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Ruegos por un pedazo de pan

Cada día es la misma historia. Luchar contra el destino e intentar cogerle la delantera para, una vez dejado en evidencia, dejar de ser un clandestino y empezar a soñar con ser alguien libre, con opciones en la vida. Esa es la meta de los hombres y mujeres que cada día hacen que África retumbe en los oídos de los países desarrollados, que cada día emprenden caminos distintos para enterrar una vida y empezar otra.
Salim se oculta en los bosques de Marruecos esperando que llegue ese momento en el que su vida dé un giro. Vive en uno de tantos campamentos que serpentean los montes que dibujan la carretera de Tánger. Es fin de semana y ha salido a apostarse a uno de los lados de esa amplia carretera. A un lado y a otro decenas de subsaharianos hacen lo mismo, repiten movimientos similares, buscan llamar la atención de los conductores que cruzan la carretera de Tánger. Solo quiere comida. Como el resto.
Algunos marroquíes les arrojan tortas de pan por la ventana, y es entonces cuando los inmigrantes que están más cerca del maná se arrojan a por ella. Otros se paran en la carretera y dan alimento a los que no lo tienen. “Los marroquíes son solidarios con nosotros”, sentencia un subsahariano. A su cuello un rosario, en sus manos la nada. Las informaciones que manejan los servicios de información de la Guardia Civil señalan a la existencia de mayores bolsas de subsaharianos en el lado marroquí. Son notas que sirven para rellenar las novedades que recibe el delegado del Gobierno, Francisco Antonio González Pérez. Detrás de esas cifras, de esos avisos, hay hombres y mujeres. Los mismos que a diario salen a la carretera de Tánger en busca de alimento para, después, refugiarse de nuevo en el bosque, evitando que las fuerzas de seguridad los detengan. El miedo a un arresto es evidente.
“Si nos cogen nos tienen varios días sin comer. Luego nos llevan a la frontera con Argelia, sin nada”, apura un subsahariano a El Faro, tras la visita girada para comprobar cuál es realmente esa presión de la que se nos habla. La frontera con Argelia es una pesadilla para quienes ahora esperan el momento de marchar a Ceuta o a la península. Algunos ya han probado esa suerte y saben de compañeros que jamás regresaron, que fueron apaleados, que la expulsión terminó con su vida. Saben lo duro que es pasar por un arresto, por un rechazo y por una nueva intentona. Eso es lo más complicado de entender.
¿Por qué lo intentan una y otra vez, por qué no desisten en una marcha tan dramática? Para buena parte de los inmigrantes la huida es lo único que hay. Pasar al otro lado es vivir, quedarse en el camino es morir atrapado en un limbo, huyendo de la presión existente en el Magreb y la pérdida de un origen, de unas tierras, de un lugar que abandonaron y al que difícilmente pueden regresar. Para algunos de ellos ese origen ni siquiera existe.
Salim cuenta que ya ha intentado en varias ocasiones llegar a Ceuta. Siempre en balsa, la forma más arriesgada pero, a su vez, la más explotada por los subsaharianos porque reporta la seguridad que es difícil encontrar ya en el vallado.
Por 200 euros, cuenta, pueden adquirir una balsa. Es el precio más económico para las unidades de dimensiones reducidas. Las grandes llegan a costar más de 600 euros. Cifras escandalosas si se compara con las que ilustran los carteles de cualquier establecimiento ceutí. Obtener una balsa en Marruecos es para un inmigrante tener ilusión. Disponer, cuando menos, de una oportunidad. Salim rozó en tres ocasiones esa suerte, pero en todas ellas fue interceptado por agentes marroquíes. Llegó a estar en el mar, pero finalmente resultó detenido con el grupo que le acompañaba.
Junto a Salim el resto de subsaharianos que se entrevista con El Faro maneja distintos intentos. Algunos todavía no han conseguido esa marcha, otros ya hablan de las detenciones como de escenas tipo en sus vidas.
Para un subsahariano oculto en los bosques de Marruecos lo difícil es sobrevivir. Conseguir comida depende de la solidaridad de aquellos que paren sus coches y les den alimento o unas monedas. El agua la traen en garrafas de plástico. Tras salir a la carretera regresan al campamento. Si logran dinero para adquirir una balsa marcharán en cualquier noche que puedan.
Los asentamientos de subsaharianos se reparten por nacionalidades. Entrar en ellos es complicado, ya no sólo por el miedo a que sus fotografías sean publicadas y provoquen la localización por parte de los agentes marroquíes, sino también por la propia negativa de algunos de los subsaharianos que golpean a sus compatriotas si descubren que éstos han traído a alguien ajeno. Cada asentamiento es controlado por una nacionalidad. ¿Hay mujeres, niños?, les preguntamos. Lo niegan, al menos en la parte más cercana a Ceuta dicen que sólo hay asentamientos de varones. En plena carretera de Tánger, en ese ruego diario por un trozo de pan, sólo se ve a hombres.
En grupos de cinco o diez subsaharianos, la carretera que deja atrás Castillejos acoge a entre setenta y ochenta varones, todos ellos dispersos, y todos ellos cruzando de lado a lado de la vía.

