Rosa Catalina Guerrero Martín es un ejemplo más de que vencer al COVID-19 es posible. A sus recién cumplidos hoy 87 años, fue dada de alta el pasado lunes, 30 de noviembre, tras haber estado 31 días con coronavirus y aislada del resto de residentes en la tercera planta de la Residencia Nuestra Señora de África. Ha logrado superar el COVID-19, el virus que mantiene en jaque a todo el planeta y ya está “mejorcita”.
Entre lágrimas y aplausos, Rosa se despedía el pasado lunes de la tercera planta de la residencia que desde que se regristraran los primeros casos positivos ha sido la de infecciosos y volvía a su habitación 410 en la cuarta planta. El personal sanitario que le ha cuidado durante estas difíciles semanas le aplaudía y “me gritaban campeona y de todo como si fuera una película”. Un momento que Rosa no olvidará nunca, como tampoco olvida agradecer el esfuerzo y la dedicación con el que cada día atiende a los pacientes todo el personal de la residencia.
Se ha convertido en un símbolo de resistencia al coronavirus y en una de las pacientes de más edad que ha conseguido ganarle la batalla a un virus maldito. Rosa fue de las primeras residentes que aquel 27 de octubre dio positivo tras el de una trabajadora de la Residencia de África.
Comenzó a tener síntomas aquel 27 de octubre y ese mismo día le hicieron la prueba. “Me llamaron de la residencia y me dijeron que mi madre había dado positivo. Todo empieza porque le pusieron la vacuna de la gripe y decía que se encontraba mal. Pero claro, todo parecía que era por la vacuna. Después ya decía que tenía como mareos, escalofríos, que le dolía la garganta y el costado y que tenía todo el cuerpo mal y algunas décimas de fiebre. Pero ella es una mujer fuerte y también pensamos que podían ser achaques de la edad, pero cada vez estaba peor. Ya no podía respirar bien y le hicieron la PCR y salió positivo”, comenta María del Carmen Guerrero, su hija.
Todos los residentes fueron aislados. “Estábamos cada uno en su habitación aislados para evitar los contagios. Yo lo que tenía era que no podía respirar bien, tosía y el costado me oprimía al respirar y tengo la voz tomada porque tengo faringitis aguda y amigdalitis, pero esas son crónicas ya”, recuerda Rosa.
Sin embargo, a Rosa no le gusta hablar del coronavirus. “Ella no quiere hablar del virus. Para ella es una infección lo que ha tenido y ya está, pero sabe que no es así. Yo creo que es como un escudo para evadirse por miedo a lo desconocido y también para no preocuparme a mí imagino. Ella dice que no ha tenido eso y que ha estado con una infección en la garganta. Pero ella sabe que se infectó por una auxiliar que dio positivo y es la que ha estado peor de la residencia porque tenía más carga vírica que el resto e infectó a otros abuelitos sin saberlo”, cuenta María del Carmen.
Lo más duro tanto para madre e hija es haber estado todo este tiempo separadas. Hace cuatro meses que no se abrazan ni se ven más que cuando María del Carmen va hasta la residencia y Rosa sale a la ventana de su cuarto y se saludan y hablan. “Nos trasmitían en todo momento tranquilidad y el doctor Leopoldo ha estado todo el tiempo pendiente. No fue necesario ingresarla en el hospital ni nada porque consideraron que no era tan tan grave como para eso. En ningún momento nos pusimos en lo peor, pero claro su edad y sus patologías estaban ahí. Yo tenía el sustito y ese miedo a que te llamen de madrugada siempre se tiene. Yo ese mes por las noches no dormía bien. Además, no puedes verla y un día la escuchabas por teléfono ronca o mejor y claro ese miedo lo tienes”, relata la hija.
