Hoy lloran mis ojos, tanto de emoción como del disgusto, de perder a un buen profesor, tanto de ajedrez como de instituto. Rubén Valhondo estuvo el curso pasado con nosotros en esta bella Perla del Mediterráneo, dando unos gestos de su persona, donando un intelecto cultivado con horas del estudio de esa ciencia-arte que es el ajedrez. Nos ayudó a darnos la forma de buscar la verdad en ese mundo tan bello como es el de las sesenta y cuatro casillas, donde se desarrollan las batallas que las piezas tienen planteadas. Los circuitos, consejos, avatares, recomendaciones, de la habilidad de un hombre curtido con mil años de estrategias hacia ese caldo de cultivo del ajedrez. Bienvenidos fueron los asientos que nos dio cobijo en aquella sala de esgrima del Casino Militar de Ceuta, donde con ese panel las piezas grandes del mural que está allí, cedido por la Federación de Ajedrez de Ceuta, pudieron darnos a conocer las inquietudes de nuestros cerebros antes momentos estelares de una partida. Y así darnos a conocer tantos secretos que deseábamos conocer y que por no tener tiempo, o ganas de entrar en algún tutorial, lo íbamos dejando de lado. Y tú, con tu sencillez, dedicación y esas ganas de transmitir, nos fuiste ilustrando, en cada instante de tus clases, sin ningún tipo de lucro, que estuvimos allí, durante ese regalo de semanas que nos dedicaste. No fue una moneda de cambio bonita, ya que solo estabas allí para transmitir, pero si que estuvimos encantados de llevarnos esos consejos tan valiosos para cada uno de nosotros y para los futuros envites que tuviéramos en el futuro dentro de un tablero de ajedrez. Un gran abrazo y unas gracias tan sinceras, como el aprecio tan grande que tenemos hacia tu obra con nosotros. Un impulso que también mandaste al colegio de dónde estuviste, que también probaron tu ganas de transmitir ese “gusanillo” del ajedrez. Culpa tendrás en el futuro de que el gen caballa llegue a los rincones más desconocidos de nuestra geografía española.