Es la población con la que nos topamos, huidiza, temerosa si ve que el coche que se aproxima es de algún agente de seguridad o de la suerte de informadores que hay en cada esquina. Hay días de mayor tranquilidad en los que salen a la carretera muchos más subsaharianos. La población que, se estima, pueda haber al otro asciende, según las fuerzas de seguridad españolas, a unos 300 subsaharianos, todos ellos dispersos en el entorno más cercano a Ceuta.Según se amplía el círculo el volumen es mayor.
La vía de entrada es, por excelencia, la marítima. Sin patrón, son los propios subsaharianos los que se lanzan al mar. Por sí mismos se hacen con las balsas que compran a pie de playa o en el zoco. No hay intermediarios. Nada que ver con el pase en vehículo, mucho más explotado en la frontera de Melilla. Esa vía está pensada para los que juegan con cifras de tres ceros. Para los subsaharianos que esperan en los bosques el momento de la huida, 6.000 euros está fuera de sus posibilidades. “No podemos trabajar. Los marroquíes nos quieren echar una mano y contratarnos, pero si la Policía les sorprende les multa. No podemos trabajar en ningún lado, sólo vivir de lo que nos den y entre todos comprar una balsa”, apunta uno de los inmigrantes.
Los controles son ahora más fuertes. Si un marroquí es sorprendido llevando a un subsahariano en el coche solo por causa humanitaria, sin intención alguna de traficar con él, puede exponerse a una sanción económica o, más grave aún, su arresto y posterior cárcel. “La gente es buena, nos da pan, nos trae mantas, nos ayuda... pero no puede hacer más por nosotros”, añade. Los más pobres son los que consiguen la magia de ayudar a quien más lo necesita. Quienes paran para dar alimento a los subsaharianos que serpentean en grupos la carretera de Tánger son familias humildes, a las que una torta de pan no les sobra, pero la dan a sabiendas de que sólo van a encontrar la sonrisa de un hombre negro que ni conocen como pago.
Los subsaharianos no sólo tienen que lidiar con esas fuerzas de seguridad que intentan localizar sus asentamientos. También se enfrentan a otros marroquíes que pretenden robarles lo poco que tienen o que incluso son mandados para que les peguen. Las oenegés han denunciado que detrás de esas agresiones está el aparato marroquí que, de esta forma, buscaría amedrentar a los sin papeles. También hay compatriotas que en esa búsqueda de la escapada no dudan en agredir y apropiarse del dinero de sus compañeros. La libertad cuesta dinero, y en esa lucha por conseguirla incluso los propios hermanos llegan a rememorar espacios bíblicos de muerte entre ellos.
El espigón del Tarajal amanece blindado, custodiado a cal y canto por las fuerzas de seguridad, que escenifican así la buena cooperación que mantienen con España. Desde diciembre de 2011 no se ha registrado una entrada masiva por esta vía. Ha habido días en los que Marruecos ha frenado la llegada de hasta 50 personas. Burlar el control, que puede ser apreciado por cualquier ceutí que cruce al otro lado, es un imposible. Ni tan siquiera con la obra de adecentamiento de la frontera, ahora trasladada a la parte más cercana al espigón, baja la guardia.
¿Y la valla? La Guardia Civil reconoce haber atisbado grupos pequeños que se aproximan hacia el doble muro blindado de cámaras, sensores y concertinas. Nada que ver con el asalto más importante que se recuerda, en 2005. “Sí se ve alguna aproximación... de dos o tres personas... eso no puede llamarse presión”, informa un portavoz del Instituto Armado.
El mar es la única salida y la temeridad que marca las travesías no consigue atemorizar a los subsaharianos. Mientras que buena parte de los que esperan al otro lado guardan algún intento en su mente, son cada vez menos los que han intentado pasar trepando la valla o cruzando el espigón.
“Adoro España, quiero ir a España”, señala uno de los subsaharianos. El mar, que muchos nunca vieron, aparece como un salvavidas. Bajar a la playa, conseguir que nadie esté vigilando (eso también tiene un precio, y en escasas ocasiones se goza de una simpatía), lanzarse, ocupar una endeble balsa capaz de mantener, asombrosamente, a 9 subsaharianos aunque su capacidad sea solo de tres, remar, remar y remar aunque se desconozca incluso el destino. “Adoro España, adoro España”. ¿Contra eso quién lucha? Ni los amigos muertos consiguen vencer a la llamada de otro que ya está en la península o en el CETI. “Tenemos amigos en Ceuta”, dicen. Y se llaman y les informan y les orientan... y miran hacia atrás y no tienen nada... y miran hacia adelante y tienen una oportunidad. África retumba en los oídos de Europa, haciendo escala en Ceuta.

