“A vosotras, que recogéis monedas en las plazas, como recoge la campesina la espiga de trigo en los campos. A vosotras que no sabéis de dignidad, porque necesitáis las monedas arrojadas a la cara para saciar el hambre. A vosotras, que en esta sociedad cristiana, sobradas de palacios, de Iglesias y de bancos, no hay un lugar de acogida donde podáis caer muertas…”
Y cayeron del cielo una, dos, tres…infinitas monedas. Y volvieron a caer monedas como si fuera un mana* caído del cielo; sin embargo, las monedas no caían del cielo, sino de los bolsillos de los aficionados del PSV Indhoven, que deseaban ejercer por unos momentos de Dios celestial.
Y las muchachas rumanas se genuflexionaron, doblando sus rodillas hasta el suelo en señal de reverencia y adoración; y cómo aconteciera que no fuera suficiente, estiraron sus cuerpos -cuan largas eran en máxima sumisión- por los suelos de la Plaza Mayor de Madrid…
Todo el mundo pudo verlo, los telediarios y los periódicos dieron la noticia hasta el hartazgo, incluso el Ministro del Interior dijo de tomar medidas, pero todo quedó en “aguas de borrajas” en unas imágenes más o menos afortunadas de las noticias del día.
Sin embargo, para algunos esas imágenes todavía retumban en algún lugar de nuestras conciencias, interpelándonos acerca de la dignidad que debe de acompañar a los seres humanos, como las señas de identidad que más pudieran representarnos y definirnos…
Qué pasaría por la mente de esos muchachos al ver a una mujeres arrodillas a sus pies, implorándoles unas limosnas. Acaso en el proceso de sus inteligencias pueden llegar a pensar qué no son mujeres, qué no son seres humanos por el hecho de pedir unas monedas. O, tal vez, estén acostumbrados a despreciar a aquellos menesterosos que, en la marginalidad de sus vidas, nunca podrán alcanzar sus mismos status de bienestar.
Cada día no levantamos con una sorpresa nueva. Nos levantamos con una merma en la capacidad que tenemos los hombres de sentirnos próximos a los que sufren de hambre, de soledad y de abandono. Cada día nos levantamos atormentados de sabernos mediocres e indolentes por aquellos refugiados que huyen de la guerra y no se allega en nosotros el deseo de acogerlos. Cada día nos levantamos con la cobardía reflejada en nuestros rostros que nos hace apartar el espejo para no columbrar por más tiempo nuestra propia imagen reflejada. Y, así también, cada día nos levantamos ausentes y desdichados sin saber, a ciencia cierta, si nuestros nombres aún nos pertenecen, o quedaron en el olvido de las cosas personales.
Columbrar a los jóvenes holandeses tomar cervezas despreocupados y ociosos, mientras arrojaban monedas al suelo, nos retrotrae por una cierta similitud con el pasaje bíblico de la traición de Judas al Maestro, y su posterior arrojo al viento de las 30 monedas pagadas por su delación. El acaecimiento bochornoso de los “hooligan”** holandeses, guarda con el el apóstol, el mezquino proceder de la cobardía. Porque cobardía fue el acto de despreciar a unas muchachas sumidas en la marginalidad.
Lo que le da a este suceso una mayor relevancia, es que se produjera en plena Plaza Mayor de una capital europea, a la luz del día, y que la policía de Madrid NO interviniera, salvos dos personas anónimas que llenas de vergüenza lo criticaron enérgicamente. Y, nos preguntamos dónde estaban las diferentes policías de Madrid, acaso no se enteraron en un día señalado, seguramente, con medidas especiales para un encuentro de la Champions League, dónde se prevén altercados.
Las imágenes han dejado retratado a todo el mundo; por una parte la mezquindad y la intolerancia mostrada por una afición; y, por otra parte, la indolencia de los ciudadanos presentes en la plaza. Y, claro está, la pasividad de los cuerpos de seguridad, que no supieron estar a la altura de las circunstancias…
Triste recuerdos de unas mujeres tiradas por los suelos buscando unas monedas, pero más triste aún es el grado de falta de humanidad al que ha llegado nuestra sociedad; que mira estos hechos, sin verlos, sin preguntarse si merece la pena al grado de deshumanización al que hemos llegado. Porque también cabe preguntarse que parte de culpa tenemos nosotros en la marginalidad y en la falta de dignidad de estas muchachas. Y, en este punto diré, que hablamos de dignidad cunando se puede tener, porque cuando el hambre, el desarraigo, el saberte despreciado te llega y te cubre en una supervivencia por la vida, la dignidad no sólo no existe, es que ni siquiera se le ha dada una oportunidad para que nazca en ellas… Pues, no es responsabilidad de los seres marginados, sino de nosotros, que ni sabemos o no queremos sacarlos de esa marginalidad…
En un país, donde se han arrojado a la calle con “una mano delante y otra detrás” a cientos de miles de familias; en un país donde malviven 5.000000 millones de parados: en un país donde se ha engañado a los ancianos con “las preferentes” por unos bancos impresentables que han jugado con los ahorros de los “mayores y jubilados”; que tiene a gran parte de sus jóvenes repartidos por el mundo buscando trabajo. Y, que gracias a los comedores sociales de las ONG,s puede alimentarse miles de familias, dónde se encuentra la DIGNIDAD que una persona debe de adquirir como un derecho irrenunciable desde que nace…
Resulta llamativo, hablar ahora de dignidad, porque haya salido a la luz el hecho conocido por todos los estamentos públicos de la marginalidad de los “rumanos”. Resulta de una hipocresía insoportable que nos acordemos de la dignidad de estas muchachas que son capaces de tirarse por los suelos a recoger monedas, cuando todas las noches van con sus carros a recoger de los contenedores de basura algo inservible que les pueda servir. Todos lo sabemos, estamos hartos de observar estas escenas, pero todos callamos en nuestra manifiesta insensibilidad. No, nos rasguemos, por tanto, las vestiduras, porque todos hemos sabido de estos menesteres…
La dignidad no es solamente una palabra de un hermoso sueño del alma humana. Porque, ¿qué dignidad pueden tener los líderes europeos que ayer vendieron a los refugiado que huyen de la guerra, en un remarque de Judas y sus 30 monedad de plata? No; no hay nada nuevo bajo el sol, y seguiremos hablando de dignidad sólo como un principio, una ilusión, una meta, una quimera, un deseo, una conclusión…; sin embargo, la dignidad, todavía no es un derecho que podamos esgrimir como un valor universal que nos abriera las puertas ante cualquier injustica que nos alcance. No; porque la dignidad es algo más que un deseo, la dignidad es aquel sentimiento que golpea a las tinieblas*** -que dijera Gabriel Celaya-, en la puerta de tu alma cuando se reflejan los rostros de los que huyen de la miseria, de la pobreza y de la guerra, y aún continuamos -“ausentes y neutrales”***- desoyendo sus gritos desde la desesperación…
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