Pero si Rosa ha podido superar el coronavirus ha sido posible gracias al personal que “ha estado con ella mañana y noche voluntariamente”. “Hace unos días me dieron el alta y ya estoy en mi habitación 410, pero me he sentido muy cuidada y arropada por todos. Desde el doctor Leopoldo, las auxiliares, las enfermeras María Jesús y Lucía, la asistenta social, el director de la residencia, todos. Son extraodinarios y tienen muy buen corazón. Son de lo mejor. No encuentro palabras para explicar cómo nos tratan a los enfermos, sobre todo las enfermeras. Ya me dieron el alta, pero he estado en una habitación incomunicada un mes, aunque las habitaciones están muy bien preparadas porque estaba con fiebre y complicaciones. He estado muy malita y todavía estoy en tratamiento por la infección, pero ya mucho mejor”, explica Rosa.
La familia Guerrero Martín no tiene palabras ni sabe cómo agradecer la atención y dedicación de los sanitarios con su madre, “que ha ido más allá de lo profesional”. “Desde los médicos, enfermeras, celadoras, limpiadoras... todos. Todos la han tratado con un cariño y con un trato amable y dándole ánimos para que saliera adelante. Ella ha estado consciente de todo y de lo bien que la han tratado. Ha estado muy cuidada y solo puedo decir cosas buenas de esos profesionales”, recuerda la hija.
La familia de Rosa siente que tiene una deuda pendiente con los sanitarios que “han devuelto a la vida a mi madre”. “No tengo palabras, pero sí quiero dejar claro que ellos la han salvado y me han devuelto a mi madre con más fuerza y ganas de luchar que antes. Han sido maravillosos con ella. Quiero dar las gracias a todo el personal porque le han salvado la vida a mi madre, pero también mis dos cuñados y mi sobrina estuvieron ingresados y les han tratado con una amabilidad y una humanidad fuera de lo profesional que no podremos pagar con nada”, asegura.
María del Carmen se emocionaba al pasado lunes cuando Rosa le contaba que fue recibida en el salón de la residencia por todos sus compañeros y cuidadores entre aplausos. Unos ánimos que hacen que ahora tenga más fuerza que nunca para continuar. Una luchadora y una campeona que ha demostrado que puede con todo.
Las visitas de familiares a residencias de mayores fueron de las primeras restricciones
La propagación silenciosa del COVID-19 no paraba tampoco en las residencias de mayores de la ciudad, sin embargo las visitas de familiares fueron de las primeras cosas que se restringieron en Ceuta. A primeros de junio volvían a permitirse, pero en agosto volvieron a restringirse ante el aumento de casos positivos en coronavirus. Ahora son ya más de tres meses desde que no reciben visitas en la residencia de Nuestra Señora de África.
María del Carmen va cada vez que puede hasta la residencia para hablar y ver a su madre, “aunque sea desde la ventana”
Son muchos los abrazos que el coronavirus ha hecho que se desvanezcan y pierdan en el recuerdo. Aunque Rosa entró con 69 años en la residencia “por voluntad propia porque aquí tenía muchas amistades”, a madre e hija les encantaba ir juntas al Parque Marítimo o a tomar un batido. Su hija lo es todo para Rosa y viceversa y los cuatro meses que llevan sin verse son duros y se hacen cuesta arriba cada día más. “Cuando estaba tan mala yo solo quería ver a mi hija y a mis dos nietos y ya está, por si era la última vez. Pensaba mucho en mi familia y en mis recuerdos, pero tenía una fe muy grande en el médico y en todos los que me cuidaban. Tengo muchísimas ganas de verla, pero entiendo que no podemos salir de la residencia. Esto es un virus muy malo y muy fuerte que ha contagiado a muchas personas y muchos pobrecitos se han muerto. Yo soy muy católica y rezaba por salir adelante y poder ver de nuevo a mi hija y a mis dos niños, que ya no son tan niños claro”, cuenta entre risas Rosa.
Su hija y sus dos nietos son el “regalo más grande” que la vida le ha podido dar a Rosa: “Somos pocos, pero muy cercanos”
Aunque su marido Julio, también de Ceuta, falleció hace muchos años, Rosa no ha dejado de quererle y confiesa que perderle fue “duro”. Pero está orgullosa porque juntos formaron una bonita familia. La ceutí de 87 años tiene su hija: su Maricarmen y sus dos nietos: José Daniel y Jesús Manuel, los niños de sus ojos, “aunque ya son mayores”.
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