La denuncia

La Asociación marroquí de derechos humanos reclama mayor respeto

Privados de muchos de sus derechos, los subsaharianos en Marruecos se encuentran atrapados en un círculo vicioso en el que la violación de un derecho lleva a lo otro. Lo denuncia la Asociación en Defensa de los Derechos Humanos de Marruecos en su último informe de abril de este año. En él indica que esta situación les lleva a una devaluación de la persona, por lo que reclaman la adopción de una estrategia basada en el análisis de una serie de violaciones de sus derechos y no en una acción dividida. Durante dos últimas décadas, los inmigrantes que intentan entrar en Europa se encuentran a menudo bloqueados en Marruecos en condiciones precarias. Ese aumento del fenómeno migratorio se acompaña de una subida de la intensidad de la violencia en la aplicación de las medidas destinadas a controlarlo. El uso de torturas y de tratamientos inhumanos y degradantes aumenta el sufrimiento y la marginación de estos individuos, denuncia la AMDH.
El momento de hacerse con el alimento
Un coche se detiene:Hay pan, los más cercanos son los agraciados
Los subsaharianos hacen gestos pidiendo comida, llevándose la mano a la boca, para indicar a los conductores que pasan por la carretera de Tánger que necesitan de su ayuda. Es ya un episodio habitual: se acercan al coche que para y luego corren hacia el próximo que viene para intentar obtener más ayuda.
Escenas de riesgo que no asustan
Casi 70 rescatados en el día de ayer, muertes en el camino... la escapada no cesa
Un total de 66 subsaharianos fueron rescatados en el día de ayer por Salvamento Marítimo y las unidades marroquíes. Todos ocupaban balsas neumáticas. De todos ellos solo 9 fueron trasladados a Tarifa, el resto quedó en territorio marroquí. El resumen de ayer no es anecdótico. No hay semana en la que no se produzcan salidas que, en ocasiones, dejan muertos en el camino. Los compatriotas que esperan su oportunidad en los bosques de Tánger no se amedrentan. “Vamos a salir”, dicen a ‘El Faro’. ¿Por qué?, le preguntamos. “Adoro España”, contestan.
Aumento visible
En el último mes ha aumentado notablemente la presencia de inmigrantes
En el último mes la presencia de inmigrantes en la zona más próxima a Ceuta ha aumentado de manera notable. Antes resultaba complicado encontrar a grupos de subsaharianos en la carretera. Como mucho, éstos no superaban la veintena. Ahora la visión cambia radicalmente. Llega el buen tiempo y la población aumenta. Esta semana el número era mayor. En la visita hecha por este periódico se pudo contabilizar a casi ochenta varones.
Gestos para pedir alimento
“Solo queremos comida, salimos cada día para que nos den algo para llevarnos”
Al paso de los vehículos, los subsaharianos se llevan la mano a la boca para que el conductor se dé cuenta de que quiere comer. Otros sacan la mano para expresar esa querencia por obtener alimento. Muchos marroquíes se acercan para llevarles en bolsas tortas de pan.
En toda la carretera
Subsaharianos distribuidos a lo largo de toda la carretera y dispersos en pequeños grupos
La carretera a Tánger no termina. Desde su inicio hasta el final, en todo el tramo aparecen pequeños grupos de subsaharianos que copian los mismos gestos. Cada vez que ven un coche sacan su mano y piden alimento. Cruzan de lado a lado e incluso arriesgan sus vidas con movimientos bruscos. Su obsesión es obtener ese trozo de pan, van a por él corriendo sin mirar a quién dejan atrás. ¿Habrá muerto algún compatriota en la carretera? ¿y en el bosque? Cada uno mira por su vida y por su libertad, han dejado atrás compañeros, lo han asimilado, quizá sabiendo que ese episodio forma parte de la inmigración.
De la vía al monte
Una vez que recogen el alimento, los inmigrantes van al bosque
Una vez que recogen el alimento que obtienen en la carretera, los subsaharianos regresan al bosque, en donde tienen los pequeños asentamientos. Algunos llevan allí pocas semanas, otros, en cambio, cuentan ya meses. Esperan su oportunidad. Repiten esta acción día a día porque saben que hay gente que les ayuda, que les da de comer, y porque es una de las carreteras que mayor tráfico soporta. A los ceutíes que acuden al aeropuerto de Tánger les sonará estas imágenes. Seguro.{galerias local="20130505_16_17_18" titulo="Ruegos por un pedazo de pan"/}

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