín, ahogado en el Titánic ni flautista en Hamelín. Lo que realmente desea es convertirse en un pirata cojo con pata de palo, con parche en el ojo, con cara de malo, el viejo truhán capitán de un barco, que tuviera por bandera una par de tibias y una calavera.
Tiene una visión negativa de sí mismo en las canciones, donde los fantasmas de la depresión, el alcohol y las frustraciones le acompañan siempre pero, al mismo tiempo, inspiran esas canciones inolvidables que hablan de amores imposibles en un ambiente muchas veces ajeno al fan que disfruta de sus poemas cantados.
Y valdrá la pena detenerse en los problemas que el amor aporta a la juventud marginada y sin horizontes que Sabina describe.
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